Capítulo 36

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—Te ves casi inocente en ese pijama.

—Qué lástima que inocencia no es mi segundo nombre.

Mi comentario le arrancó una sonrisa y me senté en la cama. No me acomodaba aún la idea de tener que pasar la noche en ese lugar, pero Gabriel necesitaba descansar y yo deseaba un lugar suave.

—¿Quieres que duerma en el suelo? —me sugirió—. No tengo ningún inconveniente.

No dije nada al instante, porque no sabía qué responder.

—No hace falta —respondí al cabo de unos minutos—. Mientras mantengas tus manitas tan juntas a tu cuerpo como puedas y no te acerques a mi lado de la cama estará bien. Eres mi chofer y no me gustará saber que estás cansado.

El último comentario no le hizo mucha gracia.

—Te lo tomas todo muy a pecho —le reproché al ver su semblante serio.

—No soy tu chofer.

—Lo sé, pero tampoco somos nada.

Eso dejó la plática suspendida unos minutos, hasta que él se decidió a volver a hablar.

—No soy tu chofer —se limitó a repetir.

Lo dijo con un tono de voz tan duro que no supe si decir algo más o simplemente acostarme. Opté por lo segundo y me metí entre las frías cobijas, viendo directamente a la puerta del baño.

Escuché los pasos de Gabriel y vi cuando cerró la puerta del baño. Intenté conciliar el sueño, pero el sonido de la regadera y saber que estaba sola con él me ponían nerviosa. La piel me hervía, el corazón amenazaba con salir de mi pecho y todo mi cuerpo estaba indicando que deseaba hacer algo, sin saber qué. Apreté los ojos cuando salió con el pijama, que consistía en un short negro y una playera pegada azul cielo, e intenté hacerme la dormida.

Él no se detuvo a verme, sino que escuché cómo guardaba cosas en la mochila y cómo suspiraba después. Minutos más tarde, sentí su presencia en la cama. Su calor apenas me llegaba, pero su respiración era tan sonora que me cortó el sueño.

No parecía tener intención de dormir a pesar de notarse cansado, no me atrevía a mirarlo. Me sentí tan vulnerable que creí que empezaría a temblar, pero me mantuve firme.

De pronto extrañé a Frank. Recordé cuando jugábamos a ver qué estrella era la que más brillaba, apostando a que era sirio. Él era mucho mejor que yo en eso y casi siempre daba con la correcta, pero los astros eran lo que nos mantenía despiertos hasta altas horas de la madrugada. Le conté a Frank tantos cuentos como se me ocurrieron y, a pesar de que nunca le conté la verdad sobre mí por miedo a su rechazo, supe que sería de las pocas personas en las que podía confiar. Me removí nerviosa al querer sentir su calor, sin querer sentir el de Gabriel.

—¿Estás despierta? —susurró Gabriel, sacándome repentinamente de mi mundo de cristal, al que tanto extrañaba.

Me debatí entre no responder y hacerlo, sabiendo que cada opción implicaba sus propios riesgos. Derrotada, me volteé para ver a un Gabriel con el cabello negro mojado cayéndole por la frente y los ojos azabache concentrados en mí.

—¿Tienes miedo? ¿Me tienes miedo?

Sus palabras resonaron en mi cabeza como ecos. Examiné mi cuerpo, mis reacciones, y supe que no estaba tan tensa como suponía que estaría. Sí, tenía los nervios de punta, pero en todo lo que se podía englobar en la palabra "normal", esto lo estaba.

Bueno, en ciertos términos.

—Por momentos. No te conozco, no sé qué ganas con esto.

Él quiso acercar su mano a mi cuerpo, pero al parecer apartó esa idea de su cabeza.

—¿Por qué todo tiene que tener una recompensa?

—No sé. Tal vez sea que yo no haría esto de no tener alguna clase de remuneración.

No encontré mejor respuesta que esa.

—Quiero derrotarlos, eso es todo. Quiero poder caminar libre por las calles, sin tener que ocultar mis brazos. Quiero que la gente como nosotros deje de estar marcada. No sé, no quiero hablar de eso.

Se hizo un silencio, pero luego volvió a hablar.

—Debiste haberte quedado, debiste dejar que ellos llevaran tu vida —se removió incómodo, como acercándose a mí—. Si yo fuera tú, no habría dudado en quedarme antes de meterme en esta porquería.

Saqué mi mano derecha de entre las sábanas y le mostré la marca en mi muñeca.

—¿Tú crees que vivir con esto es precisamente sinónimo de felicidad? El dinero, el poder, la fama, esos no me iban a quitar el concepto que tenía de mi familia. Crecer sin madre y que tu padre te haya mentido toda la vida apesta. Y no sólo es eso, porque sé que todos ustedes pasaron por lo mismo, pero haber sido creada para ser una marioneta te hace sentir estúpida e inservible. Y tal vez al momento no concebía esa idea, pero ahora lo sé. Y no me voy a dejar manipular.

—Dejas que el odio te invada tan rápido... —me reprochó, pero lo ignoré.

—Ellos nunca podrán odiar como lo hacemos nosotros —resoplé—. No tienen idea de lo que es tener esto atorado en la garganta.

Me sentía repentinamente vulnerable. Sería mejor callar pronto.

Pero él se me adelantó.

—Lo mejor será dormir —me sugirió—. Mañana tenemos muchas cosas que hacer.

—Tienes razón.

Aunque no tenía ni idea de qué era lo que íbamos a hacer.

Cerré los ojos y muy pronto el sueño me venció, llevándome a la inconsciencia durante unas cuantas horas. Cuánta falta me hacía.

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