Capítulo 25

306 27 5
                                    

Muchos de nosotros teníamos pesadillas, creía yo que todos. Teníamos hechos traumantes que recordar, pero nunca había visto a alguien más horrorizado. Posé mis manos en su pecho y comencé a moverlo, intentando parecer hasta un poco maternal.

—Gabriel, despierta.

Él se seguía moviendo de forma atroz sobre su asiento, todos en la camioneta ya dirigían su mirada hacia él. Hasta Daniel lo miraba por el espejo retrovisor.

Lo moví más fuerte hasta que abrió los ojos. Se le veían más oscuros y dilatados; por un momento me espanté.

—¿Qué pasó?

—Tenías una pesadilla —dijo Kate, con un tono de voz tierno, consolador.

Miré mis manos aún apretadas contra su camisa y las aparté. Volví a mi libro electrónico e intenté apartar cualquier clase de pensamiento de mi mente.

—¿Dije algo?

¿Le preocupaban las palabras?

—¡Oh sí! Hablabas sobre una traición que le harías a todo aquel signatorum que se cruzara por tu camino. Estabas a punto de revelarnos algo importante, creo —le contesté, sonriente.

—¡Ana, cuida tus palabras! —me regañó Daniel.

Una sonrisa apareció en el rostro de Mark, que después de todo no estaba tan concentrado en su libro. Hasta escuché que Milena reía. Pero el rostro de Gabriel permaneció impasible.

—No dijiste nada importante, estabas espantado —respondió Kate, mirándolo con ternura desde su asiento— ¿Soñabas con lo que pasó?

Gabriel no respondió, pero todos teníamos la certeza de que así era.

—¿Alguien quiere algo?

Nos habíamos estacionado prácticamente en medio de la nada, donde había sólo una tienda de comida rápida y golosinas. Yo fui la primera que me puse en pie para bajar, ya no aguantaba el calor y me cambiaría en uno de esos baños sucios con los que contaban todas las tiendas departamentales. Tomé mi mochila y bajé, evitando tocar a Gabriel en el proceso.

—¿Quieres algo, Ana?

La voz de Daniel era bastante tranquila. Era la primera vez que me hablaba realmente desde la pelea.

—No, gracias.

Intenté sonreír, pero para cuando la sonrisa apareció en mi rostro, Daniel ya había entrado en la tienda.

Entré y busqué el baño, que estaba al fondo junto a la barra de hamburguesas y hot-dogs. ¡Menuda elección ponerlo ahí! El dueño de la tienda me miró extrañado, pero tenía bastante escondida la marca debajo de este suéter como para que realmente notara algo anormal en mí. Caminé con mi mochila hasta entrar. Una vez adentro me miré en el espejo.

Las paredes estaban manchadas y llenas de moho, como era de esperarse, siempre los lugares en medio de la nada eran descuidados. ¿Por qué el gobierno no hacía de este un hermoso lugar feliz y limpio? Los retretes eran algo digno de repulsión y los lavabos tenían rallones por todos lados. Había extraños posters pegados en la pared, pero no les di importancia. Era como si esperaran que sólo signatorums pasaran por lugares como este y no merecieran algo mejor.

Mis ojos verdes me devolvían la mirada de desconfianza en el espejo y mi cabello castaño estaba demasiado despeinado como para sentirme cómoda. Saqué el cepillo y comencé a pasármelo por la maraña a la que solía llamar cabello. Me quité el incómodo pantalón de pants que llevaba y lo reemplacé por un mini-short que tenía reservado para el calor. De todas formas pronto estaríamos en playa. Bueno, relativamente pronto.

La puerta se abrió de repente y una llorosa Mildred entró hecha un desastre. Las mejillas rojas debido a las lágrimas y los ojos lacrimógenos me daban escalofríos. Azotó la puerta una vez que entró. Se tiró en el piso y se echó a llorar como una niña de dos años que busca los brazos de sus padres sin encontrarlos.

Me incliné para poder verle el rostro y busqué entre su cabello hasta hallarle la cara, apartando su cabello con una mano intenté que me mirara. Ella respiraba de forma entrecortada e intentó apartar mi mano de su rostro. Parecía no esperar que yo estuviera ahí. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y me miró con aquella mirada cristalina resentida con el mundo.

—Ninguna palabra vale por tu dolor, lo sé —susurré, sacando las palabras más cursis del mundo de sepa Dios dónde—. Pero no puedes torturarte así.

—Ana, jamás lo entenderías.

Siempre intentando subestimarme, algo característico de Mildred. Si ella supiera...

—Yo sólo sé que Roberto te ama, te ama muchísimo —susurré, rogando al cielo que nadie nos estuviera escuchando.

—¡No es verdad! Si me amara él no... no habría... Está obligado a estar conmigo, eso es todo. No hay nada más profundo para él. Tenías razón, sólo soy la tonta a la que le ordenaron acostarse con su hermano.

Un sollozo escapó de su garganta de forma escandalosa. Intentó reprimirlo para no alarmar a nadie, sin mucho éxito. Ninguno de esos estúpidos desprogramados lo entenderían.

—Por favor, tranquilízate. Él también está mal, lo noto. No pueden separarse por esta tontería —la miré a los ojos —. Te necesita, Mildred.

—¿Qué hago, consolarlo porque perdió a la zorra que él consideraba el amor de su vida?

Callé. No, por supuesto que no.

—Yo sólo te digo que se hacen más daño separados que juntos. No puedes competir contra una muerta. Tal vez te atormentes por un fantasma, pero ella está muerta, Coral está muerta.

Sentí seca la garganta de pronto.

—Esto es una mierda.

Asentí y me levanté, extendiéndole la mano. Una vez de pie se abalanzó contra mí, enredándome entre sus brazos. Observé a todos lados, intentando localizar una cámara de seguridad que nos delatara. Me tranquilicé al entender que estábamos en un baño, y tener una cámara en el baño sería una perversión y debía estar prohibido.

De todas formas no dejé que el abrazo durara lo suficiente. Le limpié un par de lágrimas con el pulgar una vez que me hubo liberado.

—Ánimo —me pareció una palabra vacía y desprovista de real significado, pero por el momento no me importó—. Las cosas mejorarán. Ya lo verás.

Asintió.

Nos disponíamos a salir del baño cuando un pedazo de papel pegado junto a la pared del lavabo llamó mi atención. Casi sentí que devolvía todo el jugo de zanahoria de la mañana. Había una foto mía tomada con cámaras de seguridad pegada en la pared con una descripción breve de mí.

Se busca mujer de 17 años. Cabello castaño, ojos verdes. Prófuga del gobierno. Puede ser peligrosa.

Favor de denunciar al 559-932- 24

Recordé dónde había sido tomada, fue justo el día en que Milena mostró su marca. Mierda grité para mis adentros. Ahora sí era mujer muerta.


DesprogramadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora