PARTE 1.
HOLA, MI NOMBRE ES ANA.
ESTOY A PUNTO DE CUMPLIR 17 AÑOS Y
YA TENGO MI SENTENCIA DE MUERTE FIRMADA.
¿EL MOTIVO?
YO SOY CAPAZ DE AMAR
Año 2090, Enero;
Nueva Clarin, Atemia.
Me levanté, como todos los días, a las siete de la mañana. No hacía falta una alarma, el simple hecho de que el sol saliera ya me ponía alerta. Preparé café en la antigua cafetera que Kate conservaba como un tesoro mayor de lo que merecía: era sólo un cacharro, algo que pronto dejaría de funcionar.
Tomé café lentamente mientras leía el periódico de aquella mañana: un premio nobel de literatura para el aclamado escritor inglés Robert McClusney. Una niña genio había nacido, aumentando así la competencia que existía entre los niños por ser mejores estudiantes. El presidente de Francia había enfermado, pero gracias a la contribución de un médico alemán, la enfermedad estaba bajo control.
Puse los ojos en blanco y aventé el periódico sobre la destartalada mesa de madera. Mis manos sostenían la taza mientras miraba, angustiada, el lugar donde estábamos refugiados. No era más que una pocilga, un lugar donde apuesto a que ningún criminal tendría que ir, ni en sus peores tiempos. Mi familia aún dormía, tirada entre cobijas y almohadones, en el piso.
El techo peligraba con caer, las paredes estaban descoloridas, dejando los rastros de pintura naranja, como algo de un pasado lejano. El piso tenía manchas de todo tipo, la cocina era demasiado improvisada y escaseaban los alimentos.
Mi hermano, Frank, despertó más o menos media hora más tarde. Caminó de puntitas entre todos y se acercó a mirarme con ternura. Yo no dejaba de beber café, mientras miraba al infinito con completa furia de que fuéramos tratados como escoria.
Susurrando, comenzó a hablarme:
—¿Qué pasa contigo hoy?
La noche anterior habíamos tenido que escapar en cuanto a Milena, mi hermana, había logrado que se le mostrara la marca en público. Tuvimos que huir hasta este lugar, que era uno de los cuantos refugios con los que contábamos. Tendríamos que movernos rápido si no queríamos ser descubiertos.
—Nada, estoy preocupada.
En parte, era verdad. Pero algo más me atormentaba, la muerte parecía olerse a donde fuera que corriéramos.
—No te preocupes, prácticamente nadie nos vio. No saldremos un par de días, después todo volverá a la normalidad y visitaremos a Miguel. Ellos nos temen.
Rió, como si se tratase de un buen chiste. Para mí, no contaba con gracia alguna.
Frank no era más que un niño de ocho años, bastante maduro para su edad. Era más bajo que yo, con piel morena y nariz gruesa. Su cabello negro y lacio le caía sobre las orejas, y sus labios casi siempre eran una mueca de ánimo. No éramos hermanos de sangre, pero en estas circunstancias ya nada importaban los lazos de sangre que se pudieran tener con cualquiera. Ellos eran mi familia. La verdadera estaba muerta para mí.
—Nos deben estar buscando, es cierto. Milena fue una descuidada. Pero no pasará nada mientras sigamos como hasta ahora.
Nos conocíamos hacía cuatro años, cuando lo habíamos encontrado. Desde entonces habíamos pasado gran parte del tiempo juntos y yo lo había tomado como el mejor hermano menor que existiese jamás.
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Desprogramados
Novela JuvenilHabía una vez un cuento que no era de hadas y una chica que no era especial. En este mundo el amor ha sido casi arrebatado por completo de los cuerpos, teniendo por resultado una sociedad feliz. Nadie esperaría la existencia de un grupo de resiste...