Capítulo 32

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Abrí los ojos y me di cuenta de que la carretera se extendía enfrente de mis ojos. Mi frente estaba sudada y la cara de Gabriel me miraba desconcertada. Sólo había sido un sueño, solamente eso. Hacía años que no soñaba, al menos no con el pasado.

—¿Un mal sueño?

Asentí.

—Es una mierda.

—Lo sé, además de que es extraño. ¿Lo conoces? ¿A mi... al presidente de la OUPP?

La palabra papá no salía de mi boca desde hacía años y no deseé pronunciarla de nuevo.

—Claro, tu papá —remarcó la palabra sonriendo con suficiencia—. Es un hombre muy serio, pero sólo lo conozco de lejos. La gente importante no se mezcla con gente como yo.

—Entonces no entiendo qué hago contigo.

Comencé a reír, pero él no me acompañó en mi mal chiste. Simplemente siguió conduciendo con seriedad.

—Era broma, tonto.

—Lo sé.

El cinturón de seguridad me incomodaba e ir en un auto polarizado no ayudaba con el calor infernal que se sentía. Era lo malo de esta época del año en esta zona, durante el día el calor era infernal y durante la noche el frío nos atacaría con fuerza.

La ropa se me pegaba a la piel y el sudor me hacía sentir incómoda. Gabriel parecía demasiado tranquilo oculto tras esas gafas de sol y con su playera polo ajustada acompañada de una bermuda a cuadros. Tenía que cambiarme el pantalón sucio que llevaba encima si quería sentirme más cómoda.

Había pasado sólo un día desde que abandonáramos a mi familia, y su ausencia ya me inquietaba de forma asombrosa. Sentía que me dolían en el pecho, casi en el corazón, pero intentaba pensar que esto era por su bien, que yo haría algo para librarlos a todos de este desastre.

—Necesito cambiarme.

Frunció el entrecejo.

—¿Cambiarte?

—Me siento sucia, eso no me gusta.

—Y eso me interesa porque...

—¡Vamos, Gabriel!

—No podemos detenernos, ellos te están buscando. ¿Te lo tengo que recordar cada cinco minutos? Peor que bebé, definitivamente.

—Eso nos deja la opción de...

Una sonrisa traviesa apareció en sus labios.

—De que te cambies ahora.

—Estás loco si piensas que lo haré.

Volteó a verme y bajó un poco las gafas de sol para observarme.

—Con la ropa tan pegada al cuerpo como la traes, es casi lo mismo.

La sangre se me subió a las mejillas y tuve el impulso de cubrirme el pecho con ambas manos, pero no lo hice por miedo a resultar tremendamente ridícula. Puse los ojos en blanco y lo miré con mala cara.

—¿Qué? Es una opinión sincera.

—Eres un idiota.

—Tal vez.

Tragué saliva, mirando la mochila en el asiento trasero.

—¿Se supone que traes ropa para mí?

—Y es nueva, yo mismo la elegí.

—Si tiene algo con encaje te juro que te mato, Gabriel.

—Ábrela.

Me solté el cinturón de seguridad y me incliné sobre el asiento trasero hasta tomar la mochila que Gabriel había indicado como mía. Estaba acompañada de otras cinco, más las que rebosaban en la cajuela.

La abrí con cuidado y me encontré con ropa justo de mi talla, para calor y para frío. Había un par de chamarras, chaquetas y ropa interior. Intenté imaginarme a Gabriel comprándome ropa interior y casi me vuelvo loca. Aún sentía que la piel me hormigueaba por lo que había pasado.

—¿Tú compraste todo esto?

—Mucha era ropa nueva de mi hermana.

—¿A la que besaste?

Sonrió.

—¿Celosa?

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