Capítulo 37

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Al despertar, casi sentí tocar la gloria. Era increíble despertar en una cama, calientita y sintiéndome a salvo. Comencé a pestañar hasta que caí en cuenta de que algo no estaba bien: Gabriel no estaba por ningún lado.

—¿Gabriel? —susurré.

El sol se infiltraba por las cortinas color ocre, mientras un olor a rancio llegaba a inundar mis sentidos. Miré alrededor, pero no vi a Gabriel por ningún lado. Me levanté, alarmada, sintiéndome extraña en ese pijama de conejitos estúpidos.

—¿Gabriel? —volví a decir, mientras variados pensamientos recorrían mi mente. Entonces, escuché el sonido de la ducha, pero la puerta del baño estaba entreabierta.

Caminé hasta el lugar donde provenía el sonido de la regadera, con el corazón en la mano y todo el miedo que era capaz de sentir. Intentando hacer el menor ruido posible, me acerqué a observar por la rendija de la puerta lo que sucedía adentro.

Gabriel estaba dentro de la ducha con la ropa puesta. Por la escases de vapor, en seguida supe que era con agua fría. ¿Qué demonios sucedía? ¿Estaba enfermo? De pronto, me di cuenta de algo: él lloraba. No lo habría notado si no hubiera empezado a agarrarse la cabeza con fuerza, golpeándose contra una de las paredes llena de azulejos sucios. Parecía desesperado.

Me quedé callada, en mi posición, limitándome a observar al hombre de ojos negros llorando por algo que desconocía. La ropa le escurría, los azotes no paraban. Y de pronto, todo cesó.

Él se puso de pie, cerró la llave de la ducha, tomó una toalla y se enrolló en ella, con los ojos rojos y el cabello despeinado. Hasta apostaría a que estaba más pálido.

Me separé de la puerta cuando él pasó junto a mí, regando agua por el piso de la habitación.

—Date una ducha, ponte la ropa que está en la silla.

Era claramente una orden, pero yo estaba helada. Él temblaba. No sabía si de frío o de rabia, pero parecía que sufría una convulsión.

—Gabriel... yo...

—¡Te dije que te dieras una ducha! —gritó, tirando la toalla al piso.

La playera azul cielo se le ceñía al dorso, la marca parecía más remarcada con ese rojo intenso sobre su piel tan pálida. Su rostro estaba furioso, sus facciones estaban encolerizadas.

—¿Estás bien?

Me tomó del brazo con delicadeza, como si con eso se tranquilizara, me metió al baño y después cerró la puerta. Escuché sonidos afuera, como si tirara cosas, pero al final el silencio reinó. Salí del baño, pues él había olvidado darme el vestido, pero ni siquiera me miró, tenía la mirada fija en la ventana, como si el exterior le fuera a dar respuestas a su incontrolada rabia e irracional dolor. Su mochila estaba tirada, objetos esparcidos por el suelo llamaban mi atención, pero tenía tanto miedo que decidí ignorarlos.

El vestido de flores me estaba esperando junto con ropa interior, por lo que los tomé con rapidez y entré de nuevo al mohoso baño.

Cuando salí, el exterior lucía mucho más tranquilo. Gabriel tenía puestos unos jeans y una camisa a cuadros. Miraba algunas cosas en su iPad y movía los dedos con precisión sobre un teclado. Levantó la mirada hacia mí y se quedó pasmado durante unos segundos. Yo me sentía guapa con el vestido, el cabello corto y el poco maquillaje. Mi piel relucía también. Nunca me había vestido ni sentido así.

—No está nada mal —susurró, dejando su iPad a un lado.

—¿Crees que estoy irreconocible?

—Más que eso. Ellos nunca averiguarán que una chica así pudiera ser la que ellos buscan. Sólo no olvides el suéter.

Ése todavía me estaba esperando en la silla. Lo tomé y me lo puse. Él se levantó y me observó con detenimiento.

—Mucho mejor, creo que fue una buena opción.

—¿Este es uno de los vestidos de tu hermana o tú lo compraste?

—Yo lo compré. Me pareció que te haría parecer inocente, y lo ha logrado. Es algo así como jugar con la mente de las personas: si les das a alguien en quien se pueda sospechar, tienen la partida ganada, si les das a un tigre disfrazado de conejo, pensarán que eres adorable y no te pueden lastimar.

—¿Crees que soy un tigre?

—Sí, sí lo creo.

Sonreí.

—¿Y ahora qué?

—Estoy esperando a que me den la ubicación donde tomaremos el helicóptero. Éste nos llevará a otro hotel, un poco mejor que este. Ahí nos encontraremos con un amigo.

La idea no me gustó.

—¿Él sabrá quién soy?

—Él es un desprogramado, por lo que entrarás en el papel del que hablamos ayer, el de mi esposa. Piensa que nos está haciendo un favor porque yo quiero entrar en la política, y tú tienes la aspiración de ser rica y poderosa.

Medité sus palabras, todo tan planeado y repentino.

—Nos llevará pasado mañana al palacio de justicia. Tenemos que encontrar cómo acceder a la puerta que se abre con tu marca. Tengo entendido que su programación nunca fue cambiada, por lo que aún puedes abrirla, pero será difícil hacerlo con tantas cámaras. Tengo un par de amigos signatorums que intentarán bloquear el acceso a las cámaras mientras estemos ahí, pero contamos con un lapso de tiempo bastante corto.

—¿Desde cuándo tienes amigos superdotados?

—Desde siempre, muñeca.

Lo dijo en un tono de galantería que no dejaba de sonarme fuera de lugar, pero coqueto.

—¿Y si no lo conseguimos?

—Ideamos un plan B, o C, o D. Todo es posible, pero estoy seguro de que pasado mañana es la gran fecha. Tú confía en mí.

—Lo estoy haciendo y no me gusta. Tú sabes todo, yo nada.

—Será mejor así. Además tengo que decirte un par de cosas, pero por ahora tenemos que manejar un rato hasta llegar al helicóptero. ¿Ya tienes todo?

Miré la mochila acomodada en el piso, junto a la puerta del baño. Había metido ya mi ropa interior sucia y la ropa con la que había llegado, además del pijama de conejitos. Sí, todo estaba en orden.

—Eso parece.

—Oculta muy bien esa marca.

Jalé la manga del suéter y la agarré con fuerza. Era de las pocas veces en mi vida que tenía la certeza de que si yo estaba perdida, mi familia lo estaría el doble. Quería hacer esto por ellos, por su liberación, porque pudieran dejar de esconderse; aun cuando sabía la verdad sobre Kate y me dolía la traición, también quería que ella estuviera liberada de esto.


Continuará...

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