Salí de la estancia con pasos largos y decididos, pocas veces tocábamos el tema de mi pasado. Le había dejado claro a Daniel que todo lo que alguna vez le había contado, aun sin ser del todo correcto y completo, debía quedar como un secreto que no debía salir a la luz nunca, y del que se debía de hablar tan poco como fuera posible.
Me topé con Roberto en la salida, el cual llevaba su cabello chino demasiado esponjado sobre su cabeza. Sus labios carmín iban con una expresión de terror.
—¿Qué pasa?
No se movió. Intenté divisar a Mildred cerca, ella seguramente lo haría hablar, pero todos parecían haber desaparecido.
—Me acaban de llegar las noticias... Ana...
Se derrumbó sobre mis brazos, con pesadez. Nunca había visto a Roberto en ese estado, siempre había representado para mí la fortaleza de la familia, además del más cercano a las relaciones exteriores, aun cuando, dentro de lo acordado, ese era mi papel. Se apretó contra mi pecho, lo que me pareció muy extraño.
—¿Qué está pasando, Roberto?
Intenté mirar su rostro, pero parecía demasiado apretujado contra mí como para decidir a moverse.
Daniel salió y nos miró con detenimiento. Comencé a sentir cómo lágrimas empapaban mi playera y entonces sentí una punzada de dolor terrible. Sollozos escaparon de la garganta de Roberto.
—¿Qué demonios ocurre, Roberto? —la voz de Daniel fue la única que separó a Roberto de mi pecho.
—La han matado, Daniel. La mataron.
En seguida supimos de quién se trataba, sólo existía una persona capaz de poner así a Roberto. Y para el lamentable caso de Mildred, no se trataba de ella.
—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?
La voz de Daniel no sólo delataba pánico, sino desesperación.
—Luis me ha telefoneado hace unos minutos. Me dijo que el refugio donde estaban ocultos había sido descubierto. Tenemos que movernos de aquí, maldita sea. Quiero a esos cerdos retorciéndose del dolor, los quiero muertos a todos, sobre todo a... a...
No pudo terminar la frase.
Un sollozo volvió a escapar de sus labios y Daniel abrazó a su hijo adoptivo como si la última palabra no existiera para él.
—¿Quién más murió? —pregunté.
—Mataron a Coral, a Martina, a Liliana, a Clara, a Pablo, a Francisco... todos murieron en las mismas sucias manos: las de su padre, su jefe, su alfa.
El silencio pareció asfixiarnos a los tres en ese momento. La calma del pasillo con todo ese silencio nos quería matar.
—¿Qué llevaría a Quebec a tomar esa decisión? No entiendo. Yo creí que el gobierno lo había...
—Lo hizo, el gobierno los descubrió, ¿no escuchaste? ¿No entiendes, Daniel?
Nos tardó una fracción de segundo entender las palabras de Roberto con claridad.
—Quebec era...
No me atreví a seguir. Nunca pensé que llegaría el día de descubrir algo semejante, nunca pensé que alguien como nosotros fuera capaz de matar a otro.
—Tenemos que movernos rápido —coincidió Daniel.
—Miguel dijo que no se moverá, que confía en que este lugar siga siendo seguro para su familia. Yo no puedo vivir más bajo este piso, no puedo seguir pensando en que mataron a Coral y no hay nadie para vengar su muerte.
—No vamos a cometer una locura —le susurró Daniel—, pero ten por seguro que nos vengaremos de cada una de las muertes que nos provoquen esos asquerosos. Quebec no hizo más que vender su alma al diablo. Me pregunto qué le habrán ofrecido.
—No lo sé, pero... Coral...—su voz se rompió de nuevo, y sentí que esta vez no se recompondría.
Coral y Roberto se habían enamorado al instante, como estoy segura de que sólo lo hacen los amores verdaderos. Todo sucedió en cuestión de días, cuando su familia pasó con nosotros la navidad, en uno de los refugios de mi familia. Sus ojos se iluminaban al ver al otro, sus manos rozaban por accidente y ambos parecían manzanas. Pero ella ya había procreado cuando lo conoció, por lo que todo había sucedido demasiado tarde. Ellos se habían conocido demasiado tarde.
Roberto parecía haberse quebrado por dentro, como si alguna luz en su interior se hubiera apagado. Yo siempre pensé que algún día ellos se atreverían a desafiar a nuestras leyes internas, que siempre me habían parecido estúpidas, para luchar por su amor. Pero justo cuando pensé que Roberto se escaparía con su amada Coral, se había anunciado que procrearía con Mildred.
Yo sabía que le tenía a Mildred un respeto y amor incomparables, pero siempre había algo en su mirada que albergaba que la mujer entre sus brazos fuese otra. Y entonces comencé a pensar que el carácter de mil demonios de Mildred tenía fundamento, ¿quién no desearía ser el único pensamiento del hombre con el que tienes hijos?
Las lágrimas de Roberto me destrozaban, y estaba segura de que había acudido a nosotros porque no deseaba que Mildred lo viera. Apostaría lo que fuera a que ella se destrozaría el doble: una cosa del amor que jamás comprenderé.
PD de la autora: ¿Debería seguir con esta novela?
ESTÁS LEYENDO
Desprogramados
Ficção AdolescenteHabía una vez un cuento que no era de hadas y una chica que no era especial. En este mundo el amor ha sido casi arrebatado por completo de los cuerpos, teniendo por resultado una sociedad feliz. Nadie esperaría la existencia de un grupo de resiste...