Capítulo 38

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Ya en el auto, con la ventisca abrumadora y el calor encerrado en el auto, Gabriel se dio la oportunidad de hablarme abiertamente de una vida que nos había inventado. Parecía estar respaldada en todos los sentidos, parecía casi la vida que habría deseado vivir de haber sido desprogramada, la vida que siempre deseé. Mientras sus palabras inundaban las horas que nos quedaban en auto como Gabriel y Ana, parecieron sentarse en mi mente las dos nuevas personas: Clara y Alejandro.

Estaba un poco nerviosa porque Gabriel se había enfundado en un traje negro, una camisa blanca y una corbata color vino que lo hacía lucir... diferente.

Simplemente diferente.

—¿Qué opinión crees que Clara tenga de Alejandro?

Alejandro amaba la política y desde siempre había intentado entrar en este medio. Clara era una importante crítica de arte y literatura, culta y destacada. Intenté memorizar eso mientras Gabriel seguía explicándome detalles que tal vez pudieran ayudarnos en el futuro.

—Le encanta porque quiere destacar, y él es su clave. Clara tiene sed de poder, tiene sed de fama y reconocimiento. Algo que he notado en el tiempo que conviví con los desprogramados, es que intentan llenar un vacío que no están conscientes de tener: el vacío de los sentimientos. Sé que sonará extraño, pero creo que saben que algo de ellos se ha marchado, algo que naturalmente tendrían que tener, y ahora simplemente se dedican a buscar cosas como el dinero, o la fingida felicidad laboral que los lleve a encontrar una paz interna.

Resoplé, esas personas eran más complejas de lo que pensaba. Deseé haber leído un poco más en todos los años que corría de un lugar a otro con Daniel, estar informada y preparada, tanto como lo estaría Clara, pero la realidad me atacaba con un gran punto débil.

—Si Clara quiere destacar, ¿por qué no lo hace por su lado?

De repente Clara comenzó a plantearse en mi mente como alguien demasiado real, que produjo un escalofrío en mi columna vertebral.

—Digamos que ella es una mente demasiado potencial. No le gustan los medios, el público o parecer expuesta, es como si usara a Alejandro sin que éste se diese cuenta. Alejandro además puede ser voluble.

—¿Tú puedes ser voluble?

No le causé ninguna gracia, aunque lo reflexionó.

—No estoy seguro de ello, pero apuesto a que puedo intentar parecerlo. No hace falta centrarnos en los sentimientos; debes recordar que ellos sienten de una forma muy superficial.

—Siempre me he preguntado hasta qué punto son capaces de sentir.

—Tienen todos los sentimientos llevados tal vez a una cuarta parte de su trabajo. Ninguno de ellos es capaz de dominarlos, por lo que tienen un control completo de sí mismos. Creo que es una estabilidad que en el pasado podría parecer un sueño muy bien planteado. Apuesto a que eso llevó a Salomón a crearlo, a su descubrimiento.

—¿Él está muerto? Salomón, quiero decir.

—No lo sé. Intenté conseguir una cita con él hace un par de años, pero no lo logré. Además mis posibilidades no alcanzaban para un viaje a Italia o a donde quiera que él disfrutara de los millones que le dejó su maravilloso descubrimiento.

Reflexioné un poco eso, pero decidí dejar el tema para indagarlo más tarde. Tenía asuntos más importantes en ese momento.

—¿Se supone que debo tener alguna clase de contacto físico contigo? Yo... no sé cómo es ser esposa. Ni como desprogramada ni como signatorum. ¿Se supone que los desprogramados se muestran afecto?

Él hizo una mueca de dolor, seguramente traída por algún recuerdo de un pasado no muy lejano, y creí saber qué escena había evocado.

—Como podrás recordar, los desprogramados no se besan, han dejado de hacerlo desde hace mucho. No sé si en la intimidad lleven ese proceso, aunque lo dudo. Siempre he creído que el beso va cargado de amor, compasión, consuelo, odio... —vaciló un poco después de esa afirmación— Ninguno de los desprogramados podría sentir tanto eso como para tener la necesidad de demostrarlo con un beso. Sin embargo, creo que los esposos se llevan muy bien; ya sabes, compatibilidad de caracteres y todo eso que hace de este un lugar mejor —acentuó la última frase con ironía—, así que considero bastante creíble que se jueguen bromas o tengan alguna atracción de carácter sexual.

Tragué saliva, ¡qué embarazoso podría resultar esto!

—Perfecto. Entonces debe parecer que te quiero llevar a la cama cada cinco segundos.

Rió, sin rastro de humor.

—No creo que sea eso, aunque se asemeja. Creo que hasta en esto, donde el gobierno interviene completamente, debe existir algo que te ate con la persona a la que estás unida por un hijo o algo parecido. El sexo podría ser la base de esto.

—No siento que podría estar atada a alguien por sexo.

—Por supuesto también podemos tomar en cuenta el poder, el dinero y el resto de atractivos. Yo sí estaría con alguien por sexo, ¿qué más puedes pedir, eh?

Amor... susurró una voz en mi cabeza. Pero eso sólo era porque muy dentro de algunas centrales nerviosas de mi cuerpo, existía esa chica para la que todo era justificado con un poco de amor, una chica que soñaba con el amor como el de los libros que se había encargado de leer en la clandestinidad.

—He llegado a la conclusión de que tú no desearías pedir nada más.

—Estás en lo correcto —concordó—. Para mí eso bastaría y sobraría.

Intenté desviar el tema de conversación.

—¿Hay algo más que deba saber?

—Supongo que muchas cosas, porque sólo te he introducido a lo básico, y aunque es importante que sepas cada detalle, hay cosas que te puedes inventar u ocupar de ti. Clara —por primera vez, se dirigió a mí con ese nombre, por lo que supe que esto se estaba tornando serio—, quiero que sepas que sea lo que sea que descubramos mañana, pasado y después, te ayudaré.

Me recargué en el asiento, hundiéndome mientras deseaba que éste me tragara y me escupiera en otra galaxia o algo así. Pasamos muchas ciudades hundidos en el silencio sepulcral que dejaba nuestro miedo a ser descubiertos. Él moriría, yo sería torturada, tal vez por mi propio padre.

—Estamos en Arlín, cerca de nuestro destino —susurró Gabriel, mientras despejaba mi mente.

—¿Cerca de aquí tomaremos el helicóptero?

—Sí. Necesito que estés muy despierta y que intentes arreglarte un poco.

La noche pintaba muy cálida, por lo que no me molesté en ajustar la cantidad de ropa que llevaba encima, pero pensé en todos esos papeles y todo lo que no había ensayado antes, las preguntas que de pronto me nacieron sobre Clara y Alejandro, momentos que me habría gustado crear en mi mente sobre ellos, pero callé. Agarré la mochila del maquillaje y ajusté lo poco que sabía. Me veía igual de natural que antes, pero tenía más color gracias al rubor y se me notaban más los ojos gracias al rímel.

—Clara, baja ahora.

El auto estaba aparcado frente a una gran plaza. Varias filas de autos increíbles se extendían en el camino que llevaba a la entrada del centro comercial. Las luces estaban prendidas por todos lados, pero al mirar al cielo no encontré el rastro de ninguna estrella.

—¿En dónde estamos?

Él tomó mi mano al mirar varias parejas tomadas de la mano, y me sonrió.

—Es una plaza comercial llamada Marten. Han adaptado un helipuerto del otro lado del estacionamiento, para la llegada y salida de gente importante. De ahí partiremos.

—¿Somos gente importante?

—Más de lo que ellos piensan.

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