»Prefacio.

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De mi casa a la de Kelly había una distancia corta, pero el tráfico y otros factores hacían que mi recorrido durará cerca de cuarenta minutos, por lo que salí una hora antes de casa para recogerla. Aquel día era demasiado especial como para arruinarlo por algunos minutos de retraso aunque a ella no le molestaba la impuntualidad. Quizás sí aún viviéramos en las instalaciones del colegio, no hubiera tardado más de diez minutos de su dormitorio al mío, pero éramos de las personas que preferíamos la libertad en vez del asfixiante torrente de alumnos en los que estaba sumergida Harvard.

Mientras conducía, no podía evitar mirarme de vez en cuando en el espejo. El cálido viento del oeste soplaba y me despeinaba, cosa que me exasperaba; quería lucir perfecto para ella, ya que Kelly siempre lucía perfecta para mí. Estos pensamientos, y mis profundos sentimientos hacia la linda irlandesa me habían llevado a tomar la decisión de sorprenderla esa noche, y en verdad, esperaba lograrlo.

Giré en una esquina, alejándome del pesado tráfico de Cambridge. Estacioné frente al mugriento y pequeño edificio donde estaba su departamento, y me quedé esperándola. Ella era en realidad originaria de Ohio, pero había pedido una beca para Harvard gracias a sus excelentes calificaciones. Sonreí de forma involuntaria al recordar la primera vez que le vi; despeinada, con gafas y un enorme cerebro conformado de muchas ideas alocadas la distinguía del resto.

Me miré en el espejo una vez más. Me sentía un tipo con cierto narcisismo, pero de verdad no quería arruinar nuestro momento de ninguna forma posible. Mi cabello seguía peinado, mi colonia aún tenía olor, mi traje seguía planchado, Pero... ¡Tenía un frijol en el diente!

—Mierda, mierda...—susurré. Justo cuando pensaba en que debería hacer, mi celular vibró. Olvidándome de mi dentadura, saqué mi móvil con rapidez; me encontré con un mensaje de texto con el nombre de Kelly.

"Ya bajo, Edgar".

Apurado y nervioso, abrí el maletero de mi viejo Tsuru. Con los ojos busqué alguna herramienta que pudiera ayudarme, y me topé con unas pinzas para las cejas que mamá solía guardar ahí cada vez que la llevaba de compras. Resoplé, las tomé y las dirigí a mis dientes.

—Hoy no, maldito —hablé al frijol entretanto atoraba la pinza en la hendidura de mis dientes. Estaba atascado, por lo que me costó tomar el pequeño trozo.

Después de unos segundos de sudor intenso, logré deshacerme del pequeño intruso, sacándolo por la parte frontal de mi colmillo. Me miré en el retrovisor el resto de la boca en busca de algún otro, y al no ver nada, guardé las pinzas en el maletero, suspirando.

—Malditos cepillos con cerdas especiales.

Mi celular rompió la quietud que había venido tras mi intensa labor bucal con otra vibración; pensé que a Kelly le había surgido algún inconveniente y me pospondría la cita. Rogando porque no fuese así, lo tomé de encima del tablero, al hacerlo vi que Lucas Allen me llamaba.

— ¿Había tarea de Literatura? —preguntó mordaz.

—No —respondí—. Pero sí de filosofía.

—Se me olvidó. Tendré que cepillarme a la maestra para que lo olvide todo.

—Ya te vas a graduar como abogado, ¿Y aún usas ese vocablo? —le reprendí—. Qué vulgar.

—Mil disculpas, Edgar duque de la educación —se mofó, pero no le prestaba atención; miraba distraídamente hacía la puerta del departamento de mi novia—. ¿Estás ocupado? Estaba pensando en que podríamos ir por ahí, conseguir algunas nenas...

—No puedo. Estoy con Kelly —atajé.

—Llevas dos años con ella, Ed. ¡Dos años! Y a lo que tengo entendido jamás te la has tirado, ¿Acaso vas en serio con ella?

Lo que dicen los muertos.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora