Los rayos del sol se filtraron a través de las paredes raídas. Tanto como la luz, como el calor eran débiles. Y era por el invierno, el cual nos tenía casi congelados, lo que trajo a mi memoria varias cosas mientras me estiraba. Recordaba las lecciones de historia universal impartidas por Mrs. Johnson, quién había hablado con su ardiente tono sobre el "invierno hambriento". El cual consistió en que los alemanes dejaron sin suministros a las personas de Holanda, y los recursos se agotaron mucho antes de que acabara la temporada. Al final del invierno, habían muerto más de veinte mil personas sólo de hambre. Pero eso no ocurriría hasta dentro de un año, por lo que, todo estaba bien. O es quería creer.
Me abroché el cinturón del traje poniéndome en pie, y me fijé en Roy que miraba de forma insistente a los pequeños en el rincón.
— ¿Roy? —me acerqué y coloqué una mano en su hombro.
— ¿Qué les pasará? —su tono era de preocupación.
—No lo sé —respondí.
—Cargaremos con ellos —siseó Bertie, el cual se ajustó el arma en la espalda—. Ya veremos que hace el ejército.
Hice una mueca, pero sin decir nada en voz alta, me acerqué y tomé al más grande en brazos; su rostro estaba cubierto de hollín. Había algunos cortes en su cuerpo gracias a la carrera nocturna. Pero emanaba tanta tranquilidad, que le envidaba de una forma brutal. Suspiré, acomodando su cabello. Me sentía algo más viejo que un mes atrás cuando había llegado a aquella época.
"Sí vuelvo a vivir " pensé, saliendo por la destartalada puerta "Promocionaré todos esos grupos que están contra el alcohol, e incluso, haré una propuesta para que se prohíba en el país". Quizás sonaba algo extremista, pero no me gustaría ver por ejemplo a Edward Knight, el chico más bajo y débil de mi clase de derecho en aquel lugar.
Al salir a la calle hice un esfuerzo por no vomitar a pesar de las arcadas, pues frente a nosotros estaba un verdadero cochinero; ojos, brazos, cabezas, cuerpos a mitades. Todo aquello era demasiado fuerte para mi cerebro que jamás había tenido contacto con algo inhumano, por lo que cerré fuerte los ojos durante un momento, y al abrirlos observé el cielo; azul y pálido. Sabía que la nieve llegaría en cualquier momento. Prefería caminar a tropezones, que ver una vez más la cara de un alemán, o alguna señora destrozada.
En el centro de la ciudad se había armado un campamento de manera improvisada en el viejo edificio de gobierno, donde a pesar de la temprana hora, todos nuestros compañeros corrían de un lado a otro; algunos llevaban heridos en camillas, otros habían ido a recolectar armas. Al entrar sólo se podía escuchar estruendo, estruendo, y más estruendo.
—Soldados —el teniente Peters nos interceptó antes de que pudiéramos dar un sólo paso más hacia el interior del edificio—. No hay mucho tiempo, así que muevan su trasero hacía la parte de atrás para que los examinen las enfermeras calificadas, después irán por la ciudad realizando un censo rápido para saber el estado de la población, ¿Alguna duda? —los tres negamos con la cabeza, pero Roy habló de pronto.
—Teniente, anoche el soldado Rivas rescató a estos pequeños de las manos de los alemanes —el teniente me vio fijamente, y quizás en otro estado de ánimo me habría apenado por la mención, pero en aquel momento me sentía un poco indiferente—. ¿Qué hacemos con ellos?
El teniente pensó bastante, antes de responder:
—Llévelos al comedor del piso de arriba. Después, busquen a sus familiares.
—Su madre fue asesinada anoche, teniente —dije.
—Entonces que se marchen.
— ¿Habla en serio? —pregunté, incrédulo.
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Lo que dicen los muertos.©
Historical FictionEn el día que sería el más feliz de su vida, Edgar Rivas, un lacónico alumno de Harvard a punto de culminar sus estudios, sufre un severo accidente donde pierde la vida. Sin embargo, gracias a la ayuda de su ángel guardián, le es concedida una oport...