»Capítulo 1.

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Cuando desperté me vi encerrado en lo que parecía un cubículo. Con ojos somnolientos exploré el sitio a donde había ido a parar: Las paredes extremadamente blancas con algunas resquebrajaduras; frente a mí, la puerta que me atrapaba era de madera. Parpadeando, confundido, bajé la cabeza y fue cuando me di cuenta de que estaba sentado en un inodoro que no se parecía en nada a los de mi casa. Fruncí el ceño, palpando todo lo que existía alrededor, pero no encontré nada en aquellas superficies lisas que me produjeran algún sentimiento de anomalía.

De pronto, súbitamente a mi memoria, llegaron los acontecimientos que me habían llevado a aquel sitio. Recordé todo: La cena, el bar, y el choque... Un mareo me invadió, así que me sujeté con fuerza de la pared para no caer hacia adelante; lo que menos necesitaba era lastimarme más.

— ¿Edgar?

Me quedé quieto, aferrado a la pared. No me atreví a respirar siquiera. Ese era mi nombre, pero no lo había dicho una voz conocida, se escuchaba como el fantasma de lo que alguna vez había sido una voz.

— ¿Edgar? —repitió, después de algunos segundos—. Sal de ahí; es tarde, y aún queda mucho por hacer. 

Abrí la puerta, temeroso: Una luz blanca, parecida a la que ven los recién nacidos al llegar al mundo, me cegó por completo. Cuando pude ver bien, me di cuenta de que en realidad era sólo la luz del Sol golpeando los blancos lavamanos de aquel baño tan extraño, tan viejo...

— ¿Estabas durmiendo ahí dentro, eh? —Giré mi cabeza de forma violenta a la izquierda; junto a mí se encontraba un tipo alto, de dos metros a lo menos; sus ojos eran café, y su piel morena rayaba en lo oscuro. No era calvo, pero su cabello estaba demasiado corto. Algo que me llamó la atención fue la sonrisa que me ofrecía; blanca, bondadosa, afable. Fruncí los labios; olía a limpieza. Al fijarme en su ropa, pensé que no se podía esperar otro olor de aquellos pantalones caquis tan impolutos.

— ¿Quién eres tú? —balbucee, asustado, ignorando su figura.

—Me llamo Bertie.

— ¿De dónde me conoces, Bertie?

—Desde que eras un bebé, Edgar —aseguró, acercándose a mí—. Ven, tenemos que irnos, se nos hará tarde pero... No tenía el valor de despertarte... —comenzó a decir a la vez que caminaba hacía la salida de aquellos baños. Yo alcé una ceja; me quedé quieto en medio del lugar, viendo como "Bertie" charlaba con interés conmigo, como si fuera mi mejor amigo del preescolar. Estaba loco sí creía que lo iba a acompañar a donde quiera que iba.

Se detuvo frente a la puerta, viéndome indeciso.

— ¿Qué ocurre? —preguntó.

"Debe ser algún doctor del hospital. O un enfermo de psiquiatría" Intenté deducir, pero al verme mis ropas me di cuenta de que no tenía la típica bata de color blanco con la que se ve todo el trasero. Eran sólo unos pantalones de vestir idénticos a los de "Bertie" y una playera de tirantes blanca.

—Edgar —Bertie me tomó por el hombro, provocando en mí exaltación—. Sé que estás confundido, pero si me sigues podré explicártelo todo... Lo prometo.

— ¿Quién eres? — le pregunté.

—Tú ángel guardián.

El aire y las fuerzas me abandonaron; tuve que apoyarme contra uno de los lavamanos.

— ¿Mí qué?

—El ángel de la guarda, ya sabes —le restó importancia al asunto con la mano—. El que te recibe en tu nacimiento, el que vela por ti, el que duerme junto a ti, te escolto a todos lados siempre. Estaré contigo hasta el final de los tiempos, y bla, bla, bla...

Lo que dicen los muertos.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora