»Capítulo 12.

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A mediados de Diciembre mi mayor temor se hizo realidad: Comenzó a nevar. El frío hacía presencia física a través de pequeños y casi invisibles copos de nieve que se arremolinaban en el aire formando montones de cerros blancos en la tierra. Aunque no había ya gigantescos aires, el frío era latente. Llevábamos una semana caminando en aquel bosque, y aunque preguntábamos al capitán del paradero del próximo pueblo, él se limitaba a responder "Está lejano. Manténganse alerta".

Roy caminaba con nosotros; la herida ya estaba mucho mejor, y según esto casi no le dolía. Lo que me hacía sentir bien y mal.

Un día no tan frío ocurrió algo extraño; la extensión de bosque terminó. Todos nos detuvimos antes de salir de él, ya que frente nuestro estaba una gran pradera; sin muchos árboles, y hierba tan alta que nos llegaba a la cintura. El capitán observó con detenimiento el lugar, y después de varios minutos, se giró a vernos.

—Sí queremos llegar más pronto a Hilversum debemos atravesar por aquí.

— ¿Por qué a Hilversum? —preguntó Tanner.

—Ahí hay un pequeño pelotón de espionaje donde deben tener comunicación, y lo que necesitamos en éste momento es comunicarnos y decir que la misión ha fracasado. Necesitamos órdenes de arriba —Griffin torció la boca, y ante éste movimiento el capitán se cruzó de brazos—. Parece ser que tiene una mejor idea, soldado Griffin, sí es así, me gustaría que la expusiera ante el grupo.

—No, no señor...

— ¿Entonces porque me hace esa cara, Griffin? —El capitán dio un paso hacía él, desafiante.

—No, no señor. Es un tic facial que me da cuando tengo frío.

—Pues cúbrase... Señoritas —les dijo a las enfermeras—. Denle su manta al soldado, que tiene frío.

—No es necesario, señor.

— ¿Alguien más tiene alguna idea, objeción? —preguntó el teniente, regresando a su posición. Nadie dijo nada—. Bien. Vámonos.

Él puso un pie en la pradera, y después ambos. Todos lo siguieron, yo también, pero algo en mi estómago me hacía un nudo que me decía que algo no andaba bien. El silencio, la libertad, el sol sin emitir calor dándonos de lleno en el rostro...

— ¿Qué hacía antes de venir aquí? —Helena se colocó a mi lado. La miré, confundido de que me tratase de nuevo de usted, pero quizá lo hacía porque había más personas escuchando.

—Estudiaba leyes. En Harvard —respondí, afianzando el rifle contra mí.

—En pocas palabras, es un niño mimado —intervino Griffin.

— ¿Qué hace y que no hace a un niño mimado, señor Griffin? —replicó Helena de forma educada.

—Los niños mimados tienen dinero, estudios, y están aquí sólo por dos cosas; por idiotas o porque en verdad le encuentran amor a ésta profesión.

—Y usted, Griffin, ¿Es un idiota o ama la profesión? —dijo el Teniente, que como todos, escuchaba.

—Yo no soy un niño mimado. Yo quedo exento en la categoría.

—Pero está aquí por algo —murmuró el teniente, que se detenía de vez en cuando viendo hacía todos lados.

—Todos están aquí por algo, ¿Por qué debo de decir yo mi razón?

—Porque su teniente Capitán al mando se lo ordena —el capitán hizo la primera irrupción en la charla.

Griffin, bufando, murmuró:

Lo que dicen los muertos.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora