»Capítulo 23.

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Bertie cumplió su palabra; cuidó de Roy como sí se tratara de mi propia persona. Niko por las noches me contaba, entre asombrado y confundido lo amable y buena persona que era Bertie Johnson con Roy Williams. Parloteaba sin parar de las acciones nobles que le nacían, como era picar la escarbada tierra por Roy, interceder por él ante el Herr Komandant siempre que era necesario, ayudarlo a descansar, e incluso, conseguirle buena comida de las cocinas. Yo asentía, observándolo cenar mientras su boca llena de repudiable col se movía sin parar. Desde que trabajaba con Derek la cena era algo que me venía sobrando, por lo que la cedía al resto, sintiéndome así un poco mejor con mi consciencia.

No obstante, la comida que Frederika me obsequiaba, la ayuda de Bertie, y la compañía que nosotros le brindábamos a Roy no era suficiente para reestablecerlo. Por el contrario; su decadencia era notable, tanto que temía verlo. Cuando pasaba junto a él giraba mi cabeza a otro lado, evitando su mirada o su esquelético cuerpo, que semejaba al de un cadáver próximo a la descomposición. En las noches, ésta situación contribuía al insomnio que se había vuelto mi mejor amigo de penas e infortunios. Pasaba las noches escuchando los estridentes ronquidos de mis agotados compañeros, mientras que mis ojos revoloteaban de un lado a otro buscando o intentando dibujar algún punto invisible para posar la mirada. Pensaba. Lo hacía demasiado. Pero prefería pensar en la realidad, que verme involucrado de nuevo en otra angustiosa y agonizante pesadilla que mi subconsciente fabricaba con ayuda de la culpa que no cesaba de golpear mi destartalada mente. Prefería pensar; en mi nueva vida, la que vendría después de todo esto. En mi hogar, en mi tía María, en la televisión y en mi título universitario. En el despacho de abogados que me contrataría, porque sí, al fin de cuentas, yo abrigaba la esperanza de salir vivo.

Fue el veintisiete de Febrero de mil novecientos cuarenta y tres cuando mis esperanzas fueron asesinadas de forma vil. Ese día era de descanso improvisado para todo el barracón, exceptuándome a mí que mis funciones eran asignadas por Derek Müller con quien debía asistir de forma constante para lograr de forma exitosa el aprendizaje del idioma. Derek sabía que era día libre, por lo que relegó las funciones para la tarde, teniendo así la mañana libre para mí y mis amigos, sí se les podía llamar así.

Roy, Niko, Bertie y yo formábamos un círculo en el piso. Era preferible el duro suelo de cemento que los camastros con pulgas. Pronto aquellos pequeños adefesios de cama comenzaron a formar más plagas, y por consiguiente muchos de nuestros compañeros terminaban en cuarentena. Niko, por ejemplo, tenía el cuello lleno de sarna por la infección que uno de sus consortes de litera había sufrido. La pus y la sangre a veces se podían observar por debajo del cuello de su camisa, pero él no quería hablar. Sabía que eso le podía conllevar consecuencias graves, como lo era un tratamiento especial con Zyklon B.

— ¿Saben que harán al salir de aquí? —Al preguntar, Niko me recordó la primera vez que vi a James Carter.

—Sí, seré un gigoló. Ahora entiendo que la vida es muy corta —respondió Bertie, con la sonrisa característica de él adornando sus labios.

— ¿Un gigoló? —Niko arrugó el ceño, de manera infantil. Por mi parte, me dedicaba a observar el fantasma de Roy Williams. El cabello que le había crecido aquellos dos meses había dejado de tener un suave y estético color rubio, y ahora era verdoso oxidado; sus ojos eran azules incoloros, débiles e inexpresivos. Sus manos eran huesudas, al igual que el resto de su cuerpo. Y quizás, lo único que todavía conservaba algo de vida en aquel semblante, eran sus labios rosados con varios fuegos sanguinolentos en cada uno de ellos.

— ¿Eddie? —la voz de Niko me distrajo de mis pensamientos.

—Yo seré un abogado —me limité a responder.

Lo que dicen los muertos.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora