Al día siguiente, entre Roy y yo nos encargamos de cuidar a los prisioneros. A la luz del día las facciones de Derek (ya que así se llamaba) se veían menos duras que la de los otros que habíamos conocido en los campos de batalla. A su lado, la encogida Batsheva permanecía con la cabeza baja, dando traspiés con cada roca que sus temblorosas extremidades encontraban. La lástima todavía rondaba mi corazón.
—Soldados, estamos a menos de cien metros de Hilversum —informó el capitán. Era cierto, ya que desde nuestra posición podíamos ver a la perfección las casas pequeñas que conformaban a tan ansiado pueblo—. No sabemos en qué lugar están ellos exactamente, pero no podemos adentrarnos en la ciudad portando esto... —fue entonces cuando Griffin tiró una tela en forma de bolsa. La abrió y sacó de ella varias ropas de campesino. Sabía que las habían cogido de la granja donde estaba el capitán Green y su pelotón.
—Se vestirán de forma inmediata. Como pueden ver el bosque termina en unos metros más, así que no podemos arriesgarnos a que les metan plomo quitándose la camisa —nos explicó el teniente Peters—. Muévanse, tienen dos minutos. Sus ropas las meterán en la bolsa al igual que sus armas.
—Sí, señor.
—Señor Müller, acérquese por favor —pidió el capitán. Derek caminó hacia él con paso seguro. Me imaginaba que planearían ahora la estrategia.
—Les dije que tenían dos minutos, Rivas —el teniente Peters me tapó la vista—. ¿Sabe que ya llevan uno y medio?
—Perdón, señor.
—Muévase. ¡Ya!
Me alejé de ellos y me acerqué a Bertie y Roy que se cambiaban apurados. Un campo minado sólo quería decir una cosa: Explosiones. Ceguera. Un verdadero juego de azar, donde el ganador es el favorecido por Dios y la muerte. El hombre que pudiera cruzar seguro fue ayudado por ángeles y todo el coro celestial.
—Dime que tienes visión lasser y puedes ver a través del suelo —le murmuré muy quedo a Bertie.
—Soy un ángel. No un experimento de Charles Xavier —Me replicó en tono de sorna.
—Muy gracioso. Sabes a lo que me refiero.
—Sí eres astuto y sigues las indicaciones, quizás. Pero... ¿Él podrá? —señaló a Roy con la cabeza, que intentaba quitarse la ropa sin mucho éxito.
—No sé —Roy era mi barrera. Al parecer, Roy siempre sería la persona que se interpondría entre yo y Kelly. Entre yo y mi vida.
—Pues te sugiero que lo sepas ya.
—Demonios —murmuré.
—Qué boca —Bertie se persignó. Rodé los ojos, fastidiado. Ya vestido de campesino, me acerqué a Roy que apenas estaba por ponerse la camisa.
—Escúchame muy bien —le dije—. Esto es quizá lo más peligroso que hayamos hecho hasta ahora. Tú debes de seguirme, ¿de acuerdo? No te separes ni de Bertie, ni de mí... Corre rápido si así lo indican, no más de medio metro de despegado de nosotros, ¿Está bien?
—Sí, Edgar —asintió, abrochándose los botones—. Haré lo que pueda.
—No es suficiente con eso. Tienes que jurarme que lo harás.
—No puedo jurarlo, no lo sé...
— ¡Maldición, Roy! —susurré, apurado—. Sólo debes de seguirnos, no es tan difícil.
—De acuerdo. Juro que te seguiré.
—Bien...—iba a hablar, pero al girar mi cabeza a la derecha, vi a Batsheva. Sola. Estaba recargada contra el tronco del árbol. Suspiré, y dejé a Roy cambiándose. Al parecer, el teniente y el capitán todavía estaban muy ocupados, por lo que me acerqué a ella.
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Lo que dicen los muertos.©
Historical FictionEn el día que sería el más feliz de su vida, Edgar Rivas, un lacónico alumno de Harvard a punto de culminar sus estudios, sufre un severo accidente donde pierde la vida. Sin embargo, gracias a la ayuda de su ángel guardián, le es concedida una oport...