Me encontraba en la cantera terminando de cavar. Lo hacía con entusiasmo inusual, lo que era un caso bastante peculiar. Justo cuando terminé de lanzar el último montón de tierra, el día se nubló por completo. Alcé el rostro y me fijé que mis compañeros habían desaparecido, más el sitio no estaba vacío: En su lugar estaban ellos. Todos los muertos que habían perecido el más vivo terror en las cámaras de gas. Me miraban, y en sus cuencas vacías podía reflejar mi propio terror. Viré mi cabeza a todos lados en busca de la escapatoria de aquél infierno, pero en vez de encontrar algún aliciente, la vi a ella. A Helena, cuyos ojos carecían de iris; no tenía un solo mechón de cabello, y sus miembros desnudos se mecían suavemente al compás del viento que acontecía.
— ¿Por qué me mentiste, Edgar? —Su voz no sonaba como tal; su timbre cálido y tierno era sustituido por un llanto metálico y frío—. Dijiste que todo estaría bien.
— ¡Lo siento! —grité, tirando la pala lejos—. ¡Lo siento! —lloriquee. Me pasé varias veces las manos por el cabello; debía salir de ahí a como diera lugar, porque aquella situación no lograría soportarla por mucho tiempo.
Corrí con lágrimas en los ojos hasta la escalera que nos era proporcionada para salir de los agujeros una vez terminada la jornada. Corrí, y corrí, lejos de ellos. Sin embargo, correr no era suficiente para escapar de lo que somos, y lo que fuimos, por lo que al llegar a la escalera ahí estaban de nuevo. Helena al frente, y ahora James Carter la acompañaba. El lugar donde debía estar su pierna sangraba profusamente.
—Lo prometiste —dijeron ambos a la vez.
— ¡Lo siento, lo siento! —Sus voces, los recuerdos y el dolor lograron torturarme al punto de hacer que mi cuerpo débil se doblara por la mitad—. Yo no quería... Yo no quería... —el llanto afloró de mi parte, haciéndolo inevitable.
—Confiamos en ti. Y míranos —sus voces sonaban molestas y decepcionadas.
Caí de rodillas contra la tierra. Alcé la mirada y vi sus siluetas confusas por las lágrimas que caían de mis ojos. Mi nuez de adán subía y bajaba agitada por todo el dolor que mi mente trataba de procesar. Ambos me miraban reprochándome, aunque no tuvieran ojos en sus cuencas. Lo sentía, Oh, ¡De verdad lo sentía! Pero no estuvo en mis manos salvarlos. Hice un puchero intentando retener las lágrimas un poco más.
—Por favor, no fue mi culpa...—murmuré haciendo un último esfuerzo.
—Míranos —repitieron ellos—. ¡Míranos! —más voces se les unieron. Las voces de todos los inocentes que habían sufrido la crueldad de los campos—. ¡Míranos! —pronto fueron decenas, centenares, millares. ¡Estaba ante un ejército de almas inconformes! Todos me acorralaban en aquel agujero, donde la sangre que salía del cuerpo de James comenzaba a inundarlo.
— ¡Piedad, piedad! —Gimotee en el piso, hecho un ovillo—. ¡PIEDAD!
—Míranos —repetían.
La sangre comenzó a manchar mi cuerpo y también a subir. Yo estaba devastado, no podía mover un solo musculo sin sentir en él, el peso de la culpa. No quería hacer nada para evitar mi fin; me lo merecía. Merecía que me cocinaran, que me colgaran o me fusilaran. La sangre comenzó a hundirme, pero sólo acertaba a llorar con fuerza, viendo a todas las almas que reclamaban justicia. Lo siento por ellos, de verdad lo hago.
—Nos fallaste a todos los que confiamos en ti —susurró aquella Helena.
—Yo...no quería...
La sangre viscosa y caliente entró en mi boca. Sabía a metal. Intenté escupirla, pero al abrir la boca más líquido se abrió paso en la cavidad. Arrugué el ceño asqueado, pero muy pronto comprendí que me ahogaría en ella. En la sangre, no sólo de James, sino de todas esas personas que murieron injustamente. Así, con presteza me vi hundido en un río de plasma fantasmal. El oxígeno desapareció, y antes de que yo lo hiciera para siempre, él apareció junto a Helena. No sonreía; sus ojos ensombrecidos por la amargura, delataban lo decepcionado que estaba de mí.
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Lo que dicen los muertos.©
Historical FictionEn el día que sería el más feliz de su vida, Edgar Rivas, un lacónico alumno de Harvard a punto de culminar sus estudios, sufre un severo accidente donde pierde la vida. Sin embargo, gracias a la ayuda de su ángel guardián, le es concedida una oport...