Epílogo.
21 de Marzo del 2018.
El día era lúgubre. Correspondía a la perfección con los acontecimientos que se desarrollaban en él. El negro caracterizaba a más de la mitad de las personas que visitaban el cementerio de Santa María, en Londres. Un hecho desafortunado; la pérdida de un ser querido no era fácil, y menos de aquel que había visto su fin dos días antes.
El cortejo fúnebre era largo. Además de haber sido una persona amada y querida por todos aquellos que le conocieron, había sido un científico millonario que invirtió toda su vida en busca del bien común. Se decía que su corazón había sido tan grande, que había cedido su coche a una familia de escasos recursos sólo para que transportaran a un enfermo de gravedad.
La tumba estaba cavada, el ataúd colocado en la superficie de ésta oprimía más el corazón de los hijos, nietos y bisnietos que le lloraban sin descanso. El cura dio su última oración, y la tumba comenzó a descender en el hoyo profundo, aproximándose a su desaparición del mundo de forma eterna.
La tierra echada, selló el sepulcro. Al ver nada más que tierra donde antes había estado el cuerpo, tanto conocidos como amigos y familiares se echaron a llorar. Los llantos lastimeros profanaron a los muertos que, en silencio, rindieron a su manera tributo al que acababa de ser enterrado. Hombres y mujeres se acercaron a la tumba. Todos anhelaban un momento a solas con el sepulcro de aquel hombre que había marcado sus vidas. Los pacientes lograron obtenerlo, y el resto abandonó el panteón con el corazón pendiendo de un hilo.
Cuando todos se hubieron marchado, Edgar Rivas quién había presenciado la ceremonia oculto tras un árbol, salió de su escondite; en su manos se agitaba con la brisa un clavel blanco envuelto en un moño negro. Caminó con pasos firmes hasta colocarse frente a frente con la lápida de mármol blanco. La contempló durante largos minutos, y al término de estos se inclinó dejando la escuálida flor entre las otras que adornaban la tumba.
—Fue un gran, gran hombre —murmuró a su lado un anciano, encorvado. Estaba enfundado en un traje negro, y lo más notable de su figura, era una extraña cicatriz en su cuello. Edgar lo observó, absorto por un momento.
— ¿Le conoció? —Interrogó, arqueando una ceja.
—Sí... —la voz era tranquila, pausada. Lo contrario a sus ojos azules que estaban hechos un torrente de lágrimas—. Fuimos compañeros de infortunio. Gracias a él y otros compañeros logramos ser los únicos que escapamos de Auschwitz. ¿Sí sabes que es eso, verdad, jovencito?
—Claro —Edgar se metió las manos a los bolsillos. El viento sopló y revolvió los cabellos grises que adornaban la cabeza del anciano.
—Él, y otros dos se convirtieron en mis amigos —susurró viendo la tumba—. No recuerdo a los otros dos, ya que desaparecieron, pero... Los llevo aquí —se señaló el corazón—. Su voz, su ayuda, y todo lo bueno se grabaron con fuego. Jamás les pagaré lo que hicieron, como lo hice con él —colocó una boina en su cabeza, y le dirigió una sonrisa afable a Edgar—. ¿Era algún pariente suyo?
El castaño ladeó la cabeza, viendo la lápida. Se contuvo para no decir que fue su hermano.
—No. Un buen amigo, solamente —le devolvió la sonrisa.
—Qué suerte que le conociste —el anciano puso una mano en su hombro, y se alejó de ahí.
Al verse solo, soltó un suspiro. Le había costado bastante asimilar el hecho de que todo era real. De que había hablado con alguien real, de un hecho que ahora parecía un sueño lejano. Vio de nuevo la tumba, sonriente.
—Lo logramos —murmuró a la lápida—. Pasaste de ser "un número más" a uno de los hombres más importantes y queridos de Gran Bretaña —colocó una mano en la losa. Cerró los ojos dejando que el aire primaveral de la época lo llenara. Parecía tan lejana toda su odisea ahora que se había convertido en un hombre completamente nuevo. Debía admitir que aquella amarga experiencia lo había ayudado a ser la persona correcta que siempre quiso, arrepintiéndose quizá solamente de haber tenido que aprender por las malas.
— ¡Edgar! —gritó su esposa a la distancia. Para ella era un poco difícil tener la misma paciencia que él, ya que en sus brazos cargaba un bebé de apenas dos meses de edad.
— ¡Ya voy, cariño! —devolvió él, abriendo los ojos. Echó un último vistazo a la estela, asintió de forma paulatina, mientras una sonrisa nacía en su boca—. Gracias por todo. No te olvides de darle mis saludos a James y a Helena. A ella, dile que es difícil de olvidar, y que su madre estuvo orgullosa de ella —siseó y se alejó de aquella lápida sencilla que rezaba así:
1922 – 2018
Roy Arthur Williams
En memoria de sus hijos, nietos y bisnietos.
«En verdad, quien me encuentra, halla la vida
y recibe el favor del Señor. »
Agradecimientos:
¡El final, final!
Ha sido una aventura muy rápida, y muy difícil. Escribir ésta historia me ha dejado una marca dura en la sensibilidad. Debo confesar que hubo momentos en que yo misma quedaba sorprendida y horrorizada por todo lo que ocurrió en esa época (A pesar de haber raspado la superficie, apenas)
Quiero agradecer ahora, sí, a:
Mis lectores. A todos los que llegaron a ésta parte, fieles a la aventura de Edgar.
A mis chicas que me siguieron de cerca.
A Kay, Romina, TheQuiteEspian, Lizquo por sus comentarios. Por estar acá en lo difícil y en la abundanza. Dedico todos mis capítulos a ustedes. Ustedes que me hicieron seguir adelante aún y cuando no podía. Que me pintaron una sonrisa en el rostro, y que motivaron a mi protagonista a seguir. Chicas, ustedes fueron mi motor principal.
Gracias mamá, por decirme qué tenía que escribirte un libro. Aquí está. Como lo prometí a inicios de año.
Gracias a los que creyeron en mí.
A todos los que hicieron portadas (Y al último, creo que la seguiré cambiando) ¡A ellos mil gracias!
A mis fantasmas hermosos que disfrutaron esto, gracias.
En fin, gracias a todos, todos.
Y éste, no es el fin. Porque la vida tiene más principios que fines, chicos.
Con mucho cariño,
W.
ESTÁS LEYENDO
Lo que dicen los muertos.©
Historical FictionEn el día que sería el más feliz de su vida, Edgar Rivas, un lacónico alumno de Harvard a punto de culminar sus estudios, sufre un severo accidente donde pierde la vida. Sin embargo, gracias a la ayuda de su ángel guardián, le es concedida una oport...