Poco me importaba saber la razón de mi arresto. Estaba perdiendo a Antonela, y eso no podía permitirlo. Dos días pasaron, y nada volvió a ser igual que antes.
Todo error tiene un castigo, y en realidad no sabia bien en que me había equivocado.
Ivana y Antonela, eran dos caras de una misma moneda. En el tiempo que estaba con ellas no podía evitar ser arrastrado por mis sentimientos impulsivos.
El amanecer de aquél día rojizo que vi al despertar pudo ser una advertencia.
Debia sospechar que mi futuro corria peligro, que la verdadera razón de mi muerte no iba a ser un simple accidente. La rueda de la mala suerte, se había detenido en la intriga, jugando con mis nervios, reclamando liberar la locura retenida por la paciencia, que cada vez se desvanecia.
Sin embargo, trataba de calmar mis nervios de la manera más sana.
Ni bien terminé mi trabajo,fui a mi casa a cenar junto a mi familia.
El picante de pollo alegró mi vista, pero lo mejor fue haber estado con ellos de nuevo. Las sonrisas en la mesa brillaban como las estrellas, que a medida que pasa la noche desaparecen.
Solo quedaron dos pero brillaban con la intensidad de la luna.
Mi padre fue hasta el patio justo después de verme encender un cigarrillo. Apoyado a la pared que yo había construido más de cinco veces, durante mi adolescencia rebelde y observando al Flaco comer con la misma impaciencia que yo lo hacía cuando estaba preso.
-Espero que eso no se te vuelva un vicio-Dijo mi padre
-Lo hago cuando quiero pensar-dije soltando el soplo gris de mi boca.
-Entonces ya no tenés mucho que pensar, podes volver aquí a la casa.
Ya lo había pensado antes, pero no quería parecer un cobarde y huir, estaba dispuesto a enfrentar los obstáculos y perder con dignidad, pero yo no era de los que aceptaban la derrota, prefería jugar todo por algo que realmente valia la pena, como luchar por el amor de Antonela, aceptando las consecuencias.
-En algún momento, cuando todo me salga mal, y nada ni nadie pueda detener mi caida, voy a ser el primero en tocar esa puerta...ahora no.
- Los únicos que siempre van a ser los primeros en defenderte siempre estarán en esta casa.
-Lo sé, este es mi primer hogar, nunca estaría lejos de aquí.
Volvia a sentirme un niño, cada vez que mi padre me abrazaba.
A mi edad me avergonzaba, pero quien no daría todo por conternerlos un rato más. Porque esa clase de afectos, no son eternos.
Pensaba irme, porque sentía que necesitaba estar sólo y buscar respuestas, pero algunas respuestas vendrían a mí.
Mi padre me pidió que me sentara en la mesa para hablar.
-Me doy cuenta que Gustavo no se animó a decirte nada y espero que hayas comprendido la ausencia de tu primo Ulises.
-Si, lo entiendo
-Bueno, hay cosas que tenes que saber y es mejor que yo mismo te las diga. Despues de tu arresto, la policía investigo una deuda que Tomás debía desde hace que comenzó con el negocio.
Mi frente se congeló, ya eran demasiadas decepciones que traía la partida de mi tio Tomás meses atrás. Nos robaron por el precio de su muerte, que nunca pagaría la verdad...Cerraron el caso culpando a mi tío de varios disturbios y robo, confirmando que murió debido a una muerte natural, debido a su problema del hígado.
-¿Hay algo que se pueda hacer?
-Esperar...
-Quiza lo mejor sea que empiece a traer algunas cosas...
-Esperemos que Ulises pueda hacer algo, le fue a pedir ayuda a su abuelo. Yo quisiera pero estoy ayudando a tu hermano ya que también la casa poseía deudas. Ojalá todo se pueda arreglar de alguna manera. Hasta eso lo mejor es cerrar el taller, supongo que ya terminaste todo, Gustavo, encontró otro trabajo, vos deberías empezar a hacer lo mismo, podes elegir quedarte allá un tiempo, eso queda en vos.
Tantas dudas generaban temores y uno ya se había presentado sonriendo a la suerte de manera ironica justo después que yo, había sido encarcelado injustamente.
-A los que somos pobres nos toca creer y esperar...
-Si, pero no siempre Santi.
Otra vez quedaba sin trabajo, pero no pensaba irme del barrio, necesitaba tiempo para arreglar las cosas con Antonela y además cuidaría la casa.
Mis nervios me hacían temblar las manos. Necesitaba respirar y sobretodo hablar con alguien. Volví a buscar a la persona que siempre se decidia escucharme.
Vivia cerca del taller a menos de cien pasos, cuando llegue a su humilde hogar, noté que las luces estaban apagadas. No quise molestar si dormía, pero recordé que Ivana había conseguido trabajo, y era obvio que no se encontraba allí. Continúe mi paseo encendiendo un cigarrillo, buscando un lugar tranquilo para poder sentarse y tratar de buscar sentido a todo lo que me ocurría.
En ese momento pensaba en Antonela, leyendo mi carta, dispuesta a querer hablar. No pensaba que la razón de su enojo seria mucho peor.
Jamás podría sospechar algo parecido a lo tendría que escuchar. Y fue después que terminé medio paquete de tabaco que decidí volver para descanzar tranquilo, tomar un café y acostarme un rato.
Ya estaba pasando la medianoche. La oscuridad no era tanta.
Calmaba mi ansiedad con otro cigarrillo, cuando al llegar a la puerta, un coche se detuvo a unos metros, una figura femenina bajó del auto. Sus pasos eran lentos. El coche dio media vuelta y aceleró a fondo hasta perderse doblando la esquina.
Las luces desvanecían, pero en esa silueta iluminada por la claridad de la noche, pude distinguir a la mujer que siempre aparecía cuando más la necesitaba.
Era ella, pero no era la misma.
Se congelaba el pecho cuando miraba su rostro, observandomé con toques de desprecio.
Lágrimas resbalaban sobre sus mejillas, el tono de su piel se tornaba palido, y su garganta se atoraba por un trémulo de desilusión.
Ivana era de esas mujeres que se hacían respetar cuando estaban enojadas. Era así con todos, pero nunca lo había sido conmigo.
-Debes estar contento...Hice algo por vos que no hubiera hecho por nadie y vos salias con Antonela.
-Vos, ya sabias que estaba con otra.
-Y justamente vas a meterte con ella...
-¿La conoces?
-No tenés idea...
-¿Sobre qué?
-Ella es hija de Federico Achával. El mismo hombre que mató a mi padrastro, Gabriel Condori.
Demasiada respuesta, para varias preguntas.
Mi cerebro se partia en dos tal cual lo hacia mi corazón, mis manos temblaron, remordimientos ajenos, inexplicablemente me parecieron propios.
Ya pude saber donde me había metido realmente. Una rueda, un remolino, un laberinto, no importo lo que fuera, yo estaba en el centro de todo.
Me sentía como un hielo a punto de derretirse frente a ella.
Todo mi rompecabezas se armó y desordenándome.
No era tan víctima como ellas. Una cuerda me amarro las manos, y mi pecho ardía y se congelaba al mismo momento.
En mis ojos , no habían síntomas de vida.
Terminaron siendo las gotas del mismo vaso, que me ahogarían en el mar de las penas.
Mi corazón latía, queriendo vivir, cuando mi mente, ya no lo deseaba.
La tensíon, hizo que Ivana, no evitara cubrir su rostro.
-Hice cosas por vos, que jamás podría perdonar. Pero aquí estas. Sé feliz. Y nunca jamás volvas a buscarme. Mi sufrimiento terminará dentro de poco. El tuyo recíen comienza...
-Ivana...nunca pude sospecharlo, no lo sabía....
-Y como ibas a saberlo, que podias cambiar ? nada, ni ella ni yo tenemos culpa de este rencor mutuo, no quiero tener nada que ver con ella de nuevo, nunca más-Los ojos crispados, alumbraban su rostro, La entendía, sufria su tristeza, quise entenderla, antes que ella lo hiciera.
Y todo frente a mí se destrozaba. Habian sido esas venas que siempre querían hervir cada milímetro de mi piel.
Ivana, estaba peor que yo.
La noche nos acompañó, y ni siquiera las moscas interrumpieron nuestro silencio.
De golpe todo se desmorona, y lo mejor era no volver a unir las piezas, y no querer saber más nada del tema. Quiso el destino, burlarse de mí.
-Si tanto te callas, es porque no hay nada que hablar...-dijo Ivana
-No lo sabia...
-¿Sabes que es lo peor de todo?- Dijo Ivana, aumentando el tono de su vos
Negué con mi cabeza, viendo remordimiento en su rostro.
-Para que te liberen tuve que trabajar...obligadamente, por un mes, no tenes que saber más del tema. Te quería tanto que me hiciste odiarte desde el primer momento en que supe de la maldita casualidad. enterarme que ella también vivía en el barrio me hubiese sido una buena opción para irme a vivir con mi madre, y dejar esta ciudad.
-Perdóname, gracias por hacer eso. Nunca lo voy a olvidar.
-Yo sí, prefiero olvidarlo...
-¿Hay algo que pueda hacer?
-¿No te parece que ya hiciste suficiente?
-No trabajes, te pago yo
-No podrías pagar el precio, yo dependo de mí ahora.
-Tengo que hacerlo.
-Si lo queres me parece bien.
-¿Cuánto es?
-El precio que vos creas que es, no importa.
-Bueno, se lo voy a llevar al abogado.
-No.
-¿Por qué no?
-No tenés que acercarte a él, prométeme que no lo vas a hacer, no hagas algo de lo que te vas a arrepentir.
Escuchaba eso, muchas veces. Ya estaba arrepentido, no tenía nada para perder, mucho menos dinero, pero aún así ella me suplicaba que no lo hiciera con él.
Su miedo me parecio contagioso, de manera que la ira quería estallar en preguntas, sobre que le estaba pasando, pero que valía hacerlo, si ella no quiso seguir hablando.
Se le habrán apagado las lágrimas, y decidió hacer lo que era mejor...despedirse.
Me había quedado de vuelta solo, con un rompecabezas de una intriga familiar, de la cual jamás pensé que iba a estar más involucrado.
Me miraba el pecho, tratando de aliviar esos dolores ante tan imponente verdad.
No podía sentirme más arruinado y confundido. Era el peor momento para tomar decisiones.
Antonela, nunca salió de mi mente.
Estaba conmigo escuchando todo eso.
Siendo la hora que era, seguro estaría en el hospital de guardia.
Necesitaba verla y hablar con ella, mi vida dependía de hacerlo.
Llegue más rápido de lo que pude esperar.
Justo al mismo momento que apoyé mis pies dentro del hospital, una ambulancia se detuvo trasladando un pequeño niño, con su familia bajando de a poco. Me sentí tan asustado como ellos. Habré rezado por él en la puerta. Me quedé esperando saber que había pasado, y después hablaría con Antonela.
Por lo que escuché el chico sufría de apendicitis.
Los minutos pasaban, y trataba de respirar por él, darle fuerzas, pidiendo por su buena interveción.Por suerte salio todo bien.
La alegría era compartida por algunos en la sala.Un doctor vino a darles la noticia a los familiares, en voz alta. Entre abrazos repartidos de alegría y agradecimiento, una enfermera se acercó para abrazarlo.
Tambien compartí la alegría, y la decepción.
La enfermera que abrazaba al doctor, y antes de cruzar la puerta lo besaba era nada más y nada menos que Antonela.
La traté de seguir. Pero algo me detuvo. La realidad.
Ignoraba que ella me hablaba siempre de un doctor Fernando, a quien admiraba por sobre todos en el hospital.
Pasaba más tiempo con él que conmigo. Habran pasado sus historias, que yo jamás conocería.
Antonela no era tan diferente a mí.
Mi corazón se detuvo y quiso estallar. La ceguedad enloquecida me tentaba a descubrirlos.
Pero no era el momento, ni la hora. La luna fue dueña de mi ausencia, y me acompaño hasta mi casa durante aquel amanecer.
Mis pies ya no sabían por donde seguir. Buscarían el paso adecuado al sentarme en mi cama.
Esa noche no dormí. Me refugie con recuerdos, lágrimas, murmullos y súplicas frente a la pared.
Me levantó el día. Algo debía cambiar, tendría otra oportunidad, una que no dejaría escapar.
Día que se convertía en la calma, del tormento, que no esperaba que se iba a volver más complicado.
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Alma errante
RandomSantiago herrera es un alma errante que se encuentra vagando por la ciudadde San Salvador de Jujuy, tratando de superar su pasado, después de haber muerto en un accidente, mientras su mente se encontraba desordenada por el odio. Solo así, descubre...