"El cínico II"

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Hasta ese incómodo momento de mi vida llevaba contadas las lluvias del verano que azotaban la ciudad, mis ahorros guardados en el ropero, y las posibilidades de poder pasar un buen carnaval antes de mi cumpleaños.
Contaba lo que ya no estaba dispuesto a perder. Y me arriesgaba por recuperar lo que creia mío por derecho propio. Los disgustos tarde o temprano tendrían que acabar; el tiempo se ocuparia de concluir o borrar de mí la parte que había pasado mal.
Sabía que faltaba poco, pero no sabía para qué.
Necesitaba respirar algo de paz y buscar un lugar donde poder encontrar tal cosa, iba así,recorriendo la ciudad sin rumbo, como lo hacía con mi vida.
No tuve mejor idea que pasar por el cementerio del Salvador; tenía respeto por ese lugar, quizás hasta miedo, y sin embargo cuando ingresaba sentía una sensación de bienestar, aquella que necesitaba, como los religiosos cuando ingresan a un tipo de santuario con imágenes, velas, y cantos.
Para mí, no había mejor forma de elevar mi autoestima, que por medio del silencio.
Y allí, en ese lugar, tendría mis propios ángeles.
Esta vez ya ignoraba las cruces, los mausoleos, las criptas, y estatuas que tanto llamaban mi atención, con un respeto absoluto.
Fui directo para arrodillarme frente a los nichos de mis abuelos, y de mi tío.
Todavía llevaban las coronas que habíamos dejado en la fecha de los fieles difuntos, en noviembre, y las placas de bronce limpias y brillantes; irónicamente, lo único seguro que tenemos es nuestro nombre y fecha de vida en un pedaz de metal, lo demás quedará repartido a base de recuerdos, mientras duren los dueños de aquellos mismos recuerdos.
Era el único visitante del cementerio por esa parte.
Tenia el privilegio de estar a solas con mis difuntos.
Siempre creí en las almas. Quizás ellos me observaban sabiendo bien de antemano lo que me sucedía y escuchaban mis pensamientos.
Les pedí que me protegieran, tal vez eso era demasiado, pero nada imposible.
No lleve velas, ni flores, pero encendí un cigarrillo, pronunciando los nombres de mis familiares difuntos por respeto, a modo de permiso.
Allí sin siquiera proponerlo, comencé a planear cómo ejecutar mis planes, de manera prudente.
La culpa de todo esto, la tenía el Sargento Daniel Condorí.
Él, arruinó mi vida cuando ordenó mi arresto, en el preciso momento en el que iba a prometerle amor eterno a Antonela.
Todo cambió después. Para llegar hasta lo peor que estuve dispuesto a aceptar.
Era mucho más fácil echarle toda la culpa, volcar todo el rencor hacia su persona. Odiarlo, y esperar que se lo coman lentamente las hormigas.
Como una especie de relámpago nocturno, recordaba pequeños detalles, que podrían favorecerme.
Sucede que el odio ayuda más a pensar estrategias para triunfar, y la vanidad siempre está de su lado.
No podía perder a Antonela. Amaba a esa mujer más que a mi vida.
Un futuro sin ella, no tendría sentido, al menos el que yo me proponía vivir.
Por otro lado, tambien me preocupaba Ivana, su hermanastra, no sabia exactamente que tanto se conocian, y tampoco me importaba demasiado, ella debía salir de la ciudad, y alejarse, era lo mejor que podía hacer, escapar de Horacio, aceptar que tal vez Nicolas tenga algo que ver en todo esto; por mi parte la amaba, pero ella era una obsesión, que aumentaba mis deseos a lo prohibido y me convertía en un ser sin razón.
Tiene su encanto que puede volver loco a cualquiera lo sabia perfectamente. Yo, era tan culpable como ella, pero esta vez yo tendria que hacerme cargo del castigo; Ivana no, a su corta edad se merecía lo mejor de la vida.
Daniel, la estaba pagando, y en cuanto pudiera,tenía que asegurarme de que lo encierren. De no ser así, seguro terminaría con una amenaza de su parte.
No importaba. Ya no sentía miedo.
Después de todo, no sería el único enemigo que tendría que enfrentar.
Yo me sentía preparado para hacerlo.
Pero es el destino quien decide por nosotros.
Contaba seis colillas de cigarro aplastadas sobre el suelo.
Los cerros se tragaban al sol, y sus últimos rayos posaron justo en mi cara, como las caricias que mi madre solía darme antes de dormir.
Disfrute la vista desde el interior de aquellas tumbas, ver como se terminaba la luz del día.
Caí en la cuenta que ni siquiera había sentido hambre ni sed, durante aquellas horas.
Uno de los serenos se acercó hasta mí, para decirme que ya estaban por cerrar el cementerio.
Yo permanecia inmovil.
Como dí a entender, el tiempo no me parecía existir.
Mi actitud lo había perturbado un poco, pero no sentía ganas de irme .
Le respondí que solo me quedaría un rato más para rezar , mis últimas oraciones.
Lo respetó y me señalo el camino de regreso. El cual yo por costumbre y por instinto ya reconocía muy bien.
Ansiaba ver como la oscuridad se apoderaba del lugar lentamente, aliarme con los grises, con las sombras.
Una especie de magnetismo adormeció mis pies. Una especie de energia electrica, recorrio mi cuerpo en menos de un segundo, provocando multiples parpadeos durante unos instantes. Mis dedos tardaron en reaccionar. Pero ya se movian mejor que antes; no estaban tan torcidos. Los dolores que sentía en la cabeza, la oreja derecha, la espalda, las rodillas, y la nariz ya no ardian demasiado. Comenzaba a ver todo con mejor calidad que antes, comenzaba a despertar en aquel lugar, como debían hacerlo los espíritus que durante el dia permanecian dormidos en sus restos mortales .
Yo me sentí más vivo que nunca, y la confianza volvió a ser parte de mi actitud.
Al salir del cementerio El Salvador, me sentí más renovado, los huesos ya no me dolian, y me movía con más energías que antes. Me notaba más ágil.
Más rápido también.
Me miré por el espejo, y los moretones de mi cara parecieron desaparecer, solo quedó un pequeño raspon en mi frente que no parecía gran cosa.
Mis ánimos volvieron. Tanto que fui hasta mi casa.
Quería volver a estar con ellos.
Todo fue como esperaba.
Hasta mi padre, me pareció igual de joven que durante mi niñez.
Les dije que en cuanto termine en tres días un último trabajo, volvería para el barrio, y que por más que Ulises recuperara el negocio yo no volvería a trabajar de nuevo ahí.
Era todo parte de una estrategia, tenía solo esos días para tratar de hablar con Antonela.
Mis padres me saludaron antes de que me vaya.
-¿Cuando volves?- pregunto mi madre , mientras sostenía la mano de mi padre. Un recuerdo de mi infancia me vino a la memoria, en una situación similar, el primer dia que ellos me regalaron mi primera bicicleta, eran más jóvenes, y yo un alma inocente de tan solo 4 años.
Me acerqué para observarlos de cerca, y darles un abrazo a cada uno de ellos.
Prometí volver la noche del dia siguiente, de verdad quería hacerlo.
Me fui antes que las lágrimas salieran de mis ojos.
La velocidad con la que arranqué, las soltó y las secó durante el camino; me sentía dueño del viento.Tenía suficientes obstáculos de por medio, pero no eran nada comparado con los problemas que tenía.
Odiaba por primera vez Alto comedero; sentia en aquel barrio una especie de maldición que yo mismo habia descubierto e incluso,liberado, que tarde o temprano trataría de atacarme en cuanto pudiera antes de lograr mi objetivo.
La sensación de amenaza no estaba equivocada; ni bien llegaba por la avenida principal de aquel sector, un móvil de policía parecía esperarme en la única entrada , la camioneta era conocida, la misma que me llevó arrestado,entonces ya sabia quienes estaban tras esos vidrios. Se pararon a media calle, estorbabndo mi camino.
Razonar con ellos no era una buena opción, obedecian ordenes, solo harian su trabajo, y nunca les simpatizaria, mucho menos despues de haber denunciado a su jefe.
Yo tenia mis objetivos y ellos no estaban en mi lista, pero tenía tanto odio encima que podría bajarme y enfrentarlos, hasta que alguno quede en el suelo.
Pero no quería perder tiempo con ellos, si me querían llevar esta vez no se los haría tan fácil.
Bajando la velocidad me acercaba hacia ellos.
Las luces y el motor de la camioneta se apagaron , uno de los policías; el oficial, abrió la puerta, y sus botas tocaron las calles empedradas.
Estaban confiados en que yo me quedaría quieto, manso como un perro después del castigo, pero se confundieron; quizas creian que me tenían atrapado, y por eso, cuando el segundo policía se disponía a bajar también, ni bien sus pies tocaron el suelo noté que levantaba una linterna con su brazo izquierdo, mientras en la otra sostenía sus dedos para sacar una pistola.
No era difícil adivinar sus intenciones.
La moto todavia estaba encendida, así que me decidí escapar, acelere lo más rápido que pude, llevándome puesto al que recién bajaba; su cuerpo fue volando varios metros hasta caer, gritando de dolor; escuche unos gritos, seguidos por tres o cuatro disparos que rozaron la rueda trasera, o se adelantaban, la más cercana rompio el retrovisor derecho.
Doble la esquina esperando que me siguieran, di media vuelta y observe dos segundos, sabía que demorarian un poco; así fue que retrocedí unos metros y me escondí detras de unos matorrales.
Tuve tiempo de apagar el motor y acomodarme para esperarlos.
El patrullero parecia estar completo, se detuvo unos instantes, por la ventana se veía un brazo sosteniendo una pistola, apuntando la direccion que daba hacia mi taller.
Eran ellos o yo.
Los seguí con las luces apagadas.
Cuando llegaron los dos se bajaron, uno estaba rengueante pero con ganas de vengarse; demoró su llegada a la vereda, yo los vi haciendo señas para derribar la puerta; no podía permitirles que lo hicieran; antes de eso, encendí las luces de la moto, alumbrando sus cuerpos azules, mientras ellos se cubrian el rostro, para tratar de enfocarme entre la luminosidad.
Rápidamente, pasé por la calle, bajando, hasta una zona desabitada; hubo un sólo disparo, pero esta vez no demoraron mucho en seguirme.
Avanzaba sin sentido buscando algún refugio entre los grandes pastizales.
Contaba también con caminos estrechos y zanjones, recordé un lugar perfecto, donde antes yo sufri un accidente cuando manejaba borracho; Conocia todo el barrio y sobretodo esa calle angosta que durante la noches permanecía desierta y oscura ,en cuya esquina hay que doblar y bajar la velocidad para cruzar el zanjón,alli tendrian dificultades para seguirme, hasta que buscara un refugio seguro.
Eran dos pasos que yo conocia, pero ellos aceleraban más cuando vieron mis luces cegados por el odio, antes de bajar apagué mis luces, para confundirlos, y trtar de desorientarlos; era una bajada, ellos debian saber como seguir ese camino; seguro lo habran desconocido, o algo los habra empujado.
Ni bien terminaba de subir , gire la cabeza en el momento justo para ver como la camioneta que venía con gran velocidad y todas las luces encendidas , incluso de la sirena, no se percataron del zanjón y con tanta velocidad cayeron al vacío. Golpearon el frente contra el suelo, girando el móvil de una sola vuelta.
Todavia estaba encendido el motor y el aceite comenzaba a salir del tanque, provocando un pequeño incendio, que en cualquier momento se pondría peor .Las luces del fuego alertaron a los vecinos que habian salido a la calle asustados por el ruido del impacto.
Unos golpes se escucharon del interior del movil policial.
Seguido de un pedido de auxilio.
El fuego se estaba haciendo más grande.
A unos metros las luces de velas y linternas se acercaban entre las malezas.
No debía seguir allí. La muerte seguro estaria cerca esperando nuevas víctimas.
El humo negro ya no me permitía girar mi cabeza, ni respirar.
Nada de esto lo había planeado, pero sucedió lo que en el fondo deseaba, deshacerme de esos dos.
No tenía intención de ayudar a esos dos policías,no lo merecían, pero ellos mismos lo provocaron.
Lo que les fuera a pasar no era culpa mía.
Me alejé de allí, sabiendo que las cosas tendían a empeorar. Pero ya estaba preparado, o al menos creía que lo estaba.
Luego de terminar de bañarme, salí por las calles del barrio, para disfrutar de la soledad que se disponía hablarme de buenos recuerdos.

Pasé inconscientemente por la salita donde conocí a Antonela. Estaba cerrado por ser casi la medianoche. Las calles apenas estaban alumbradas, el descampado de enfrente lleno de yuyos, árboles con espinas y el canto temporal de alguna que otra rana. Antonela no vivía lejos, sabia donde encontrarla, y seguro estaría trabajando en urgencias del hospital Pablo Soria, como todas las noches desde que conocío ese trabajo.
Una vez me comentó que los milagros dependian más de los actos humanos que de los santos.
Ella disfruta su trabajo, por más cansador, extenuante, peligroso sea. No debe haber sentimiento que se compare con el de saber que se fue parte de una especiue de milagro, dentro de una sala de cortinas blancas.
Ella era un ángel, y la única forma de verla era esperar el amanecer en la puerta del hospital cuando ella se retira de su trabajo.
La noche recién comenzaba, la luz de la luna, les daba sombras hasta a las piedras.
Volví para el taller, más tranquilo, relajado y fumando más de lo regular.
Como cada cigarrillos,tambien se consumia mi vida. Encendido con un fuego que si bien no era grande quemaba demasiado.
La luz ya no me ayudaba a pensar, las apague, pero no sentía la más mínima sensación de cansancio.
Calculaba las posibilidades del encuentro entre Ivana y Antonela en el hospital. En el fondo me importaba que sucediera, pero sospechaba que tanto se conocian entre sí. Jamás las había visto juntas, ni mucho menos, ninguna entre sus secretos nombro a la otra.
Pero una foto, nada más que unos ojos y una sonrisa, y tal vez el color y la forma de sus cabellos eran tan similares, concluian en varias similitudes respecto a su apariencia.
Las dos llevaban su apellido materno; y se les dijo una parte de un secreto que era mejor guardar, tal vez para no provocar ningún caos en sus vidas.
No dependía de mí averiguarlo, pero esas respuestas vendrian hacia mí, haciéndome cómplice de un drama familiar en el que jamás debí ser parte.



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