Capítulo 6.

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Me quedé mirando la única ventana que iluminaba el salón. Después de esa información recordé que no conocía de nada a aquella anciana —seguramente con demencia senil—, pero tenía una información que necesitaba y quizás, después de todo, fuera importante.

La gran pregunta era "¿por qué conocía tanto sobre mí?", cuestión que no podría tomar hasta que pudiera responder, porque por mucho que busque en mis recuerdos más antiguos, ella no aparece en ninguno.
Me gustaría que me diera una señal de quién es, aunque sé que eso sería imposible.

Me aclaro la garganta y pregunto en un tono seguro:
—¿Usted investiga este enrevesado misterio sola?
Una capa de sombras se ciernen sobre su cara haciendo que me provoque escalofríos el hecho de solo intentar mirarle a los ojos cubiertos por un mechón blanco.
De repente se ausentó unos instantes de la conversación, como si estuviera pensando en otra cosa o se estuviera quedando dormida, pero cuando sus pupilas coincidieron con las mías supo que esperaba con impaciencia una respuesta.

—Pisadas —Respondió en un tono suave y cauteloso —Pisadas —Dijo otra vez sin darle algún espacio de pausa. En aquel momento de ensimismaiento aproveché para teclear disimuladamente en mi móvil el número de la policía, marcarlo y dejar que su voz misma me ayudase a irme de aquí.
Se llevó las manos a la cabeza, empezó a dar golpecitos lentos con sus zapatos en el suelo de madera y cerró los ojos mientras decía palabras extrañas, las cuales formaban una frase que no tuve el poder de descifrar:

—Illo nocens latet in tenebris mices. Vos mos reperio a lumine. Qui celat mendacium. Clara est verum.

Aunque supe perfectamente por la pronunciación y las palabras que era latín, no recordaba más que lo esencial en frases célebres, pero nada más lejos que una serie de ellas. No podía saber qué significaba.
Empecé a extrañar mis clases de literatura en el bachillerato. De hecho, empezaba a echar en falta todo aquello que estaba fuera de esta casa, pues la mujer no dejaba de darme mala espina.

Su dedo índice derecho señaló la puerta de madera blanca, donde no había nada. Quise alejarme, pero un acto que ni yo misma pude explicar me incitó a parar a la anciana para intentar tranquilizarla. Fui atemorizada hacia su cuerpo, pero aún así pude cogerle de los brazos y retenerlos. Lamenté no ser tan hospitalaria, pero realmente no se me había ocurrido otra idea.

—Cálmese, señora. —No podía ser de otra manera, actuar como una hermanita de la caridad es lo único que se me vino a la cabeza —¿Qué le sucede? ¿se encuentra mal?

Su mirada se puso en blanco, como si no estuviera presente en este lugar, abstraída de forma astral, pero sí físicamente. La situación se complicó cuando pudo liberarse de mi amarre, cuando con sus manos huesudas pudieron agarrar mis omóplatos y acorralarme en la mesa haciendo que sufriera daños leves.
—Solo... solo eres una niña... —Decía jadeando, haciendo que cada vez me tumbara más en esta. Me vi sepulcrada cuando el otro extremo de la mesa presionaba mi cuello, perdiendo el aire poco a poco, intentando llegar a la asfixia. —Quiere... quiere matarte... tengo que matarte...

Golpearon la puerta varias veces en ese mismo instante con fuerza, podría ser la policía.
La anciana no se percataba de ello y cada vez apretaba con más intensidad. Miró fijamente a mis ojos rojos oscuros, lo que hacían que cada segundo que pasaba pudiera tener a flor de piel un nerviosismo que pedía a gritos liberarse.
¿Y los que golpean la puerta? ¿Qué está pasando aquí?
Definitivamente, no podía entender nada, pero no quería darme por vencida, aún no.
Salió el destello tan esperado de la puerta principal, anunciando a la luz del atardecer y a dos hombres marcados en bíceps y abdomen con pistolas cargadas en sus bolsillos. La mujer se apartó muy veloz de mí, pero se quedó al lado mía fingiendo no hacer nada mientras por mi parte, estaba respirando jocosamente.
El hombre de piel negra vino corriendo hacia ella, y le cogió de las manos poniéndoselas en la espalda reteniendo cualquier ataque contra mí de cintura hacia arriba.

—Retírese de esta mujer, señora.
El otro hombre moreno de ojos verdes alzó su pistola hacia la anciana con sus dos manos.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —Dije intentado contener los nervios, respirando de la misma forma y sosteniéndome en la mesa con una mano.
—Señora, esta mujer es culpable de tres cargos penales de secuestros a infantes. Su cara es tan reconocida por la policía que es casi imposible no darse cuenta.

Un escalofrío recorrió mi espalda como hormigas en la tierra. Había admitido que podría tener algún tipo de problema, pero ¿hasta tal extremo? Lo que más me incomodaba era el no tenero conocimiento sobre ella. ¿Tanto tiempo había pasado desde que no investigaba un caso y asus personas? Mi respuesta fue tornar de rojo mis mejillas involuntariamente.
—¿Ella? No puede ser. Estaba muy tranquila hace poco, solo saltó a mí y...
—Está en ayudas psicológicas en este momento; Petunia estuvo en el manicomio, pero consiguió escapar simulando estar agobiada en su habitación porque ya estaba recuperada. Fue capaz de disimular su locura y de evadir exámenes médicos. Se le cedió la salida, y así volvió a la ciudad con una nueva casa. Al parecer, es esta.

Petunia, como decía el hombre moreno, es una mujer lunática con cargos bastante importantes, en pocas palabras. Me echó una mirada de arriba a abajo, después clavó sus ojos en los míos, y diriía que sus deseos de venganza o la simple ira no era nada bueno.
—¿Petunia está implicada en el caso Niebla? —Pregunté sintiéndome estúpida.
—Es evidente que sí. Se le ha visto hablar con el asesino y hay pruebas mostradas en fotos.
—Pruebas. Pruebas inéditas y sin sentido —Empezó a hablar el hombre mulato —Pruebas que coinciden a la hora que sale y entra de su casa y que delatan todo lo que se afirma y ella niega.
—¿La tienen vigilada con cámaras externas sin consentimiento y sin orden judicial? —Seguía preguntando, sintiendo que la estupidez de los otros dos era mayor —¿Pero eso no es violar la privacidad de la persona? Incluso en un caso como este se puede dar como un extraño pero asumible delito por parte de policías como ustedes, si se hubiera dado cuenta alguien podrían haberlos denunciado.

El hombre de ojos verdes me miró con recelo. Hubo silencio.
—Cierto es que nos la hemos jugado mucho, pero gracias a la información extraída pudimos comprobar esta situación y darla por afirmativa.
—¿Pero ustedes dos saben si Petunia realmente se veía con Niebla? ¿Y si tiene información?
—Naturalmente.
—Entonces, debo asumir que saben cómo era el cuerpo del asesino —Respiré hondo dirigiéndome a la puerta principal —¿Lo revisaron ayer?
—Es obvio, llevamos la patrulla siempre al día —Respondió atosigado el hombre que sujetaba a la mujer.

—¿Qué ropa llevaba él entonces?
Dudaron en la respuesta.
—Una sudadera blanca, creo yo.
—¿Y pretenden que me crea que son profesionales? —Me giré mientras sostenía el pomo de la puerta —Siempre tiene la misma ropa, señor. Solo recuerden una cosa —Abrí —Jueguen juegos de memoria, les vendrá de perlas.

Finalmente tuve que irme. por muy mal que me supiera dejarles sin palabras.

Niebla (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora