Capítulo 5.

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En ese momento sentí como un rayo de luz que iluminaba una habitación oscura dentro de mi cabeza, una en la que se disipaban las dudas principales en el caso, una en la que nuevas preguntas emergían de mis entrañas.
Era extraño; ¿Una anciana que sabría donde se daría el próximo asesinato de una nueva víctima?
Era lo más absurdo que había escuchado hasta este momento, además, podía tratarse perfectamente de una simple superstición o una mentira de una adivina falsa.
Puse la mente en blanco unos instantes para aclararme, pero ya sabía de sobra que no podría hasta no obtener información necesaria, o por lo menos una con la que encajar piezas fuera fácil.

Miré discretamente a la mujer.
En su cabeza se sostenía con arraigo una melena larga de color blanco como la nieve. Sobre su espalda caía el pelo hasta su cintura recogido en una coleta violeta. Portaba unas gafas de media luna un poco sucias, que tras ellas se veían unos ojos marrones un poco alargados y estrechos. Su nariz era chata y su boca rosa pálida, que en el labio inferior se distinguían unas pequeñas arrugas llevadas a sus mofletes que daban a entender su vejez. Llevaba un vestido rosa palo de pétalos marrones de alguna flor. También tenía una chaqueta de punto azúl bebé con un broche de una flor marrón y rosa.
No me gusta juzgar por el aspecto, pero tenía toda la pinta de una adivina.

Volví la cabeza disimuladamente hacia mi pastelito mordido. Pero ella pareció darse cuenta de que antes la observaba, y me dirigió la palabra de nuevo susurrando.
—¿Lo estás pasando mal, no?
Me quedé en silencio. Dejé que siguiera hablando.
—Me refiero a lo de tu amiga. Debe ser desgarrador perder a alguien importante. Igualmente me refiero a las parejas que de pequeña tuviste; tranquila... —¿Cómo diablos sabía todo eso? Era mi vida privada, la que solo sabíamos yo y mi familia. ¿La conocía y no me había dado ni cuenta? —Se lo que se siente.
—Sí, gracias por preocuparse.
—No hay de qué.

Vamos Clara, tú puedes. Hay que preguntarlo.
—¿Dijo que el ases...?
No me dejó terminar la frase, una pregunta crucial que abriría las puertas que recientemente planteaba y cerraría tantas otras.
—Sígueme. Aquí no podemos hablar —Me dijo poniendo su mano sobre mi muñeca, como una señal de que era cierto, y me iba a guiar hacia algún sitio.
Mi mano izquierda cogió el pastelito y lo llevó a mi boca, que me lo comí de un bocado. La anciana sacó un paraguas del cubo para estos.
Abrió la puerta, desplegó el objeto ya que estaba lloviendo y lo puso encima de nuestras cabezas.
Qué sorpresa: flores.

Termimamos en un campo apartado del pueblo, donde en el centro se encontraba una acogedora casa azul y blanca de al parecer ninguna planta más que la baja y una buhardilla. Al llegar, entramos a un recibidor bastante común con cuadros, alfombra y demás; cómo no, más flores en el papel de pintura. Me guió a una habitación, que parecía ser el salón. En la mesa tenía unas cartas, y cosas de espiritismo... No sabía si realmente debería haber venido. Me hizo sentarme en una silla con un cojín mullido rojo, ella se acomodó frente a mi. Me ordenó que pusiera las manos sobre la mesa, y ella imitó mis gestos.

—Esto... señora, yo no creo en estas cosas.
—Tranquila, no vamos a invocar a nada ni nadie, —Dijo con suma tranquilidad —sólo voy a contarte un par de cosas sobre Niebla.
—¿Usted lo ha visto?
—Sí; lo vi, querida.
Esto era totalmente nuevo. Alguien vio a ese asesino y no murió, lo que desataba varias teorías.
Ella podía ser una cómplice de Niebla, podría ayudar a matar, incluso había un porcentaje bajo de probabilidades de que ella misma fuese Niebla, pero lo puse en duda. ¿De verdad esa mujer se dedicaba a matar por cualquier cosa como diversión? No pregunté nada, quizá si lo hacía tenía la posibilidad de que dudase de mis intenciones, puede que entonces me echase de su casa y no me diera los datos que quería.

—¿Cuándo lo vio por última vez?
—Cerca de mi casa. Siempre tengo las persianas bajadas, por eso no pudo saber que yo le observaba —Paró en seco, como si estuviera al límite de revelar algo importante. Quería saber qué era, pero tenía que ir con pies de plomo, sacando lo que necesitaba de forma escueta —Tengo una prueba de que lo vi.
—¿Puede enseñarme la prueba, por favor?
—Faltaría más, detective.
Me dejó sin palabras.
—No estoy involucrada en este caso, señora. —Le decía mientras buscaba la supuesta prueba —En un tiempo pasado investigaba todo esto, pero me dijeron que era sospechosa, por lo que estoy en el punto de mira.
—Yo se que no puedes abordar el caso, cielo —¿Y ahora, por qué "cielo"? Supuse que se trataba de una manía de las ancianas —Pero se nota en tus ojos. Y tu amiga Heli me lo está diciendo.
Puse los ojos en blanco. Definitivamnete, no creo en los espíritus ni en nada paranormal, pero intenté hacer un esfuerzo.

—¿Helina está aquí?
—Sí. Pero ahora vamos a descartar ese tema un momento.
Puso una foto en color encima de la mesa. Miré detalladamente la imagen: Era un cuerpo cubierto de negro y morado con una capucha, de una tez blanca.
Podría considerarse una foto de alguien normal, pero la anciana apagó la única vela que alumbraba la estancia. En la oscuridad se apreciaban unas extrañas esferas rojas alrededor de éste, incluso su piel se había hecho invisible. Mi mente recurrió al susto por unos segundos, aunque si le daba no tantas vueltas en mi cabeza, era como en mi sueño. Exactamente la misma persona de mi pesadilla diaria, aunque no supe a qué hacían referencia las esferas del color de la sangre.
—Son orbes que forma el alma de alguna persona maligna. —Contestó a mis pensamientos como si de nuevo los hubiera leído.
—Entiendo... sabe usted que esto puede ser un retoque, ¿No?
—Lo sé, querida. Pero ¿Qué gano engañando a una mujer que no puede hacer nada en la investigación?

No supe si darle la razón, o plantearme si estaba jugando conmigo.
—¿Puedo hacerle una última pregunta?
—Dime.
—¿Cómo sabe en qué parte del bosque va a ir el asesino?

La anciana sostuvo una sonrisa misteriosa, ojos curvados y posición tranquila.
—Por el río.
Me quedé pensativa unos segundos.
—Simplemente me doy una vuelta por toda la ciudad, norte, sur, este y oeste. Si está el río bajo en el este, aparece allí.
—¿Pero, por qué recurre a esto?
—Porque Niebla necesita humedad para atacar. Sin niebla, verían su rostro.

Niebla (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora