Capítulo 19.

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"Un oscuro vacío se cierne a nuestro alrededor. Las ramas de los frondosos árboles me obstaculizan verle la cara y el poder retarle, solo un ápice de luz de luna se pone a mi favor sobre sus ojos. Ilumina su desdichada tez, dejando en una súbita oscuridad la mía. Su rostro está manchado de una cólera extraña, porque se mezcla con miedo y temor, causado por mi.
Tengo un arma blanca, y él una pistola.
¿Por qué estoy tan manchada de sangre?
¿Es que...?"

La repentina caída de mi cuerpo al suelo hace que el sueño se desvanezca, y de paso un nuevo golpe me viene de acompañante. Me froto la cabeza con la mano izquierda haciendo pequeños círculos a modo de masaje; la cama no está tan lejos del suelo, pero el batacazo sigue siendo doloroso. No me hice nada grave, y faltaría más, si me hiriera esta mañana, no podría descubrir toda la verdad esta noche; eso ahora mismo es lo que más me interesa.
Por ahora tengo una cosa clara, y es la identidad de Niebla, Ciel. Pero quiero saber más, quiero entender el por qué de todo esto, y no de unos folios, sino directamente de su boca. ¿Y por qué rayos tiene una asociación, si le gusta trabajar solo? Las preguntas empiezan a acumularse en mi mente, sin respuesta convincente alguna.

Me levanto del suelo poniendo la mano derecha sobre la cama, para que me cueste menos trabajo alzarme hacia arriba. Me paso por delante del habitual espejo roto, y miro mi reflejo. Solo puedo concienciarme de mi aspecto: un camisón a rayas azules muy arrugado —porque me da pereza plancharlo—, unos ojos rojos claros por la luz del sol, y un cabello blanco, suelto y alborotado... me da la impresión de que me he peleado con él esta noche, en mi sueños. Si lo intento recordar, mi mente responde de una manera vaga y poco receptiva: nada. Siento que ha sido un mal sueño, pero no recuerdo nada.  La verdad es que memorizo muy bien, pero cuando se trata de memorar un suceso ni del que yo misma he actuado consciente, no soy muy buena. Me visto dejando de lado mis paranoias, poniéndome una camiseta negra con corbata y pantalones cortos, y encima un vestido blanco.
Hoy se supone que me enseñarán a matar. Pero yo no soy, ni deseo ser una asesina. Simplemente, aprovecharé para hablar cara a cara con mi hermano, como antes lo hacíamos.
Salgo del piso dejando la puerta cerrada del apartamento, dirigiéndome al café, entrando en él para esperar a que mi empleada me atienda.

—¡Bienvenida seas Clara! ¡Sí, sí! —Musitó ella con la misma alegría de siempre, como si hubiera leído mi pensamiento, en un abrir y cerrar de ojos —¡Hoy hace un día estupendo!

Miré a través de las cristaleras del local, y era cierto. No había ninguna nube, ni tampoco rastro de vientos por ninguna dirección, solo los rayos del sol eran presentes del pueblo, rodeado del bosque más gigante y frondoso que quizá haya presenciado. Vuelvo a mirarle, asintiendo con la cabeza una vez, y bajando la visión hacia la barra donde tenía intención de pedir mi dulce cotidiano. Puse los dos brazos encima de esta otra, y con mi mano derecha, hacía pequeños círculos en ella, dominados por el dedo índice. Mi vista estaba un poco desquiciada, podría ser que solo pensaba en esta noche, en lo que pudiera hacer... y sí, ni yo misma sabía lo que iría a pasar. Celia terminó de servirme un bollo relleno de crema; en sus elecciones aleatorias siempre acertaba, y hoy no era una excepción.

—Pareces un poco distraída. ¿Qué pasó ayer en esa cita? —Preguntó mientras limpiaba el mostrador pausadamente.

—El chico con el que fui está un poco pirado, la verdad —Dije añadiendo un bostezo involuntario —Se que los humanos estamos locos, pero es que para llevarnos a un manicomio solo unos cuantos...

Aquí todo el mundo está en la cárcel por loco, y a quien no, lo andan buscando —Respondió ella con un cierto aire que me resultaba familiar —, pero claro, no todo es locura y demás, ¿a qué te refieres, jefa?

—Es que estaba sumido en sus pensamientos, y lo único que decía eran desfachateces... menuda pérdida de tiempo —Sólo se me ocurría mentirle, si descubriera lo que pasó realmente, seguro que llamaría a la policía; tampoco tengo una confianza ciega en ella —Aunque he conocido cómo es la estupidez humana, esto es insuperable.

Mordí mi labio inferior, algo que siempre hacía involuntariamente cuando mentía; por suerte Celia no conocía mi ese tic.

—Bueno, por lo menos no estuviste ayer en el café, había muchos extraños, y cada uno preguntaba por ti. Se veían de dinero, pero no les dije nada, simplemente que se confundían.

Ejecuté una sonrisa entrelazada de un suspiro entrecortado. Miré la hora, y solo saber que ya eran las ocho de la tarde, me hizo pensar... ¿Cuánto tiempo estuve absuelta en mi pensamiento, y en la cafetería? Me fui hacia El local El Beso del Globo, y me encontré a Zeus. Me llevó hacia el interior, esta vez dándome una nueva arma.

—¿¿Un hacha?? —Grité asustada.

—Tranquila, con ella podrás matar mejor que con el nekote y los cuchillos. Ponte esta capa, con ella pocos te reconocerán. Ahora, vamos al bosque.

Después de eso, recuerdo que me monté en el coche de Zeus, y me llevó hacia el bosque, que por cierto, no pude ver con las ventanas tintadas de negro...

Niebla (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora