Apoyé mi cuerpo en la cama con las dos manos para levantarme de forma desganada. A la izquierda de mi cama había un espejo en la pared sosteniéndose por unos clavos. La verdad es que éste estaba un poco roto por el centro, así que pensaba siempre que me veía reflejada podía pensar que estaba mal pinada, o que me había salido una nueva cicatriz o, quién sabe, una brecha interminable.
Me levanté para poder acicalarme. Andaba con un paso de tortuga que parecía que me pesaba el alma, pero mis pies hicieron un último esfuerzo y me miré con detenimiento.
¿Qué veía? A una chica con un camisón de rayas azules y blancas.
Mi cabello estaba suelto y ondulado, diría que se asalvajó por la noche mágicamente, o que fui a una fiesta y me lo pasé demasiado bien.
Mis ojos tenían la misma anchura que los botones de cualquier consola.
Retenía debajo de ellos esas dichosas ojeras que no me dejaban en paz, y todo porque ayer me pasé haciendo guardia en la cafetería hasta la una de la madrugada.
Mis uñas estaban delicadamente afiladas en punta, pero a pesar de eso eran cortas porque siempre me las mordía por el estrés.
También podía decir que era bastante delgada, prácticamente no tenía ni tiempo ni ganas para dedicarme a hacer algún plato, quizá por eso nunca había llegado a hacer algo comestible.
Tenía el defecto además de preocuparme por todo el mundo que incluso no conocía, así que arriesgaba más de una vez la vida por situaciones diarias como hacer que niños no murieran atropellados, o parar a algún coche para que algún perro por ahí suelto no tuviera que morir. Aunque soy más de gatos. Puede que por eso tuviera tantas heridas en los muslos.
Me dirigí al armario para cambiarme de ropa. Esta vez era una camisa verde esmeralda y unos pantalones cortos y blancos con unas sandalias romanas.
Me fui a la encimera que tenía un cuenco de frutas rojo. Jalé dos peras, cogí un bolso de cebra y me fui.
Bajé por las escaleras, ya que soy claustrofóbica. Yo vivía en un quinto piso, así que si alguna vez aumentaba de peso, disminuiría rápidamente.
Cerré la puerta de la calle y cogí de un bolsillo del pantalón un lápiz verde. Me hice una especie de moño un poco más arriba de la nuca, y me clave el objeto para que se estuviese inmóvil.
Hoy hacía un buen día.
Caminaba mientras el sol radiante me acariciaba la piel de un color pálido natural.
Era todo muy alegre, creí que no llegaría a ser mejor, cuando de repente entré a la cafetería y oí una voz decir:—¡Clara, el cuerpo de policía a vuelto a las andadas!
Ella era Helina, Heli para su círculo más cercano.
La conocí cuando aún era una cría: nos íbamos juntas al instituto y parte del bachiller después de defenderla por unos acosadores, que la degradaban por ser rusa. A día de hoy seguimos apoyándonos después de tener la treintena.
Esta vez llevaba el pelo teñido de azul eléctrico; de los tantos colores que se lo había puesto, supuse que lo último que me faltaría sería verla con un arco iris.
Y Clara era yo, evidentemente.
Una mujer con los problemas típicos de la vida, una mujer dueña de una cafetería y con profesión de detective, una mujer con la cabeza en las nubes pero los pies en el suelo, una que tiene treinta y dos años...
Sin duda, no había cambiado nada, ahora que lo pienso.

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Niebla (Editando)
Mystery / ThrillerÁgata y su marido Joel, una pareja adinerada, paseaban por un bosque cuando velozmente se formó una espesa niebla alrededor de ellos. En ella solo se pudieron observar unos ojos rojos enormes salidos de lo común. La pareja se asustó e intentaron hui...