Capítulo 3.

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—¿Cómo? ¿Reanundan el caso?
—¡Sí! ¡Mira la noticia tú misma!
Me senté en una silla bar de las siete que había en la cafetería en frente de la barra a pedir mi café, y a esperar que Heli me diese la prensa para mirar con mis propios ojos el incrédulo caso de hace tres años.

—Atenta, aquí está —Dijo señalándome la portada con su uña larga y pintada con la bandera de Estados Unidos —, al parecer el Monstruo de la Niebla está volviendo a su oficio.
—¿Esto es de verdad?
Me incliné para leer un poco más de cerca.

"Hoy en Beltret, paseaba un grupo de excursionistas por el bosque que bordea el pueblo cuando de repente se formó una niebla espesa como hace tres años atrás. Los ojos brillantes y rojos aparecieron de nuevo en el lugar por donde caminaban. Solo tres de los diez lograron encontrar la salida para contarlo. Hemos preguntado a los testigos presentes:

<<Los ojos tenían algo que te dejaban hipnotizado. Algo que hacía que no podías moverte.>>
Declara un chico de catorce años.
<<Salimos corriendo a toda mecha porque recordábamos aquel año en el que el asesino mataba.>>
Confiesa una chica de dieciséis.
<<Yo me agarré de la mano de mis dos amigos. No corro mucho, así que jamás estaría contando esto si ellos no me hubieran salvado.>>
Dice temerario un niño de once.

Hasta nuevo aviso, la policía y todo cuerpo de seguridad no dejarán pasar a nadie por todo el bosque Luxort hasta que quede zanjado el caso. Tampoco se admitirán visitas del exterior."

Me quedé paralizada. ¿No dijeron en su momento que todo esto ya estaba resuelto? No entiendo nada. ¿Después de tanto tiempo vuelve para asesinar y mancharse la ropa de sangre? Unos ojos sin pupilas no hay, pero sí que el uno porciento de todo el mundo tiene los ojos rojos. ¿Y unos brillantes y tan grandes? No por favor, yo no soy imbécil. Los ojos simplemente serían una proyección de luces y colores, y el asesino una persona normal con una vida desperdiciada y problemas psicológicos. No me creo todo ese royo de monstruos porque vivimos en un mundo cruel, pero no fantástico.
Ojeé de nuevo la información hasta ver unos apellidos que me llamaron la atención. Figuraban entre algunos muertos, y los nombres me sonaban familiares. Entonces, comprendí quienes eran. Por un segundo dudé si esconder o llevarme el periódico, pero supuse que la mejor opción rara salir adelante con la verdad.

—¿Pasa algo, Clara?
La voz de Heli me hace despejarme de todo ese mar de dudas, y pegué un largo sorbo del café antes de decírselo.
—¿Helina, te suenan los nombres de Ana y Miguel?
Sonrió mirando por unos instantes al techo, acomodando una postura soñadora encima de la barra.
—¿Ana y Miguel? ¡Así se llaman mis padres! —Me miró con un rostro sonriente, pero al ver mi expresión seria su rsotro argumentó la duda y preocupación —¿Pasa algo, Clara?
Como si se tratase de un disco rayado, volvió a preguntar lo mismo. Sabe que lo que le voy a enseñar no le va a gustar ni un pelo. Se mordió el labio inferior con la esperanza de lo que le diga no sea ese desastre. Pero lo es. Desgraciadamente, lo es.
Le ofrecí el periódico, le indiqué nombres y apellidos de los muertos, y ella hizo el resto al leer los nombres y apellidos de sus padres. Había muerto ambos a causa de Niebla.

—Lo siento —le dije cuando supe que no podría asimilarlo, cogiéndole la mano.
—Tengo que hacer una cosa. Ahora vuelvo —Dejó de sostener mi mano para dejar el delantal en el colgador principal. Antes de cerrar la puerta se podía apreciar la dualidad del shok y la normalidad en su semblante. Juraría que esa cara no traería nada bueno.
Por un momento se me pasaron unas ideas macabras de lo que llegaría a hacer, y me asusté porque sabía lo sádica que era su mente. Sabía que ella no podría acabar bien después de esto. Celia vino justo a tiempo al mostrador para atender, y le pedí que se quedara hasta esta noche. Ella aceptó sin objetar nada.
De un impulso pude echar a correr cuando ya hube atravesado la puerta de la cafetería. Llegué al bloque donde vivía ella, casualmente un piso menos que yo. Troté como pude, y entré en su apartamento, el cuál no había cerrado.

—¿¡HELINA, DÓNDE DIABLOS ESTÁS!? Pregunté gritando, sin obtener respuesta.
Me quedé unos segundos en silencio, y escuché unos llantos en el baño. Intenté tirar del pomo, pero estaba cerrado.

—¡HELINA, RESPÓNDEME POR FAVOR!
Me deslicé lentamente en la puerta hasta acabar en el suelo arrodillada. No podía creerlo y a la vez sí, sabía que de adolescente tuvo trastornos psicológicos donde quería quitarse la vida. Pero...

—Clara... —Me respondió al fin sin fuerzas —Mis padres eran mi vida, ¿Qué voy a hacer yo si ellos ya no están? ¿El mundo aún quiere que siga aquí, que juegue sus estúpidas reglas?

—¡HELINA! —Intenté calmarme —Heli, por favor. ¿Qué haces ahí? Tranquilízate... Respóndeme...
Me ahogué un grito. Sabía que después de diez años se estaba auto lesionando.
—Clara, no te asustes. Estoy sangrando, no dejo de parecerme a algún muñeco pisoteado. Te pido que no te asustes, por favor. Dentro unos minutos moriré igual que mis padres, solo que esta vez a mis propias manos.
Incluso el maquillaje tan leve que tenía del día anterior estaba fluyendo a estas alturas. No sabía que hacer. Prácticamente no tenía nada que poder hacer.
—Heli. Estaré contigo hasta que todo acabe, ¿me oyes? ¡Hasta que te mueras! ¡Como si necesitas meses, puedo esperarte, solo tienes que dejarme ayudarte! ¡¡PUEDO ESPERARTE TODO LO QUE TÚ QUIERAS!!
—Adiós...

No hubo más respuesta que esa. No hubo ningún ruido, nada. Solo éramos dos amigas que queríamos estar juntas, pero no de esta forma. Igual que ella, yo también experimenté la autolesión, pero no a tal extremo. No iba a morir, ahora no.
Pasaron horas, y me sorprendí a mí misma al quedarme dormida. Puede que fuera por el cansancio, puede que se tratase del llanto.
Cuando miré el reloj ya eran las tres y cuatro minutos. Miré por abajo de la puerta, y ahí estaba su cuerpo, inerte, sin vida.
Oré por ella unas veces aunque ya no tuviera sentido. Yo me fui al parque, sin saber que hacer. Mi larga sonrisa se esfumó. Todo parecía haberse vuelto del color gris.
Escribí su nombre en un papel, y lo alcé al vuelo. Veía como se elevaba hasta no verse más.
—Hasta el día de mi muerte, Heli.

Niebla (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora