Frank

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Los golpes en su puerta le fastidiaron haciendo que con pereza se removiera entre las sábanas. Estiró sus brazos pretendiendo que con eso los molestos golpes cesaran pero no pasó. Los llamados a su puerta seguían y entonces girando su cabeza a un costado vio la pequeña luz que su despertador daba, los números marcando las tres y media de la mañana. ¿Le habría pasado algo a Gerard? Su corazón latió un poco más rápido ante esa posibilidad.

No... Además Gerard no era tan malditamente bruto golpeando puertas, ¿o sí?

Mordiendo sus labios con extrañeza escuchó como los golpes eran cada vez más necesitados, así que con rapidez decidió salir de la cama para llegar hasta la puerta y se miró a sí mismo, estaba casi desnudo, el pantalón pijama azul era lo único que lo tapaba. Miró por la herradura frente a sus ojos, pero todo estaba demasiado oscuro ni siquiera las luces del pasillo iluminaban el rostro de quien otra vez, golpeó la puerta.

-¿Quién es? - pregunto Frank con una de sus tatuadas manos en el picaporte y su mejilla derecha pegada a la puerta para al menos, escuchar algo. Pero nada vino del otro lado, ya que el llamado a la puerta algo deteriorada no paraba.

Una voz que no reconoció habló en un susurro ineludible. Quizás era su maldito vecino de enfrente, ese viejo no paraba de pedirle azúcar antes de que Gerard se ofreciera a regalarle algunos paquetes del endulzante. Entonces Frank giró la llave junto con el picaporte para abrir finalmente la puerta y tuvo que contener el aliento.

Todos los recuerdos se arremolinaron en su cabeza castaña al verse reflejado en los ojos de su padre. Cheech estaba ahí con una mirada para nada feliz.

-¿Qué...? - el castaño no terminó de preguntar, las manos de su padre estaban en torno a su cuello, sus pulgares apretando su garganta.

Todo pasó demasiado rápido, Cheech Iero había cerrado la puerta, dejando su hogar con la única luz de la luna alumbrando tenuemente su sala de estar, su espalda estaba contra la fría pared a un lado de su biblioteca, el cuadro de Dalí cayó al suelo.

Estaba absorto, su padre, sus mismos ojos avellana le estaban mirando con desprecio y odio. Nunca entendió del todo porqué aquello tenía que ser así.

-¿Dónde está tu madre? - el aliento a tabaco le mareó por un momento, haciéndole toser con dificultad, Frank tomó de las muñecas regordetas que le sujetaban con fuerza, intentando inútilmente en ayudarse con las puntas de sus pies. Su espalda golpeó con fuerza la pared otra vez. Frank se sintió hastiado ante la repentina pregunta. Linda estaba en Belleville de eso estaba seguro, pero si no estaba allí ¿qué había pasado?, como si su padre conociera la mirada de confusión que el más chico le mostraba dijo, - No está en Belleville, ¡¿Dónde carajo está tu madre?!

El pequeño castaño negó tragando un poco, sintiendo su corazón ir mucho más rápido que lo normal porque aquello le recordaba la vez que Cheech le había golpeado por defender a Linda de los gritos que su padre le daba, diciéndole que era, una inútil en su totalidad. - ¿Dónde Frankie?

Jamás supo cuando todo se había ido al carajo, ¿cuándo se habían ido todos los recuerdos felices con sus padres? Los ojos avellana más jóvenes comenzaron a lagrimear, pensando qué había hecho o qué mierda podía estar mal. Quizás era su gusto por la música, o que era parcialmente homosexual, todo eso Cheech jamás lo entendió. ¿No era que los padres eran quienes te apoyaban?

Frank abrió la boca inhalando una bocanada de aire cuando las manos de su padre fueron a sus mejillas apretándole la cabeza contra la pared. Los ojos del regordete trigueño fueron a su cuello, y vio como con algo de desprecio levantaba una de sus cejas y sonreía irónicamente. - Maldito asqueroso, maldita y asquerosa rata... - murmuró mirando fijamente los ojos avellanas del castaño que trataba de mantenerse en puntas de pies, sus manos tatuadas aferradas a las más grandes de su padre mientras intentaba apoyar todo su peso en la pared para no caer.

El odio hace al amor |Frerard| TerminadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora