Versículo I. El día se hizo para los buenos y la noche para los malos.

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En un oscuro barrio de aquella concurrida ciudad, como todos las noches de la segunda semana del mes, las parejas se reunían en una casa de estilo colonial, una de las más antiguas del distrito.

Ante el clima frío un par de recién casados tomados de la mano caminaban a prisa hacia su destino.

Ella, de estatura media y notables pecas en las mejillas.

Él, de buen porte y gafas sencillas.

—Es una bonita noche, ¿no le parece Madame Suzzette?—; el hombre hizo una reverencia al llegar a la casona, la mujer que lo acompañaba imitó su gesto mientras la nombrada, con un llamativo vestido rojo, sonreía.

—Lo es, es perfecta. Adelante— contestó y los dejó entrar.

Pasaban de las once de la noche, ya varias parejas habían arribado y para los recién llegados no fue difícil mezclarse entre la gente.

Las miradas lascivas, los roces indecentes y los besos fogosos eran avivados por el ambiente impregnado con el olor a incienso y la tenue luz.

Madame Suzzette se acercó al sujeto que hacía unos instantes atravesó la puerta principal, lo tomó por el cuello de su elegante camisa y lo besó con ímpetu, importándole poco que los anteojos estorbaran. La acompañante del hombre sólo los observó, sintiendo la excitación que le provocaba presenciar como su esposo introducía su lengua en la cavidad bucal de su anfitriona.

Cuando el hombre recorrió con sus grandes manos las curvas que se ceñían bajo ese vestido rojo y se detuvo en los voluptuosos senos de la mujer; su esposa llevó su propia mano a los suyos y comenzó a masajearlos, relamiéndose los labios y mordiendo el inferior. Pasaron sólo unos segundos antes de que otra joven pareja se percatara de que se estaba tocando.

La mujer vestía de marrón oscuro, su cabello café y liso le llegaba más abajo de su marcada cintura, y su mirada era fogosa. El hombre prefería el atuendo en color negro al igual que el color de su corta y tupida cabellera, era alto e imponente.

—¿Necesitas ayuda?— musitó la mujer muy cerca del oído de aquella cuyas pecas comenzaban a ser bañadas en sudor.

Jadeó cuando la recién llegada sin esperar respuesta le tocó la entrepierna.

Quiso retroceder pero al intentar hacerlo chocó contra algo similar a una pared; era el sujeto vestido de negro. Lo miró de arriba a abajo, con sólo observarlo sintió una oleada de placer recorrer su piel.

Y antes de que pudiera articular palabra alguna ese hombre tomó su rostro entre sus calientes manos y la besó.

Sintió la lengua del desconocido enroscarse con la suya de manera salvaje, pronto el hecho de que su esposo estuviera con Madame Suzzette pasó a segundo plano al tener a aquél imponente semental aprisionándola entre su cuerpo y la pared.

Un experto besando, en definitiva eso era.

Fue arrastrada y llegó hasta una de las habitaciones de aquella casona. La puerta se cerró y entonces cayó en la cuenta de que estaba a solas con aquella pareja, la mujer que vestía de marrón y el hombre que vestía de negro.

Tragó saliva al saber lo que sucedería puesto que ya había acudido a aquél lugar en ocasiones pasadas, pero esta vez se sentía ansiosa, sentía que con sólo mirar a aquellos dos el fuego en su interior se desataba y quería ser poseída de inmediato.

Tomó la iniciativa y jaló a la mujer de larga cabellera hasta chocar sus labios con los de ella.

¡Oh, carajo! Besaba casi tan bien como su acompañante.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora