31. Accordianos.

48 6 0
                                    

Recogí rápidamente las armas y la mujer con la que había hablado nos llamaba a señas desde la entrada, corrimos hacia ella sin mirar a atrás, pasamos la obscuridad a tientas y el pasillo cada vez se hacía más estrecho, en un segundo creí que nos quedaríamos atrapados ahí pero de pronto el pasillo se convirtió en una gran área abierta dentro de la misma cueva, las personas se aferraban al suelo, algunos cubrían a los niños, otros se tomaban de las rodillas cerrando los ojos y elevando plegarias, la mujer que nos recibió nos indicó un lugar y sin palabras nos mantuvimos ahí reunidos todos, en un rincón, el suelo vibro, fue cuando lo supe, los estaban atacando, atacaban con bombas, en cualquier momento el techo se vendría abajo y moriríamos, busque a Mirto y me escondí en sus brazos, mi oído solo se concentró en el sonido de su corazón y no en el que provenía de fuera, se detuvieron un momento los bombardeos y nos empezamos a mover, pero de nuevo aquella chica nos indicó que permaneciéramos quietos fue entonces cuando un crujido aún más fuerte se escucho, cerré los ojos mientras buscaba la boca de Mirto.

<<Te amo>> le susurré antes de besarlo y después todo volvió al silencio.

No pasaron más de cinco minutos cuando se empezó a escuchar el murmullo de voces, abrí los ojos pero todo rastro de luz había desaparecido.

- Tenemos que movernos rápido si queremos seguir con vida - escuche que me hablaba la mujer accordiana - rápido no quedará mucho oxígeno pronto.

Seguimos a los habitantes, de nuevo un pasillo estrechó y después otra área abierta, con luz de nuevo, pero éramos demasiados para estar en un lugar así de cerrado, cinco hombres empezaron a cavar rápidamente con palas hacia arriba, Mirto me besó y después se acercó a ellos, arrojó el arma al suelo y comenzó a ayudar a cavar usando sus manos, lo seguí sin pensar e hice lo mismo, lo que parecía ser tierra seca no era más que arena húmeda podríamos encontrar una salida; Jean empezó a cavar a mi lado y después el resto de mi grupo, un haz de luz empezó a iluminarnos y sentí la brisa que alcanzaba a entrar por la abertura que poco a poco fue creciendo hasta llegar al tamaño de una persona. Jean me detuvo antes de salir.

- Yo lo hago niña, permanezcan aquí.

Jean salió con sigilo, mirando a ambos lados, al parecer el ataque ya había terminado, pero no podíamos arriesgarnos, la rubia salió también y mirando a varios puntos estratégicos volvió a la cueva, Jean la siguió.

- No entiendo que está sucediendo, por qué los dejaron aquí, quien eres.

- Me llamo Disentra Bellendier y si soy soldado republicano pero créeme no existe alguien que odie más a esa gente que yo. - di un paso hacia delante. - cuál es tu nombre.

- Ciocârlie, estoy a cargo de este grupo, los demás se quedaron al otro lado del sitio, sabíamos que era nuestro turno y por eso estábamos bajo tierra, pero jamás pensé que fueran tan crueles como para querer matar a los propios, han hecho algo mal.

- Supongo que a nuestra querida presidenta no le caigo muy bien y tampoco le soy indispensable, más bien creo que no me soporta y por eso fue que nos dejaron bajar para matarnos también.

- Pero no contaban con que eres más precavida de lo que pareces - apareció Jean - soy Jean Abbaci y tengo muchos años trabajando para la republica y nunca me entere de la forma en que atacaban a tu isla, son unos malditos cobardes.

- Si es verdad, esos pedazos de mierda nos atacan por el aire primero y después de un par de días vienen y se encargan de matar a los sobrevivientes con sus metralletas y rifles, es un asco todo lo que han hecho...parecen distintos.

- Lo somos - dijo Mirto - y no nos quedaremos esperando un nuevo ataque tendremos que contraatacar.

- Que dicen serían capaces de unirse a nosotros. - dijo incrédula la rubia

Storm song. Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora