“Nunca puedes saber lo que te espera al girar la esquina. Nunca puedes saber lo que la vida te va a deparar. Nunca se puede saber lo que pasará mañana, pasado, o quizás los cinco minutos siguientes. Todo es incierto, nada es verdad hasta que no ocurra.”
Quizás ese no era el final que ella esperaba para el libro, pero estaba contenta de haberlo terminado al fin. Llevaba dos meses leyéndolo…
Se levantó y guardó el libro en la leja de la estantería. Miró a su alrededor y se acordó a los pocos segundos que no había hecho aún los deberes de clase. Algo asustada ella, corrió y se sentó en su silla giratoria, abrió el libro de Literatura y se centró en la lectura, o al menos intentó centrarse. Por su cabeza no paraba de rondar el inesperado final que había tenido el libro. No se esperaba para nada que Emma, la protagonista de la lectura, no se quedara con ninguno de los dos chicos y acabara por irse con sus padres a Japón, para comenzar allí la universidad. Sin duda, “Nunca puedes saber lo que la vida te va a deparar”, era una frase que el autor del libro había puesto muy acertadamente.
Se escuchó el sonido de unas llaves y la puerta del piso se abrió. Era su madre, sin duda. Salió a su encuentro para ayudarle con las bolsas de la compra.
-Hola, cielo. ¿Has estudiado para los exámenes? –preguntó su madre arqueando las cejas y entregándole una de las tres bolsas que sujetaba.
-Claro. –contestó ella suspirando y dejó la bolsa en la encimera de la cocina. Luego se giró y volvió a su cuarto. –Por cierto, ha llamado papá, se pasará mañana para recoger algo que se había olvidado. –añadió volviéndose hacia su madre de nuevo, antes de entrar a su habitación.
-Oh… –fue la respuesta de su madre que se giró y miró a Helen algo preocupada, luego apartó la mirada al suelo y al poco tiempo se puso a hacer otra cosa para distraerse. Helen la miró angustiada. Sabía que a su madre aún le dolía todo ese asunto. Es más, hace tan sólo cuatro meses de la separación de sus padres. Sin duda, a cualquiera que haya estado casado con alguien durante más de quince años, le habría costado muchísimo acostumbrarse a estar solo. Volvió a su habitación y se tiró a la cama. Sin darse cuenta, en menos de un cuarto de hora estaba ya plácidamente dormida.
En otra parte de la ciudad, a esa misma hora.
Sonaba un tema de Muse, más concretamente ‘Supermassive Black Hole’. Esa canción le motivaba mucho. Iba a más de cien por hora en el coche de su hermano. Había quedado con sus tres amigos de la infancia, Robert, Chester y Roy. Tenía el móvil desconectado. No quería que su madre lo agobiara con constantes llamadas a lo largo de la noche. Quería pasárselo bien y en sus planes no entraba ser interrumpido por su madre cada dos por tres.
Giró hacia la derecha pasando por delante de un coche policía. Estaba nervioso porque no tenía carnet, pero su padre, cuando él tenía catorce, le enseñó a conducir, y desde entonces nunca se le había olvidado.
A los tres minutos, aproximadamente, ya estaba en el lugar donde había quedado con sus amigos. Aparcó el coche detrás del local y salió con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta vaquera. Entró y se acercó a la mesa donde estaban los otros tres.
El ambiente era bastante bueno, ya que era un restaurante familiar, que no ocasionaba estar muy lleno a esas horas. Había dos chicas jóvenes, de unos quince o catorce años, sentadas en la otra punta del bar comiendo unas patatas fritas. La camarera, de no más de cuarenta años, ojeaba con pasotismo la revista “Rolling Stone” sentada detrás de la barra, mientras mascaba con ímpetu un chicle de menta. No había nadie más en el restaurante, tal y como le gustaba a los cuatro amigos.
Mathew se sentó al lado de Roy y pronto se unió también a la conversación.
-No me digáis que estáis hablando de tías otra vez. ¿No tenéis otro tema sobre el que hablar? –preguntó Mat algo alterado, intentando no aparentarlo demasiado.
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The Bitter End
Teen FictionA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...