Dolor, tristeza... silencio. El sol estaba asomándose ya por el horizonte, el negro de sus ojos no eran más que las ojeras de no pegar ojo en toda la noche, y el rímel corrido que no había tenido la fuerza suficiente de quitarse al llegar a casa. ¿Cómo era posible que absolutamente todo le hiciera pensar en Mathew? Sentía un profundo dolor en el pecho del cual estaba segura que no podría deshacerse tan pronto como le apetecería.
Pegó la planta de los pies al suelo y bostezó con total desgana. Alcanzó unos vaqueros cualquiera y la sudadera que llevaba colgada del respaldo de su silla durante unas cuantas semanas, se lo puso todo. Por el reloj de sobremesa del escritorio vio que aún le quedaban dos largas horas para tener que irse al instituto, así que sacó un libro de la mochila y comenzó a estudiar. Desde pequeña, estudiar siempre había sido una rápida salida a sus problemas. Cuando estudiaba, se fijaba sola y únicamente en la lectura, dejando atrás todo lo que rondaba su mente.
Pero parecía que nada daba resultado, su corazón estaba demasiado dañado, y pudo comprobarlo por las gotas negras que se habían formado de repente en las páginas del libro. Lo cerró de golpe y lo tiró al suelo. Tras minutos de no poder parar lágrimas, se tranquilizó y fue a lavarse el rostro, necesitaba quitarse todo ese negro de los ojos.
Son etapas de la vida, y la que estaba viviendo ella con Mathew se había acabado demasiado pronto. Porque se había acabado, ¿no?...
Los lunes son odiosos, y él nunca dejará de repetírselo. Chester caminaba animado, con las manos en los bolsillos, auriculares puestos y música a todo volumen. Tarareaba sin importarle que la gente que pasaba a su lado le miraba mal. Toda su vida se había ido a pique, sí, pero nada le iba a prohibir cantar aquella canción por la que tanto amor sentía.
Esa mañana habría preferido quedarse en la cama, todo el día, hasta la noche, y saltarse el par de horas de instituto a las que le daría tiempo de asistir, saltarse las excusas, saltarse el tener que esperar a su padre en la entrada, saltarse el tener que ir de negro, saltarse las lágrimas, los llantos, toda ese ambiente apagado, el cielo nublado, saltarse el tener que entrar al cementerio, el ver a su padre llorar, el ver al cura hablar, el ver los cuerpos inanimados de su madre y hermana... saltarse todo eso e ir directamente a la parte donde despertaba años después, y la figura de aquella mujer y de aquella niñita estén tan borrosas en su mente que apenas se acuerde de como era su nombre.
Pero así no iban las cosas.
Suspiraba. Había pasado ya un día pero la nariz le seguía doliendo tras el puñetazo de Mathew. Había acompañado a Tamara a su instituto, que se quedó todo el fin de semana en su casa, abrazándole sin parar, y ya llegaba tarde a la primera clase, por lo que simplemente decidió no entrar. Vio desde el muro como los del equipo de fútbol del instituto entrenaban en el campo. Esa vida ya no iba con él.
No había sabido nada de Mathew desde aquella noche en la discoteca en la que se fue hacia los aseos con la chica que tanto parecido tenía con Helen, mas no era ella, desde luego. Estaba borracho pero no tanto, al menos no tanto como Mat. De pronto, vio a Helen caminar lentamente por la calle de enfrente, hacia el instituto. Decidió esperarla para acercarse a hablar.
–Hey. –dijo Chester haciendo que la chica levantara la mirada hacia él.
–Hola. –sonrió forzosa, tenía los ojos hinchados y se notaba que había llorado mucho.
–De verdad le quieres, ¿huh? –preguntó en un tono de voz casi inaudible, mientras se encendía un cigarrillo apoyado contra la verja que rodeaba el instituto. –Quédate, te van a mandar a la biblioteca con un parte por retraso igualmente, qué más dará ya.

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The Bitter End
Teen FictionA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...