Estaba feliz. Se sentía bien. Me ha perdonado… pensaba recordando que en el momento, había pensado que era una tarea imposible, la de que ella lo perdonara. Realmente debo de gustarle… volvió a pensar y se sintió bastante mal al darse cuenta de que estaba cada vez más cerca de vencer la apuesta. Decidió que lo más correcto en ese instante era no contar nada a Chester ni a Roy. Y hablando de Chester, Mat volvió a recordar el hecho de que Ches andaba perdido toda la mañana.
Decidió saltarse las clases que quedaban, y ante las miradas de unas cuantas chicas que estaban sentadas en un banco cerca de la entrada del instituto, salió en dirección de la casa de Chester, dispuesto a averiguar qué demonios le pasaba a su amigo.
Iba a paso ligero, esquivando gente que iba apresurada hacia su destino, todos cabizbajos, sin mirar hacia donde van. En diez minutos ya se encontraba en el lugar. Todo estaba en silencio, y no se oían los gritos de la madre de su amigo, como era habitual en esa casa. Demasiado silencio. Raro.
Se acercó a la puerta, se arregló la camisa y llamó al timbre. Quizás fueron más de cinco minutos los que permaneció parado frente a la puerta esperando a que alguien le abriera. Por lo que decidió entrar por la puerta del jardín que casi nunca dejaban cerrada. Saltó la valla y rezó porque estuviera abierta la puerta, y por suerte, lo estaba…
Entró, y otra vez ese silencio aterrador. Empezaba a temer que a Chester le haya podido pasar algo malo, o que su madre le hubiera hecho algo, que también era probable, estando aquella mujer completamente “loca”, según Mathew.
Tras inspeccionar el piso de abajo y asegurarse que no había nadie subió lentamente por las chirriantes escaleras de madera oscura. Entró al baño, y al ver que no estaba allí se dirigió hacia la habitación de al lado, la habitación de Chester. Tragó saliva y empujó la puerta. Aquella se abrió. Todo estaba oscuro y olía a alcohol. Qué raro, Chester nunca cierra las persianas… pensó Mat y encendió la luz no sin antes volver a tragar saliva, estaba realmente atemorizado de lo que se pudiera encontrar.
La luz iluminó todo el cuarto, y Mathew pudo ver como su amigo yacía estirado sobre la cama, con los ojos cerrados, y tapado hasta el cuello con su manta favorita de terciopelo negra. Podía ver como su pecho bajaba y subía, y Mat suspiró aliviado al ver que su amigo respiraba, y que se encontraba bien, o bueno, que al menos estuviera vivo ya era algo bueno para él.
-¡Chester! –gritó Mathew inevitablemente y se acercó a donde dormía Ches.
Aquel no movió ni un dedo, seguía dormido. Por lo que Mat decidió darle un empujón. Y parecía que dio resultado, Chester empezó a moverse.
-Huh… ¿qué… qué haces aquí?, ¿qué ha pasado? –preguntó Chester desorientado, mientras miraba hacia todos los lados de la habitación. Mat le cogió del brazo y lo tranquilizó.
-Eh, tío, tranquilo, he venido a ver como estabas. Estaba preocupado de que te pasara algo, ya que nunca sueles faltar, ni menos un martes.
-No recuerdo nada de lo que pasó ayer por la noche… ¿y mi madre? –preguntó frotándose la cara con las manos revolviendo en su mente lo sucedido ayer noche, pero por más que intentara, no recordaba absolutamente nada.
-No sé dónde está tu madre, cuando vine no había nadie en casa –dijo Mathew empezando a preocuparse– ¿Sabes dónde pueden estar tu padre y tu hermana?
-Ni idea… –decía mientras su rostro entristecía notablemente y a toda prisa.
-No te preocupes, va. Ya verás cómo tarde o temprano vienen todos y estará todo bien.
-Si tú lo dices… –dijo Chester y se levantó para abrir las cortinas azul oscuro, dejando entrar toda la luz. Luego fue a apagar la bombilla y tras ello, apoyó la frente contra la puerta y suspiró entristecido.

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The Bitter End
Teen FictionA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...