Capítulo 3

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Esa chica lo tenía cautivado. Todo el camino restante a casa se lo había pasado pensando en ella, y tan ocupado se encontraba en ese momento que ni se acordó de que le había dado su pañuelo favorito a Helen, cuando ni si quiera se lo dejaba a Chester.

Al llegar a su casa su hermano y su madre ya estaban comiendo. Ya se había acostumbrado a ver aquella cuarta silla sobrante que su madre no quería quitar, el sitio donde siempre se sentaba el padre de Mathew y Jonathan. Parecía que los dos hermanos ya habían superado su muerte, y pasaron página hace ya un par de años… La única soñadora era su madre, que seguía aguardándole también un sitio en la cama a su difunto marido y durmiendo en un solo lado de la cama, sin pasarse de la mitad de ésta.

-¿Y esa sonrisa? ¿Has sacado muchos dieces? –preguntó la madre de Mat sonriendo con sinceridad y Jonathan casi se atragantó con la comida de la risa. Al segundo su madre le pegó una colleja y aquel siguió comiendo tranquilamente, con una sonrisa en la cara. –Anda, ven a comer, Mat…

-Se me han quitado las ganas… –dijo mirando con odio a su hermano y corrió hacia su habitación.

Tiró la mochila por los aires y esta golpeó la estantería que había pegada a una de las paredes, al lado de la cama, e hizo que se cayera una foto enmarcada en un marco de balones de béisbol. Al segundo corrió para recoger la foto del suelo. Trozos de cristal cayeron al parqué de su habitación. Mat quitó lo que quedaba de cristal roto del marco y miró la foto. Pasó su dedo índice por la figura de su padre y luego por la suya de cuando era pequeño, después dejó entre suspiros la foto en su sitio.

Recordaba como de pequeño jugaba con su padre al béisbol en la hierba del parque principal. Eran tiempos muy buenos, pero todo eso estaba en el pasado. Siempre le echaba de menos, y era algo natural e inevitable que ni en cien años lograría olvidar. ¿Cómo puede uno olvidar a su propio padre?

Mathew se sentó en el borde de la cama y se quitó las bambas, las tiró contra la pared y se estiró sobre su cama con las manos en la nuca.

Al momento recordó a Helen Harrison. Aquella chica le había gustado, aunque no era eso lo que creía que le pasaba por su cabeza. Él se decía a sí mismo de que eso sólo eran ganas de demostrar que ninguna chica se le puede resistir, y que al final, terminará cayendo en sus redes. Pero para nada se asemejaba eso a lo que realmente era…

Otra parte de la ciudad, esa misma hora.

Helen acababa de llegar a su casa. Agotada, pero contenta, se quitó lentamente los zapatos y los dejó en la entrada. Embobada tiró la mochila en el mismo sitio y caminó por el pasillo dando vueltas sobre sí misma y cantando una canción mientras a la misma vez hacía algunos pasos raros de baile.

Su madre la miró atónita. Nunca había visto a su hija comportarse de esa forma.

-Helen, ¿qué te pasa? –preguntó su madre sin apartar un ojo de ella.

-Nada, mamá. Un buen día. –contestó alegremente a su madre y se fue dando saltitos por el pasillo. Al segundo se acordó de que Mat también había dado saltos mientras andaba tras ella, y aquello la hizo estar aún más feliz de lo que se encontraba ya.

Al entrar a su habitación se acercó a la ventana y destapó con fuerza las cortinas, dejando entrar rayos de sol que iluminaron al instante toda la habitación. Caminó hasta su mesilla, aún bastante embobada, y con una enorme sonrisa en la cara. Se sentó en la silla giratoria de cuero negro y pensó en lo que haría Mathew para conseguir que ella dijera que sí, aunque mentalmente ya lo había dicho sí cien mil veces cuando se encontraba delante de Mathew.

-¡Pero Helen, hija! ¡¿No piensas comer?!... –gritó su madre desde la cocina y Helen se des-embobó al instante, se levantó de la silla y fue de nuevo a la cocina para ver lo que había preparado su madre.

The Bitter EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora