Capítulo 13

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¿Por qué sentía tanto frío cuando cerraba los ojos? ¿Por qué le parecía que en cualquier instante podía caerse, o ser secuestrada por alguien? ¿Por qué tenía esa sensación de que no estaba del todo fuera de peligro? 

El agua templada corría entre los cobijos de su cuerpo, acunándola en una suave capa de cristalino, templado, y aquella música que sonaba como dulce al corazón y la mente. Con una sonrisa de satisfacción, Paola restregaba las manos repartiendo el jabón por todo el torso. Placentero, como pocas cosas en la vida. Estaba sola, pero estaba bien. O eso creía ella. 

Al salir, envuelta en una toalla color rosa pálido, suave, caminó hasta su habitación, donde la esperaba un bombón de los buenos. El chico la miraba deseoso, con un brillo insaciable en las pupilas, que sólo se engrandecía más a medida que Paola se acercaba a él. 

  –Lo siento, es tarde, tienes que irte. –fría como ninguna, se destapó y comenzó a vestirse. El chico cambió su mirada por una perpleja e incomprendida. 

  –¿Cómo? Pero si no hemos hecho nada... –reprochó fastidiado. 

  –¡Que te vayas, joder! –gritó enrabietada y el chico, sin rechistar ni una sola vez más, se vistió a toda prisa y salió corriendo del piso. 

Se escuchó un fuerte portazo desde la entrada, tras eso, Paola soltó todo el aire que contenía a presión. A pesar de ser tan fuerte y musculoso, aparentemente, en lo mental era un cobardica. Se preguntaba por qué no quiso luchar por ella y quedarse, no, mejor aún: ¡¿Por qué nadie luchaba por ella?! ¿Tan repugnante era? 

Se giró hacia el espejo y palpó lentamente su cara, bajando por el cuello y llegando hasta la barriga. Dio un par de vueltas inspeccionando su figura, divisando algún que otro kilo de más de allá y de acá. 

Que no, que no, que ella estaba muy buena, es decir, no tenía un cuerpo diez de modelo de pasarela, pero todos los tíos con los que se acostaba la elegían por algo, ¿no?... no podían ser todos frikis desesperados, ¿o sí? ¿Tan tonta y vacía les parecía a todos? En realidad, así es precisamente como ella se veía. Con nulo sentimiento hacia alguien, y menos hacia sí misma. Pero, vaya que sí, se alegraba de haber echado a ese desgraciado. Ya era un paso a su favor. 

 El timbre. Inesperado. Caminó a través del pasillo en ropa interior hasta llegar a la puerta. Sin ningún tipo de pudor y vergüenza, abrió la puerta para encontrarse con la última persona que deseaba ver ese día. Esa melena rubia asomó por el marco de la puerta, tras eso, apoyó su hombro contra la misma y miró fijamente a Paola. 

Nick. 

¿Por qué ese capullo no podía morirse ya de una vez? Y no se consideraba mala persona por pensar eso, para nada, todo lo contrario, él le hacía a ella ser mala. Pero, por otra parte, Nick era el único que venía a ella siempre que tenía un problema, sea del calibre que sea. Y también era el único que una vez habiendo tenido sexo, se quedaba con ella en la cama dormido y no se iba, exceptuando algunas veces en las que ambos tenían prisa. 

Paola se apartó abriéndole paso a un Nick muy magullado y malherido. Éste fue a la cocina y se sentó en la encimera mientras se pegaba una bolsa de hielo contra el costado. La chica fue tras él varios minutos después. Se quedó inmóvil a menos de medio metro de él, observando como miraba hacia el suelo, decepcionado.

  –Eso no estuvo bien. –afirmó Paola casi susurrando. 

Minutos de silencio. ¿Nick parecía avergonzado, acaso? Sus ojos llorosos seguían mirando hacia el suelo. Comprendía que se sintiera avergonzado, era para estarlo. 

De pronto, dejó la bolsa de hielo a un lado y colocó su cabeza sobre el hombro de la chica. Paola entonces sí que enmudeció. 

  –Por favor, abrázame. –suplicó Nick.

The Bitter EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora