Chester cerró la puerta y dejó las llaves sobre el mueble. Silencio, ya se había acostumbrado a él. Su padre volvió una mañana y dijo que no pudo encontrarlas, que su madre había desaparecido junto con su hermana... Se preguntaba a dónde podría haber ido, dónde habrían dormido, donde habrían comido, si es que aún estaban vivas.
Acababa de salir del hospital y aún no estaba enterado de lo ocurrido con su amigo. Presuponía que Nick le habría dado una buena paliza, lo único que esperaba era que no le hubiera matado. Verle allí le había recordado los tiempos en los que Chester también pertenecía a la banda. Recordaba lo mal que hablaba siempre de Mathew, y también recordaba aquella noche, cuando apuñaló a aquel inocente, él estuvo allí, observando la escena.
Escalofríos. Recordar el pasado siempre le ponía la piel de gallina. Se acercó al teléfono móvil, colocado en la encimera, y marcó rápidamente el número de Paloma.
–¿Sí? ¡¿Chester?! –preguntaba ansiosa de escuchar su voz.
–¡Hey, guapa! ¿Cómo estás?
–¡¿Qué como estoy yo?! ¡¿Cómo estás tú?! –gritó ella y Chester sonrió.
–Estoy mucho mejor, ya he llegado a mi casa. Iré a darme una ducha, ¿vale? Ahora después te llamo. –dijo y Paloma soltó un ligero De acuerdo, tras ello, ambos colgaron al mismo tiempo.
Dejó el móvil de nuevo en la encimera y salió de la cocina. Pero de pronto, algo le hizo detenerse en seco antes de comenzar a subir las escaleras: se oyeron unas llaves introducirse en la cerradura y, lentamente, la puerta se abrió dejando paso a un Edwin agotado, dolorido, entristecido... Su cara estaba llena de lágrimas y los ojos rojos. Al cerrar la puerta se tiró de rodillas al suelo y Chester corrió rápidamente hacia su padre.
–¡Papá! ¡¿Qué ha pasado?! –gritaba Chester sacudiendo a su padre de ambos hombros mientras éste se echaba a llorar. –¡Papá, contesta!
–Tu madre... ella... –sollozaba mientras intentaba articular palabra– Se ha tirado del puente con tu hermana en brazos. –terminó de hablar y sus sollozos se convirtieron en llantos ahogados llenos de rabia, de impotencia.
Silencio. La cara de Chester palidece. Suelta a su padre y retrocede unos pasos hacia atrás mientras niega lentamente con la cabeza.
–No, no puede ser... –siguió negando, se apoyó con la espalda contra la pared y comenzó a deslizarse despacio hacia abajo, al suelo. Sus ojos se humedecían más y más, no podía creerse que ni su madre ni su hermana, ninguna de ellas estaba viva. No le salían las lágrimas, porque ni siquiera podía terminar de entender que ya no las iba a ver nunca más en su vida.
Miraba a su padre, pero no parecía que fuera una broma de mal gusto o algo por el estilo. Sintió como su corazón se paralizó, su mente se quedó en blanco y lo único que escuchaba era sus pulmones llenando y vaciándose.
–Los cuerpos están en la morgue... Acabo de venir de reconocerlos.
–¡Joder, no digas cuerpos! ¡Qué asco, qué mierda! ¡¿Por qué a mí?! –gritaba Chester desesperado.–¡¿Qué he hecho, Dios?! –angustiado, se levantó y corrió hacia la calle, pasando al lado de su padre, que se había levantado del suelo también, dolorido.
Salió a la calle y cayó de nuevo de rodillas antes de bajar los cuatro escalones del portal. Se tapaba la cara con las manos mientras lloraba, lleno de rabia. No lograba asimilar aún que ya no vería esos ojitos azules de su hermana abrirse y después verla caminar somnolienta por el pasillo hacia la cocina, donde la espera un vaso de leche caliente que él le ha preparado.
La gente pasaba y miraba a Chester con incomprensión, pero ninguno se paraba para preguntar si estaba bien. ¿Acaso les iba a importar que un extraño estuviera llorando por problemas personales que ni les incumben ahora ni nunca?
La impotencia que sentía era inmensa... No comprendía cómo sería capaz de vivir a partir de ese día sin las dos personas más importantes de su vida.
Sacó un cigarro del bolsillo que de milagro había salido ileso y se lo encendió mientras empezaba a darle caladas como loco, una tras otra, al mismo tiempo que le caían lágrimas, una tras otra, una tras otra...
En otra parte, misma hora...
Las piernas le tiemblan, al igual que todo su cuerpo entero, en general. El policía la había llevado con el arrestado, que, en efecto, era Mathew. Al verla, se levantó corriendo del banco de madera, donde también se encontraban tres borrachos, dos prostitutas, y algún que otro bándalo, y se agarró a las barras de hierro que le separaban de ella.
Helen se echó hacia atrás unos pasos, pero varios segundos después, cuando el policía fue de nuevo a su despacho y los dejó solos, se acercó lentamente a las barras y pegó su frente a ellas.
–Lo siento, lo siento, lo siento... –susurraba Mat mientras entrelazaba sus dedos con los de Helen asomándolos entre las barras. Su frente también se hallaba pegada a la de ella.
–Has asustado a mi madre con esas pintas... –contestó Helen con el mismo tono de voz que él.
–Simplemente quería hablar contigo, porque... esto no puede ser así, Helen. ¿Por qué te fuiste? –preguntó angustiado. La chica tragó saliva, los nervios podían con ella.
–Mat, es que... ¿por qué no me contaste antes sobre... sobre todo eso? ¿Te das cuenta que han estado a punto de violarme? ¡¿Te das cuenta de la gravedad del asunto?!
–Lo entiendo, joder, pero cómo iba a saber que ese tío aún quería vengarse de mí después de dos años. Era lo último que me esperaba que pasase... –decía con rabia. –Te juro que si hubiera sido por mí, te habría mantenido bien alejada de toda esa mierda con Nick y demás...
–Vale... vale... –repetía Helen cerrando los ojos. Mat agarró más fuerte su mano con sus dedos. –Tengo que hablar contigo. ¿Cuándo te van a soltar?
–No tengo ni idea, lo más seguro que por la noche.
–Vale. Por la noche, ven a mi casa y hablaremos. –dijo y Mathew asintió con la cabeza.
Seguidamente Helen comenzó a soltar sus dedos poco a poco, aunque no quería hacerlo, pero el hecho de saber que esa noche volverían a reencontrarse la tranquilizaba. No demasiado, pero suficiente como para soltarse definitivamente de aquellas frías barras de hierro e irse corriendo de aquel lugar.
Corría calle abajo, con la sensación de que sus pulmones estaban apunto de estallar. Corría con todas sus fuerzas intentando quemar energía, intentando no pensar en esos malditos dos meses que iban a resultar horrorosamente cortos...
Holita. Lo siento si cada vez los capítulos son mas cortos, pero realmente he perdido un poco la inspiración. Eso no quiere decir que cancele esta historia, para nada, sólo que pasa lo que pasa... que me demoro una eternidad con cada capítulo, pero estoy inentando hacer lo imposible por escribir más rápido, de veras.
Gracias por los más de 4 mil leídos.<3 Os adoro muchisísimo.

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The Bitter End
Novela JuvenilA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...