Era tercera hora y ella no podía calmar sus emociones. No se podía creer que se hubiera ofrecido voluntaria para salir a la pizarra. Teniendo en cuenta el hecho de que el profesor siempre tenía que estar convenciéndola y sobornándola con un positivo extra, el haber salido voluntaria, era un gran paso.
No se mantenía quieta en la silla de su pupitre e intentaba esconder como sea la gran felicidad que la llenaba de arriba abajo desde primera hora de la mañana. Podía notar como todo el mundo la miraba en la clase, pero ella no conseguía esconder esa sonrisa alegre que tenía pintada desde el principio de la segunda hora. Y todo gracias a esas dos simples palabras… “Te quiero…” recordaba ella y se estremecía del cosquilleo que sentía en todo el cuerpo al pensar que Mathew le había dicho eso.
En otra parte del instituto, Mathew tampoco podía tranquilizarse, y sentía como su corazón latía con fuerza después de haberle dicho aquellas palabras a Helen. No sabía cómo reaccionaría la chica. Temía que después de eso ella dejara de hablarle, o empezara a evitarlo por todas partes, pues aquellas palabras habían salido de su boca porque realmente las sentía, sentía lo que decía y eso se notaba en lo preocupado que estaba toda la mañana. Chester no entendía lo que le pasaba, pues cuando le preguntaba, el chico simplemente pasaba de él, o cambiaba de tema repentinamente. Y es que aquello de enamorarse… era realmente serio para Mathew.
Sólo hubo una vez que se enamoró de esa forma de una chica, y sentía que con Helen volvía a pasarle lo mismo. Era fácil de averiguar pues, se pasaba todo el día pensando en cómo complacerla, en cómo hacerla sonreír. Comenzaba a estar locamente obsesionado con ella.
Sonó el timbre, avisando a todos de la salida para el recreo. Mathew se quedó en las escaleras y observó cómo salía la gente a toda prisa de las clases. Inevitablemente comenzó a buscar con la mirada el pelo castaño de Helen. Esperaba poder reconocerla entre toda esa gente.
De pronto vio como una muchacha de no muy alta estatura salía de entre las últimas personas que quedaban por salir al patio. Iba con los auriculares puestos, y también parecía estar buscando a alguien.
Mat bajó corriendo las escaleras y se acercó a ella. Y tenía razón, era Helen.
Le tocó con la yema del dedo índice el hombro y la chica se dio la vuelta asustada. Sonrió al ver quién era.
-¿Cómo estás, preciosa? –dijo Mathew dibujando en Helen esa ligera rojez en las mejillas.
Los dos fueron a sentarse al césped y se quedaron allí hablando un rato. Mat se sorprendía lo mucho que podía hablar esa chica cuando cogía confianza con la gente. Miraba con una sonrisa risueña en la cara como Helen le contaba cosas sobre su vida, sobre sus padres…
Vio a Paola a lo lejos, y como se acercaba con aires de grandeza hacia donde estaban ellos dos sentados. Mathew pensó en proponerle a Helen irse a otro sitio, pero era inevitable cruzarse con Paola, no tenía escapatoria por ningún otro lado. A buena hora decidí yo ponernos en un rincón… pensaba Mathew y maldecía todo lo posible, ya que sabía que eso no podría acabar bien.
-Mat… ¿me estás escuchando? –dijo Helen entristecida al ver que Mathew estaba distraído y no escuchaba nada de lo que ella le estaba contando.
-Lo siento, espérame aquí. Ahora vengo, no te vayas por favor. –dijo levantándose a toda prisa y se acercó a Paola, a la cual le quedaban menos de cinco segundos para acercarse a Mat y Helen.
La paró en medio del patio y se alejó cogiéndola del brazo y llevándola a un lado, para no tener que estar hablando allí delante de todos. Y aunque Mathew no quería que Helen pensara nada malo, era inevitable para la pobre Helen imaginarse cosas malas, que empezaban a preocuparla. Vio como hablaban en otro rincón y vio que Mathew no soltaba la mano de la chica.
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The Bitter End
Ficțiune adolescențiA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...