Capítulo 14

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Había anochecido rápido. Observó desde la ventana como las farolas se encendieron una a una. La señal que avisaba de seis llamadas perdidas parpadeaba irritante en la pantalla del móvil. No quería hablar con nadie ahora, aunque quizás fuera Mat, quizás Tamara, quizás alguien más, pero fuera quien fuera, estaba claro que no tenía las ganas suficientes para eso. 

  –Chester, baja a la cocina, he preparado la cena. –informó Edwin, pero su hijo ni siquiera reaccionó, siguió parado frente a la ventana, mirando a la calle.

  –Ha sido tu culpa. 

  –¿Qué? ¿De qué estás hablando? –ruborizado, caminó adentro del cuarto y giró a Chester cogiéndole de los hombros. –Tu madre estaba enferma, y no fue por la bebida, ni por la droga, ni por nada de eso. Ella lo estaba desde un principio, pero comenzó a degradar gracias a eso...

  –Pero... ¿no se supone que tú eres su marido? ¡Deberías de haberla ciudado! Eras el único que sabía de su enfermedad antes que yo, y no moviste ni un dedo. 

  –Chester, cállate por favor. –se giró enrabietado, dispuesto a salir de la habitación.

  –¡¿Ahora huyes?! ¡Sabes que tengo razón, joder! ¡Lo sabes! –gritó aún más fuerte, y lágrimas salieron disparadas de sus ojos. Edwin paró en seco, se dio la vuelta, en un par de zancadas se plantó frente a su hijo y con la mano abierta le metió un bofetón en la cara. 

Silencio repentino, Chester mantenía su mano en la cara, sollozando. 

  –Tú no sabes nada. Yo quería a tu madre, la traté mejor que a nadie he tratado nunca. La cuidé, la llevé a todo tipo de psiquiatras, pero ninguno decía tener la solución exacta, cada uno decía una cosa diferente. ¡¿Y me dices ahora que yo no hice nada?! –lleno de rabia, cogió a Chester del cuello y lo pegó al cristal de la ventana– ¡Tú eras el que no hacía nada! ¡Tú eras el que se tiraba días borracho y fumado! –sus ojos daban miedo, pero aún así, podía notar la enorme tristeza que contenían. 

Lo soltó de golpe y Chester cayó a la cama, situada justo al lado. Rabia, impotencia, todo se mezclaba en su interior. Un sentimiento raro que le impedía parar de llorar, y mira que lo intentaba, ¿eh? Con todas sus fuerzas, pero nada daba resultado. Tras oír a su padre bajar las escaleras se levantó de la cama de nuevo y se llevó ambas manos a la cabeza. Pensamientos distorsionados, y un dolor de cabeza tremendo... En un impulso de ira, de una patada tiró la mesilla de noche junto con todo lo que había encima de ella, y seguido se tiró al suelo también, llorando más que otra cosa. 

Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, esperaban aún más dramas. Mathew no había aparecido, y Helen no sabía qué le daba más miedo de la situación: si el hecho de que Mat no dio señales de vida, o el que le parecía bien que no hubiera venido. 

Estaba aterrada. De verdad lo estaba. No entendía cómo podía temer tanto a una simple conversación, aunque quizás porque sabía la respuesta que iba a desencadenar en Mathew lo que ella le iba a decir. ¡Pero es que era un suceso inevitable! Ella se iba a ir, y punto, y ningún Mat debía de ser barrera entre ella y ese futuro perfecto que tanto había soñado desde hace años. Aunque por otro lado... sabía que si Mathew estuviera a su lado en ese futuro perfecto, sería mucho más perfecto aún. 

Abrió el libro de literatura. Ya basta de hacer el vago- pensó y se sentó frente al escritorio con una larga noche de estudio por delante. No quería que en los últimos meses de instituto, de pronto, cateara casi todas las materias de golpe y no pudiera ir con su padre. 

La mañana llegó pronto, y con ella el dolor de cabeza y las ganas de dormir. Se miró al espejo, pero no había manera de esconder esas enormes ojeras. La verdad es que llevaba ya varios días sin poder dormir bien, y desconocía totalmente la razón. Salió a la cocina y allí estaba su madre, esperándola con un desayuno de muy buena pinta. Se sentó en la silla y bajó la mirada. 

The Bitter EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora