En aquel rincón apartado del resto del mundo era donde Mathew mejor se sentía siempre. Era su sitio favorito de entre todos. Allí venía siempre que necesitaba estar solo, comenzó con esa tradición desde que murió su padre, y siempre, siempre que le ocurría algo sobre lo que tenía que pensar un rato en soledad, sus pies parecían andar solos y llevarle a ese pacífico lugar.
Se veía toda la ciudad desde allí, pero nadie lo veía a él. Podía gritar y desahogarse, pero nadie lo oiría. Eso era lo mejor de todo.
Había bastante aire en esa colina, estaba oscuro, y tenía sueño. Quién lo viera pensaría que estaba loco. A las cuatro de la madrugada sentado a dos pasos de un barranco enorme que daba a parar en una gran cantidad de piedras afiladas y matorrales, con dolor de cabeza y sueño. Mala combinación.
En su cabeza no dejaba de rondar Helen. Helen por todas partes. Sólo la veía a ella. Se sentía tan mal por ella, y odiaba tanto a Paola en ese momento, que ni pensaba en ella. Si la chica esperaba haberle jodido la existencia con ese beso que no significó nada para ninguno de los dos (puede que un poco más para Paola), lo había conseguido.
Había pasado tan sólo una semana y pocos días desde que empezó la apuesta, y en parte quería acabar ya con todo eso, pues Robert no había descansado ni un minuto persiguiéndole a la hora del segundo recreo por todo el patio preguntando que como le iba con Helen.
Sabía que podía decirle a Robert que ya se la había tirado y que le diera los ciento cincuenta pavos y lo dejara en paz, lo único que le preocupaba era Helen, ¿cómo se sentiría ella si descubriera que en realidad ellos dos están juntos por culpa de una apuesta? Estaba claro que se sentiría mal al descubrirlo, y puede que entonces sí que dejara de hablarle para siempre.
Mathew sacó su móvil del bolsillo y comenzó a escribirle un mensaje de texto a Helen. Esperaba que lo tuviera en silencio y lo leyera la mañana siguiente, no quería despertarla. Se quedó quieto sin escribir nada. Segundos atrás tenía tantas cosas en la mente que escribirle, pero en ese instante parecía como si todas las palabras del mundo fueran pocas para ella. No sabía qué decirle.
-Lo siento si te he hecho daño, Helen, y aunque no fue del todo mi culpa, quiero que sepas que lo que te dije en clase esta mañana es verdad. Te quiero, y mucho, así que por favor, dame otra oportunidad de arreglarlo. Te prometo que no la cagaré esta vez. Por favor, por favor, por favor, preciosa… –volvió a leer lo que tenía escrito y sonrió mientras le daba a Enviar. Estaba seguro de que le haría pensar, aunque sea un poco.
Dejó el móvil a su lado en la hierba y miró a los pocos destellos de luz que veía por su barrio. Vio su casa, aunque no lograba diferenciar casi nada, puesto que estaba casi en la otra punta.
De pronto, oyó un “rin rin” casi inaudible y se giró hacia su móvil. ¿Me ha respondido? Pensó y se sintió un poco mal, porque quizás la había despertado, o quizás ella tampoco podía conciliar el sueño aquella noche.
Abrió el mensaje y comenzó a leer:
-Avenida 25, nº6. Cuarto B. No llames y espera en el único banco que hay al lado. –terminó de leer y sonrió. Finalmente, le había dado otra oportunidad. No entendía cómo es que lo perdonaba tantas veces. Al final será verdad que le gusto… Pensó entristecido, y emprendió el camino hacia la casa de Helen.
Las calles estaban oscuras por ese barrio. Apenas podía ver donde pisaba, pero al menos no había ni un alma viviente divagando por allí y podía llegar tranquilo y sin interrupciones.
A los veinte minutos ya se encontraba en el lugar indicado por Helen. Dio unos pasos y miró hacia arriba. Era un bloque de pisos, de unas cinco o seis plantas. Se preguntaba dónde viviría Helen, porque debería de estar mirando por la ventana y aguardando a que él llegara.
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The Bitter End
Roman pour AdolescentsA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...