Todo era un caos... Y qué más se puede decir que no se intuya ya. Fue una mañana agotadora, incluso demasiado, quizás. Chester se encontraba sentado en un banco a las afueras del instituto fumándose un cigarrillo, intentanto no barajar más sus pensamientos para no volver a encontrarse frente al espejo soltando lágrimas. Necesitaba arreglar su mente ya de una vez, pero joder, ¡que acababa de enterarse que su madre y su hermana ya no van a estar nunca con él! Ya podía enfadarse con el mundo entero, que sería totalmente justificable.
–Hola, mi amor. –escuchó esa voz tan dulce que tanto anhelaba. Desvió la mirada para encontrarse con unos ojos azul cielo de lo más hechizantes. Sonrió.
–Hola, Tamara. –dijo mientras daba unas palmadas al banco, haciendo ademán de quería que se sentara a su lado, y la chica así hizo. Acercó sus labios a los de ella y le plantó un dulce beso con sabor a fresa. –¿Llevas pintalabios? –preguntó Chester restregándose la boca. La chica rió alegre.
–Sí, y sabe a fresa. –le puso morritos y ambos rieron. –Hm... bueno... ¿vas a ir a la fiesta esa? –preguntó acompañada de un suspiro. Sus manos temblaban, al igual que sus piernas, pero no podía mostrar debilidad, ahora no.
–¿Qué fiesta?
–La que organiza un chico de tu instituto. Es muy popular, y dicen que hace unas fiestas de alucine. –decía convencida. Sin embargo, Chester no parecía tan ilusionado con la propuesta. Tamara arqueó las cejas– ¿Qué te pasa, Ches?
–Es muy difícil de explicar, mejor en otro momento, ¿vale? –se levantó del banco y, sin acabarse siquiera el cigarro, lo tiró al suelo mientras se alejaba a toda prisa calle abajo.
–¡Pero Chester, espera! ¡¿A dónde vas?! –gritó, pero al no recibir respuesta dio un profundo suspiro y se fue en otra dirección.
Mientras tanto, Chester corría. Sin saber a donde, realmente le daba igual. Llegó a su casa, sin poder evitarlo, puesto que otro sitio en el que pudiera estar más solo que allí, realmente no había. Se estiró sobre la cama y cerró los ojos. Quería dormir, quería olvidar, quería dejar de sentir dolor por unos instantes. Nadie podía comprender su situación, y si lo hicieran... si llega a darse el increíble caso de que lo hicieran... estaba seguro de que no querría compartir con nadie ese dolor. Un pensamiento tan egoísta pero a la vez tan heroico y cortés.
Lo de guardárselo todo para él ya lo tenía más que practicado, qué más si lo llevaba practicando toda su vida. Tampoco es que le importara, era, como dicen por ahí, cuestión de acostumbrarse, y él lo hizo. ¡Y tanto que lo hizo!
El timbre interrumpió su desagradable velada consigo mismo. Bajó las escaleras con absoluta desgana, y antes de pasar los últimos cinco escalones, se puso de puntillas para mirar quién había llamado por la ventanilla de encima de la puerta. Era Mathew. Se acercó y, al mismo abrir la puerta, un Mathew lloroso pegó su cuerpo al de Chester. No entendía nada. ¿Qué le pasaba ahora a este?
–Tío, ¿qué te pasa? –preguntaba dándole pequeñas palmadas en la espalda, al igual que Mathew a Chester.
–¿Por qué no me lo has contado? –dijo y Chester se quedó de piedra.
–¿Q-qué?
–Estoy aquí contigo para lo que sea, ¿vale? Si necesitas pegarle a alguien, desatar tu rabia, pégame, ¿vale? Venga, yo estoy aquí, pégame cuando quieras.
–Tranquilízate... –murmuró Chester y soltó el abrazo de Mathew. –¿Quién te lo ha dicho? –preguntó sentándose en las escaleras. –Bueno, qué pregunta... mi padre es...
–Ella sólo quería lo mejor para ti, joder, y la entiendo. No puedes enfadarte con Tamara sólo por querer...–quiso seguir pero Chester lo interrumpió.

ESTÁS LEYENDO
The Bitter End
Ficção AdolescenteA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...