Capítulo 11

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El agua se deslizaba por su cuerpo cubriéndola casi al completo. Con los ojos cerrados, siguió parada bajo el chorro de agua de la ducha. Estaba al punto, templada partiendo a fría. Tal y como a ella le gusta. Se abrazaba a sí misma con las manos mientras disfrutaba de ese momento de paz suprema. Lentamente se fue agachando hasta quedarse por fin sentada en el suelo de la bañera. Hincó ligeramente las uñas en los costados mientras se abrazaba con ambos brazos. 

Recordaba lo mal que lo pasó. Su cuerpo temblaba, pero no del frío. Tenía miedo. Pero, ¿miedo de qué? Ella ya estaba a salvo en su casa, ¿qué es lo que seguía atormentándola? La respuesta en realidad era obvia... Dejar ir al amor de tu vida habiendo descubierto su pasado lleno de historias que ni siquiera sabes si puedes creer o no, algo difícil de asimilar en tan poco tiempo. 

Cerró el grifo y escurrió el agua restante en su melena, salió del cuarto de baño enrollada en una toalla blanca. Al salir se encontró con su madre, sentada en la cocina sin decir palabra, demasiado quieta. Su rostro angustiado comenzaba a preocupar a Helen. Extrañada, se acercó a ella lentamente.

  –Mamá, ¿qué ocurre? 

  –Eh... nada, nada... –conestó ella saliendo de su ensimismamiento. –Ha llamado papá, pero como estabas en la ducha le dije que le llamarías tú cuando salieras. 

  –¡Ah, ok! Ahora le llamo. –dijo y caminó hacia su cuarto. Se volvió a girar hacia su madre y, tras una mirada preocupada hacia su dirección, cerró la puerta de la habitación, dejando a su madre de nuevo a solas con sus pensamientos. 

Sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y marcó rápidamente a su padre. Ya se le había olvidado el acuerdo que hizo con él. 

  –¿Sí? –se escuchó por la otra línea. 

  –¡Papá, soy yo, Helen! 

  –Hola, hija, ¿qué tal esa duchita? 

  –Genial, la necesitaba mucho. Ha sido un día duro... –suspiró entrecerrando los ojos– ¿Querías hablar conmigo? –preguntó Helen después.

  –Sí, bueno... Me preguntaba si podrías decirme ya con total seguridad si vas a venir aquí al terminar este curso o no. 

  –Joder, pa... –Helen suspiró de nuevo, aunque quizás la respuesta ya la tuviese mucho más clara después de ese día– Está difícil la cosa... 

  –Entiendo, hija. Sé que te estoy presionando mucho, pero la cosa es que, bueno... –Martin se limpiaba el sudor de la frente cada dos por tres– Verás, es que Emma, mi novia, está embarazada, y... bueno... aquí sólo...

  –¿Cómo? ¡¿Está embarazada?! –Helen pegó un grito de la sorpresa. ¿Estaba enfadada? No, eso no era enfado, era más bien sentimiento de traición, aunque legalmente su padre podía hacer lo que quisiera. Pero quizás todo estaba sucediendo demasiado rápido para Helen, y en especial para su madre, de ahí su estado pensativo y depresivo.

  –No me digas que también me vas a colgar, como tu madre. –tragaba saliva y se resecaba la frente con una servilleta que tenía en mano. A lo lejos, en el sofá del comedor, Emma lo observaba nerviosa. Ella realmente quería que todo saliera bien y que Helen se viniera a Manhattan. 

  –No, tranquilo, papá. Estás rehaciendo tu vida, es comprensible. –reaccionó Helen al fin. El hombre pegó un enorme suspiro. 

  –Gracias a Dios, Helen... estaba muy preocupado que no lo aceptaras y decidieras no venir. –comentó. Helen negó con la cabeza rotundamente, aunque sabía que su padre no la veía, por lo que habló.

The Bitter EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora