Sus rodillas temblaban. Había pasado toda la noche sin decir apenas palabra, y sentía que tenía que soltarlo ya, no podría aguantar mucho más. Se llevaba las manos a la boca y balanceaba la copa de un lado a otro, Mathew ni siquiera notaba que su novia estaba completamente de los nervios, tan sólo seguía hablando de todo y a la vez de nada con Chester.
–Helen, ¿está todo bien? –preguntó Mathew en el minuto de silencio que se formó tras haberse ido Chester al aseo. La chica tragó saliva.
–No, nada está bien, Mat, pero tampoco parece que tengas mucho interés en saber cómo estoy, así que a lo mejor debería irme y dejarte solo con Chester, él te necesita más que yo, de todas formas. –soltó de golpe y siguió mirando hacia otro punto indeterminado del bar, mosqueada.
–¿Pero qué te pasa? –la cogió de las manos intentando captar su atención– Claro que él me necesita, pero eso no significa que ya no tenga porqué escuchar a nadie más. Cuéntame, ¿qué ha pasado?
–Pues que me voy, Mat... –silencio. Aquello le vino al chico como un alfiler al corazón. Él no entendía nada, pero tenía el presentimiento de que no era nada bueno.
–¿Cómo que te vas? ¿Cuándo? ¡¿Y a dónde?!
–A Manhattan, donde vive mi padre, para empezar la universidad allí.
Las palabras se habían atragantado en su interior, incapaces de salir. Mathew no sabía cómo reaccionar ante aquello, ¿tenía de estar contento, triste, enfadado? Helen miraba hacia el suelo, Mat la miraba a ella, sin poder mover ni una sola parte del cuerpo.
–Me iré dentro de dos meses, aún falta un poco... –añadió y suspiró angustiada. Levantó la mirada hasta encontrarse con el aún inmóvil Mathew y se acercó lentamente para juntar sus labios con los de él.
El chico cerró los ojos, saboreando el momento. Ahora todo parecía diferente. Saber que faltaban apenas unas cuantas semanas para estar con ella lo cambiaba todo. Realmente se había encaprichado con esta chica, y después de todo por lo que han pasado, tirar todo eso a la basura le parecía más que doloroso.
Se giró y pegó los codos en la barra. Helen no sabía que hacer, Mat no sabía que decir. Segundos de silencio que se hacían interminables. En un impulso, la chica se levantó del asiento y abrazó por la espalda a Mathew. Pegó su frente contra la camiseta del joven, se sentía tan bien...
–Fue un bonito pero corto amor. –opinó el chico mientras sujetaba entre ambas manos el vaso de alcohol. Helen, confusa, volvió a sentarse en su sitio.
–Aún tenemos mucho tiempo para despedirnos.
–Sí, Helen, pero de poco sirve si al final te vas a ir igual. –soltó mosqueado.
–¿Qué quieres decir?
–Pues eso mismo, joder, que no vale la pena seguir juntos. –bum, el corazón de la chica se paralizó, o al menos ella no lo sentía, lo único que escuchaba en su interior era la frase que acababa de decir Mat. –Si en esos dos meses seguimos así, cogiéndonos aún más cariño, al final lo que estaríamos consiguiendo es aún más dolor. –dijo mientras Helen escuchaba pasmada– Lo veo masoquista e inútil. –añadió finalmente y se terminó lo que había en su vaso de un sorbo.
Silencio. Helen sabía que su relación terminaría, pero no sabía que tan pronto, con eso sí que no contaba. No podía quedarse ni un segundo más allí, sentía como sus ojos se humedecían y eso no era bueno. Verle allí, inmóvil, ni un sólo abrazo, ni un sólo beso... desalentaba.
Agarró el pequeño y discreto bolsito negro y salió pitando de ese lugar, ante los ojos de Chester que justo acababa de salir de los aseos.
–Oye, tío, ¿qué ha pasado? ¿Por qué se ha ido Helen? –preguntó mirando como la chica abría la puerta del bar para finalmente perderla de vista. Mathew negó con la cabeza sin levantar los ojos.
–Se acabó. –murmuró con un nudo en la garganta. Su voz ronca salió a duras penas de su boca, y ahí fue cuando Chester pudo observar caer una pequeña lágrima cristalina por su mejilla.
Chester se limitó a sentarse a su lado de nuevo y beberse de un trago lo que quedaba en su vaso.
–Vámonos. –dijo Chester minutos después. El silencio no le gustaba, y aún menos le agradaba aquel ambiente depresivo que se había formado, aún más incrementado gracias a la música triste que el dueño del local acababa de poner sin mala intención.
Caminaron por la ciudad hasta la discoteca más cercana, donde les esperaban Robert y Ray. Los cuatro mosqueteros volvían a las andadas. Todos se saludaron y procedieron a sentarse en una de las muchas mesas pegadas a la pared. Las luces parpadeaban, la música electrónica sonaba a todo volumen, tanto que apenas podías oírte a ti mismo. Las horas pasaban y el alcohol en cuerpo aumentaba...
Mathew estaba jodidamente borracho. Apenas veía bien y la cabeza la daba vueltas. Una chica bailaba a escasos metros de los cuatro amigos. Llevaba un vestido negro, y el mismo recogido en el pelo que Helen, o eso le parecía a Mat, por lo menos. Se había pasado toda la noche mirándola, y dándose cuenta del increíble parecido que tenía con Helen. Sí, parecía ella... ¿Lo era?
–¡Eh, ¿a dónde vas?! –le gritó Chester a su amigo, que acababa de levantarse de los asientos de gomaespuma que rodaban las mesas. Se dirigía hacia la chica. Chester quiso levantarse pero Robert lo detuvo.
–Déjalo estar, al parecer su novia no le da lo que necesita. Deja que se divierta. –soltó riendo, completamente borracho, Ray lo apoyó con unas risas.
–Al parecer te vuelves aún más gilipollas cuando bebes. –dijo Chester mosqueado y se subió a la mesa para poder salir hacia la pista, ya que Robert no tenía pinta de dejarle ir.
Por ese entonces Mathew ya bailaba restregándose contra aquella chica, y cómo no, sus labios ya llevaban un buen rato pegados. Ches aceleró el paso hasta su amigo y le dio una sacudida cogiéndolo del hombro.
–¡Eh, tú! ¡Mathew! ¡Venga, colega, vámonos de aquí! –gritaba intentando hacer a Mat entrar en razón, pero el chico no reaccionaba, seguía morreándose con aquella morena. –¡Tío, joder, para ya! –volvió a gritar, y en ese instante Mathew se giró y le pegó un puñetazo en la cara a Chester.
El joven cayó al suelo mientras observaba como Mathew y la chica se iban hacia los aseos. Se levantó con un gruñido quejoso y, metiendo los puños en los bolsillos, emprendió el camino hacia la salida. Se encendió un cigarro y se fue calle abajo.
Al llegar a casa ya eran casi las cinco de la madrugada. Subió en silencio hasta su habitación, cerró la puerta y encendió las luces. Su sorpresa fue enorme cuando vio a Tamara metida en su cama, tapada hasta el pecho con su manta. La mesilla de noche estaba en su sitio, y todo en general parecía más limpio y ordenado.
La chica comenzó a moverse molesta por la luz. Chester encendió la luz de la lámpara de la mesita y apagó la grande. Comenzó a quitarse la ropa para quedarse solamente en calzoncillos. Para ese entonces Tamara había abierto ya los ojos. El chico se sentó en el borde de la cama mientras se quitaba los calcetines, cuando de pronto sintió un cuerpo caliente que lo abrazaba por la espalda. Tamara estaba desnuda y toda esa situación lo estaba excitando mucho.
–Te perdono que me hayas mentido y te hayas ido a beber con tu amigo. –susurró ella junto a la oreja del joven.
Chester se giró para poder ver mejor a su chica. Sonreía, terminar un día tan horrible de una forma tan hermosa, le hacía feliz. Tamara le acarició la cara dulcemente.
–¿Y esa sangre? ¿Quién te ha pegado? –preguntó ella viendo su nariz ensangrentada. Chester rápidamente se limpió y volvió a sacar una pequeña sonrisita.
–No es nada. –afirmó y comenzó a besarla.
Verla así, desnuda sólo para él y nadie más... entendía que era el momento adecuado para dejar apartados los problemas a un lado por un tiempo. Se escondieron bajo las sábanas y dieron comienzo a una bonita y larga madrugada que ambos iban a disfrutar mucho.
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The Bitter End
Teen FictionA veces, las pequeñas y malas decisiones de un pasado, son los grandes y buenos logros de un futuro. Mathew no sospechaba que su futuro podría cambiar tanto a culpa de una simple apuesta que surgió de borrachera. Su corazón le jugó una mala pasada...