Capítulo 3

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Tardé un par de segundos en reaccionar y separarme de él. Fruncí el ceño en su dirección.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté encarnando ambas cejas.

— ¿No es obvio?

— Si fuera obvio, no estaría preguntándotelo —respondí cruzándome de brazos.

El chico —al que por cierto, tenía que buscarle un apodo—, miró sobre mi hombro, hacia la pequeña niña, y, durante una milésima de segundo, en su mirada hallé ternura y afecto. Pero sólo durante una milésima de segundo.

— ¿Sabes que los gatos negros dan mala suerte? —preguntó esquivando totalmente mi pregunta y devolviéndome su mirada.

Me giré, observando a un gato negro que estaba apoyado en la pequeña repisa de la ventana del salón, estaba acicalándose y restregando sus patas contra su cabeza.

Fruncí el ceño y miré hacia el tatuado.

— Los gatos negros no dan mala suerte. Que tu vida sea una mierda no es su culpa.

Cerré la puerta de la entrada con un portazo y di media vuelta, con los brazos aún cruzados sobre mi pecho. Me acerqué a la niña que se había quedado parada en medio del salón, observando un cuadro que yo misma había pintada hacía unos años.

La miré y sonreí agachándome a su altura.

— Soy Bird.

La niña me miró sorprendida y ,tímidamente, me dijo: — Me gusta tu nombre... yo soy Boo.

Sonreí: — Lindo nombre para una linda niña.

La niña me miró y aún más tímidamente que antes, habló.

— Gracias... —mantuvo la boca abierta como queriendo decir algo más, yo la animé con una sonrisa y ella se sonrojó— Esto... ¿de verdad piensas que soy linda?

Observé a la niña incrédula, y, sin poder evitarlo solté una carcajada. Sentí los pasos del tatuado acercarse. Boo, me miró a penada, y retrajo las manos a su regazo.

Tomé las mejillas de la niña entre mis manos, como lo hacían las abuelas, pellizcando las mayor cantidad de carne posible, y estiré levemente sus mejillas.

Sentí al tal "Do" relajarse detrás de mi espalda.

— Claro que eres muy linda, Boo —dije con una voz de abuelita finjida, Boo sonrió, mientras yo le pellizcaba las mejillas.

Boo rió.

— ¡Gracias!

La solté riendo. Apoyé las manos en mis rodillas para levantarme y poder guiarlos a la cocina y cenar.

Sin verlo venir, la niña se tiró sobre mi regazo, impulsándonos a las dos hacia la alfombra, es decir hacia el suelo. Mi cuerpo impactó contra la alfombra de estampado étnico que tanto le gustaba a mi madre, y tantas arcadas me daba a mí.

Boo escaló por mi cuerpo, y se posicionó sobre mi abdomen, apoyó sus manos en mi pecho, y comenzó a dar saltitos sobre mi cuerpo, mi ,ahora, adolorido cuerpo.

— ¡Quiero jugar! ¿Juegas conmigo? —reí, o lo intenté, no era fácil hacerlo con alguien saltando sobre tu estómago.

Aunque Boo era muy liviana, me estaba aplastando los pulmones con sus constantes saltitos, lo que, claramente, me dificultaba la respiración.

— ¡Niña! ¡Que no soy una colchoneta! —reí, o hice un intento de risa nuevamente.

Boo rió, y aumentó la fuerza y la cantidad de saltos.

Tinta PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora