Un grito ahogado salió de mi garganta y acto seguido un profundo dolor hizo acto de presencia en mi cabeza.
Miré a mi al rededor, viendo las paredes blancas y las sillas verdes. Estaba tumbada en tres sillas —aquellas que no tenían reposabrazos—, apoyando la cabeza en una pequeña almohada y tapada con una manta blanca. La enfermera que atendía a mi madre, aquella de mayor edad, me sonrió con dulzura al verme despierta; le devolví la sonrisa algo atontada aún. Cuando la enfermera desapareció de mi vista, me fijé en que Alex estaba acuclillado a mi lado, sonriéndome, mientras sostenía una mano en el aire. En la otra mano tenía un paquete de regalices, en el cual recayó mi atención rápidamente.
Me llevé la mano a la cabeza, sobando el lugar de mi frente afectado por el dolor.
— Por fin despierta la Bella Durmiente —rodé los ojos, sobando el lugar donde, más bien, la mano de Alex me había golpeado.
— Si ya tengo mal despertar de por sí, no creo que pegándome el resultado sea mejor...
Mi mejor amigo se encogió de hombros: — Estoy acostumbrado a tu mal humor —él sonrió y yo solté una semi carcajada.
— Nadie se acostumbra a mi mal humor.
— Tienes razón... —se inclinó sobre mí y ocultó tras su espalda el paquete de regalices— yo domino tu mal humor.
Reí y le quité el paquete de las manos antes de que este se desvaneciera de mi alcance por la distancia, o bien por culpa de la voracidad de Alex.
— Cállate.
Entonces todo vino a mí de golpe. Toda la realidad me golpeó en la cara, sin miramientos, sin importar si estaba lista o no para asimilar todo.
Dejé caer la mano en mi regazo, permitiendo que las lágrimas se adueñasen de mis ojos. Alex dejó de sonreír burlonamente para sobarme el brazo con cariño.
— Lo siento mucho, Alessia —negué con la cabeza.
— No es tu culpa Alex.
Mi mejor amigo me abrazó.
Y yo me permití llorar en su hombro.
No entendía por qué llorábamos en los momentos tristes, si las lágrimas tan sólo sirven para lubricar los ojos; pero yo lloré. Decidí hacerlo. Mi vida se estaba desmoronando pieza a pieza. Lentamente. Permitiéndome observar, pero no arreglarla.
Lloré con todo lo que tenía en mi interior y con más. Lloré con todo, con cada centímetro de mi ser, con cada nervio, con cada rinconcito de mi corazón; lloré por la muerte de mi —hasta ahora— padre, por los engaños de mi madre, por mis falsas esperanzas de que todo fuera un mal sueño; lloré con todo y con nada a la vez.
Expresé mis sentimientos al límite y los dejé grabados con lenta angustia en la sudadera de Alex.
Las lágrimas caían por mis mejillas como nunca antes, quemando, arañando. Expresé todo cuanto tenía por expresar, utilizando para ello cada gota de mi ser, de mi felicidad, de mi vida.
Elegí el sufrimiento, la angustia, y decidí sentirlos.
Los sentí.
Me marcaron.
Me caí y no fui capaz de levantarme.
En ese mismo instante, aferrándome a la sudadera de Alex, escuchando sus intentos por consolarme... en ese mismo instante, me di cuenta de que estaba hundida hasta el cuello y que, el haber conocido la verdad, acabó por hundirme más.
Ese fue el instante en el que me di cuenta que yo era una mueca de trapo rota, que remendaba sus propias heridas. Pero yo ya no sabía. No sabía cómo remendarme. Arreglarme era imposible a estas alturas.
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Tinta Peligrosa
Novela JuvenilFue como caerse en un precipicio sin fin. Una vez se halló allí metida, tan sólo rodeada de oscuridad, no se vio capaz de salir. Ella consideraba tener una vida normal antes de conocerle, una vida complicada, pero normal al fin y al cabo. Después ca...