Es ella.

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Yo era como mi padre.

Y detestaba eso.

Teníamos la misma mandíbula marcada, mismo rasgos duros y marcados, cejas gruesas, ojos negros, mismo carácter de mierda. Teníamos al demonio en nuestro interior.

No entendía cómo mi madre podía seguir queriéndome siendo hijo de quien era. Siendo hijo del hombre que la había humillado y que le había roto el corazón.

Guardé el viejo álbum de fotos donde estaba. 

Y pensar que consideré a ese hombre mi padre. De tan sólo pensar eso ahora, la furia y el asco me invadían.

Deshice mi posición de indio en el suelo y flexioné un poco mis rodillas ya de pie. Mientras flexionaba las rodillas, me fijaba en la foto de una pequeña niña de cortos cabellos negros que tanto y a la vez tan poco se parecía a 'mi padre'. A mí.

Ella era la parte de mi familia que rompió a mi familia.

La niña que con su llegada alegró a unos y  nos mató al resto. La niña a la que tanto odiaba. La niña que se había perdido en los recuerdos y que había decidido volver.

Había jurado venganza contra ella y contra mi padre, y lo cumpliría. Por eso llevaba tantos años practicando.

Aunque esa niña había crecido. Y había decidido no reconocer al resto de su familia. Nunca me había conocido, nunca la había conocido, pero ahora todo es distinto. 

Aidan había salido. Ryder estaba gestionando su gimnasio en la casa de Dakota. Y suponía que Dakota estaría con Ryder, obligándole a hacer otras cosas que no sean atender llamadas.

Decidí darme una ducha e ir a visitar a Cassandra y a Boo.

« Ironías de la vida ».

Me metí en mi cuarto y tomé una camiseta blanca, me quedaría con los mismos pantalones, no me hacía falta cambiar nada más allá de la sudada camiseta con la que había salido a correr. Y con la que después había decidido, por alguna extraña razón, ver el álbum de fotos. 

Prendí la ducha y me fui sacando la ropa, sintiendo todas y cada una de las cicatrices que con tanta tinta había intentado tapar. Heridas hechas por mí, por otros o por él. Pero todas con una historia que me atormentaba cada noche. Aunque uno se acostumbra a que el dolor no se mitigue y aprende a vivir con él. Observé mi reflejo en el espejo. El nuevo tatuaje toma forma lentamente, cubriendo el lado derecho de mi cuerpo, desde el hombro hasta la cadera, casi rozando la parte izquierda y tapando huecos y cicatrices.  

Mientras bajaba en el ascensor, revisé si tenía algún mensaje o llamada perdida en mi móvil. No había nada. Frustrado lo guardé en el bolsillo delantero del pantalón. Los dos últimos meses habían sido malos. Casi nadie nos encargaba ningún trabajo, ni siquiera nuestros clientes más habituales. Tan sólo uno o dos trabajos a la semana, cuando estábamos acostumbrados a dos por día.

La puerta del ascensor se abrió dando lugar al aparcamiento subterráneo. Allí estaba el coche rojo de Cassandra y mi Audi negro.

Saqué las llaves de mi bolsillo y desbloqueé el seguro con el control remoto. Abrí la puerta del coche y me dispuse a arrancarlo después de abrocharme el cinturón. Pero recibí una llamada.

Contesté a desgana: — ¿Qué cojones quieres, Megan?

— Ayer te dije que me llamaras, y no lo hiciste.

— ¿Y quién te ha dicho que tienes derecho a darme órdenes? ¿O qué yo voy a obedecerte?

— ¡Pero Dominik... —odiaba cuando se ponía así, cuando creía que iba a ceder ante ella como el resto.

— ¿Has olvidado mi trabajo, Megan? ¿Hace falta que te recuerde que tan sólo me bastan unos minutos para hacerte callar?

— Dominik, no... yo tan sólo...

— Recuerda que tan sólo eres una prostituta, Megan. Que tu trabajo consiste en dejarte follar, no en mandarme hacer lo que te de la jodida gana. Tan sólo eres una estúpida de tantas que cree que me podrá atar en cadena corta, pero lo que en realidad eres es una puta a la que me follo y después echo. ¿Lo has entendido?

— Dominik...

— Y por cierto, no vuelvas a decir mi nombre jamás.

Y le colgué.

Con otro control remoto, esta vez el mando del garaje, abrí el portalón del garaje. Dejé la casa que compartía con Aidan y el resto y que nos podíamos permitir gracias a nuestro trabajo, y en parte, gracias a la herencia de Ryder.

Llegué a la casa de mi madre. Alessia estaba en su porche sentada. Hablando con Claudia.

Alessia.

Ella siempre sería para mí Alessia. Jamás sería Bird. Sería peligroso que lo fuera... admito, que podría enamorarme de ella.

Podría hacerlo, sino supiera todo lo que sé.

Antes de bajar del coche, oculté el revólver en la guantera. No me apetecía tener problemas con la policía este mes. Una vez bajé de mi coche, puse el seguro y guardé las llaves en mi bolsillo

Miré fijamente a Alessia. Estaba hablando con la prima de Aidan.

Y precisamente no es que fuera muy discreta, es más, ni siquiera parecía importarle que yo la estuviese escuchando.

Él está hecho de tinta peligrosa, y no hay forma de que esa tinta pueda desaparecer —dijo.

Y nunca estuve más de acuerdo con Alessia.

Recibí una llamada de mi tío Elías. 

« Hoy es el día de llamar a Dominik al parecer ».

Elías. Su nombre me hacía gracia. Un nombre cristiano para alguien que era seguidor del demonio. Irónico.

— Ha vuelto a la cuidad.

Apreté los puños y miré hacia Claudia y Alessia, que seguían hablando sobre mí. Rememoré que Elías había estado presente el día que conocí a Alessia.

— Que no se acerque a mi hermana.

'Hermana''... hacía tanto que no la llamaba así.

— Es tu padre. Sabes que lo conseguirá. Pero soy su hermano mayor, y conseguiré que no se acerque.

Y dicho esto colgó.

Elías y mi padre. Un par de hermanos que eran tan iguales y tan distintos a la vez.

Sabía que Elías cumpliría su palabra. Pero tendría que andar con mucho cuidado.

Mi padre era mi padre. Ella era ella.

Y eso lo complicaba todo jodidamente demasiado.



Dakota en multimedia.







Tinta PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora