Capítulo 4

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Estaba tumbada en mi cama.

Con la persiana bajada, y las luces apagadas.

Miraba al techo con las manos entrelazadas bajo la nuca.

Los sucesos de ayer, se arremolinaban en mi mente, con la velocidad e inestabilidad de un tren a punto de descarrilar.

(...)

Sentí una respiración en mi nuca que me heló la sangre.

Lentamente, guardé mi móvil y respiré profundamente.

« Vamos Bird... seguro que sólo es una broma pesada... date la vuelta, y rómpele la cara al gracioso... »

Tomé aire una vez más y lentamente me dí la vuelta.

Jadeé al darme cuenta de que no era una broma. Detrás de mí había una persona encapuchada, mucho más alta que yo y mucho más ancha que yo. Debía de ser un chico ya que, a pesar de llevar una camiseta de manga larga, los músculos de sus brazos se notaban aún en descanso, al igual que los músculos de su torso -además era como un armario andante; ancho, musculoso y nuevamente ancho-. Sus ojos eran de un verde intenso y llamativo, y por la poca piel que pude ver, era bastante moreno.

« Esos ojos... juro haber visto esos ojos en algún lugar ».

El chico sonrió, y supe que había perdido un tiempo muy valioso. Sin más tiempo que perder, dí media vuelta y comencé a correr en dirección a la salida, que estaba cuatro pasillos y tres bifurcaciones más al norte. Esa, era una de las pocas cosas buenas de soler venir castigada, conocer todo el instituto sin necesidad de planos.

Pronto alcancé a oír los pasos del chico pisándome los talones. Tomé la primera bifurcación a la derecha, por ahí tampoco había luz, cosa que me hizo sentir más adrenalina en las venas y apurar más a mis piernas. Miré hacia atrás, el chico me seguía muy de cerca. Volví la cabeza hacia delante y me topé con una puerta. Cerrada. Corrí en mi sitio mirando hacia todos lados, hasta que en el pasillo de la derecha vislumbré la puerta del comedor.

« Esa puerta nunca está cerrada ».

Eché a correr, justo cuando el chico iba a agarrarme de un hombro. Empujé descuidadamente la puerta del comedor y la cerré con todas mis fuerzas. Para mi suerte, las bandejas estaban a un lado de la puerta, así que cogí una y la metí tras los asideros de la puerta, creando un bloqueo momentáneo para ganar un poco de tiempo, y también puestos, para recuperar el aliento. Las puertas que daban al exterior estaban cerradas... me llevé las manos a la cabeza y tiré con fuerza del pelo.

« Vamos, tiene que haber alguna puerta abierta, piensa... »

La puerta retumbó. Por lo que pude suponer el chico comenzó a pegarle puñetazos al darse cuenta de que la había bloqueado, y la bandeja azul de la comida no aguantaría mucho.

« Vamos... »

La puerta volvió a temblar, y la bandeja se descolocó de su sitio.

Dí varios pasos atrás.

La puerta volvió a temblar. La bandeja se deslizó en su sitio.

« ¡Vamos! »

Miré hacia atrás, hacia la cocina, después hacia la puerta. El chico pegó otro puñetazo, y la bandeja cayó al suelo. En cuanto la primera esquina de la bandeja de plástico hizo contacto con el suelo, me acordé de la puerta de la cocina que daba al exterior y siempre estaba abierta, porque las cocineras siempre perdían la llave.

Corrí hacia la barra, tirando sillas a mi paso y creo que también alguna bandeja por en medio. Abrí con las piernas la pequeña puerta de la barra donde trabajaban las cocineras y corrí hacia la parte trasera de la cocina. La parte buena de esta cocina, era que no había pared que la separase del comedor, se veía el interior desde el comedor. La parte mala, era que veías con que hacían la comida.

Tinta PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora