— ¡¿Y cómo quieres que lo resuelva?! —exploté— ¡¿Con magia?!
— ¡No! ¡Llamándome! ¡Es tan simple como eso! ¡Soy tu mejor amigo, no una mierda a la que acudes cuando no tienes nada más que hacer! —Alex me miraba encolerizado, con las mejillas rojas de la rabia y los ojos llorosos de la frustración— Estoy cansado de tu actitud, Alessia. Desde que llegó Dominik te has olvidado de mí, no me llamas, casi no me hablas... ¡y para colmo te desquitas conmigo! —sabía que lo que le hacía a Alex estaba mal, él no se lo merecía, pero yo me sentía atrapada— ¡Y lo peor es que desde que te acuestas con Aidan nos tratas a todos mal!
— ¡No metas a Aidan en esto! ¡Él no tiene culpa de...
— ¿D e qué? —me cortó— ¿De que te hayas convertido en la peor amiga que he tenido? ¿De que te hayas vuelto una estúpida irracional que solo se preocupa por sí misma? —nunca había visto así a Alex. Nunca.— ¿No es culpa suya que te estés metiendo en la boca del lobo? O mejor, ¿no es culpa suya que te comportes como una zorra?
Eso me había dolido.
Podía aguantar todo de todos, soportaba que me insultasen o me menos preciasen, pero que Alex me estuviese diciendo todas esas cosas me provocaba un ardor en el pecho que no era capaz de soportar.
Pero lo que más me dolía era saber que era verdad.
— Alex, yo...
— No —el chico frente a mí estaba llorando, igual que yo; el chico frente a mí estaba destruido por mi culpa—. Se acabó Alessia. No quiero volver a saber nada más de ti. He aguantado tu caída hasta hoy, y no pienso herirme más a mí con tal de que tú vueles un poco más.
— Alex por favor...
Él era la única persona que mantenía en mi vida que me pudiese salvar de la persona en la que me había convertido. Alex era el único que me entendía, y yo le había hecho daño.
Yo lo había dañado hasta el punto de obligarle a alejarse de mí, de obligarle a tener que decirme a la cara todas las verdades que yo intentaba ocultar tras mi espalda. Yo era la causante de todo lo que me estaba ocurriendo: no escuchaba, actuaba sin pensar, trataba mal a quien más quería...
Aunque yo no me di cuenta. No lo vi cuando Alex cerró de un portazo y jamás volvió. No lo vi cuando me largué a llorar esa mañana, y mucho menos lo vi cuando Claudia vino a echarme en cara todo lo que ella llevaba callado sobre mí, pero no lo había ocultado por mí sino por Alex.
No me importó haber perdido casi todo lo que tenía, porque aún tenía a Aidan.
No me importó haberme perdido a mí, porque nunca había tenido nada.
(...)
El hospital seguía tan insípido y tan austero como siempre. En los tres meses que llevaba visitando diariamente ese centro médico, absolutamente ningún detalle había sido movido de su respectivo lugar, ni una sola silla, ni una sola máquina expendedora de café, ni un solo paciente. Todo seguía igual de triste y blanco como siempre.
Por no mencionar que el olor a llantos y a medicamentos seguía impreso por todo el lugar.
Seguí con mi camino hacia el fondo del pasillo, a la habitación en la que alojaban a la madre que cada vez se volvía más y más débil, sumamente inestable. Justo antes de girar el pomo de la puerta, cuando mi mano estaba a milímetros de tocar el frío metal, un estruendoso trueno irrumpió la calma de los pasillos. Este fue seguido por uno de los relámpagos más luminosos que he visto en mi vida. Estábamos en época de tormentas, desde hacía ya unos cuantos días no dejaba de llover ni de levantarse el feroz y huracanado viento, pero ese día era el primero en que la tormenta se decidía manifestar plenamente y escupir rayos, relámpagos y truenos de entre las poderosas fauces oscuras de las nubes. En cierto modo, el estado del cielo era un reflejo de mi interior, de mi corazón.
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Tinta Peligrosa
Novela JuvenilFue como caerse en un precipicio sin fin. Una vez se halló allí metida, tan sólo rodeada de oscuridad, no se vio capaz de salir. Ella consideraba tener una vida normal antes de conocerle, una vida complicada, pero normal al fin y al cabo. Después ca...