Capitulo 18

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El coronel Grangerford era un caballero, ¿comprendéis? Era un caballero en todo, y lo mismo pasaba consu familia. Era de buena cuna, como dicen, y eso vale tanto en un hombre como en un caballo, como decíala viuda Douglas, y nadie ha negado que ella era de la primera aristocracia de nuestro pueblo, y padresiempre lo decía, también, aunque lo que es él no era de mejor familia que un gato callejero. El coronelGrangerford era muy alto y delgado y tenía la piel de un color moreno pálido, sin una sola mancha roja;todas las mañanas se afeitaba la cara entera, que tenía muy delgada, igual que los labios y las ventanillas dela nariz; tenía la nariz muy alta y unas cejas pobladas y ojos negrísimos, tan hundidos que parecía, como sidijéramos, que le miraba a uno desde el fondo de una caverna. Tenía la frente despejada y el pelo canoso yliso, que le llegaba hasta los hombros. Tenía las manos largas y delgadas, y todos los días se ponía una camisalimpia y un terno entero de lino tan blanco que dolían los ojos al mirarlo, y los domingos, una levitaazul con botones de cobre. Llevaba un bastón de caoba con pomo de plata. No era nada frívolo, ni un pelo,y nunca gritaba. Era de lo más amable y se notaba, de forma que se fiaba uno de él. A veces sonreía y dabagusto verlo, pero cuando se ponía tieso como un mástil de bandera y empezaba a echar relámpagos por losojos, primero pensaba uno en subirse a un árbol y después en enterarse de lo que pasaba. Nunca tenía quedecirle a nadie que tuviera buenos modales: donde estaba él, todo el mundo siempre se comportaba bien. Ya todos les encantaba tenerlo cerca; casi siempre era como un rayo de sol: quiero decir, que con él parecíaque hacía buen tiempo. Cuando se convertía en un nubarrón, se oscurecía medio minuto y con eso bastaba;en una semana nadie volvería a hacer nada mal.Cuando él y la señora anciana bajaban por la mañana, toda la familia se levantaba de las sillas para darleslos buenos días y no volvía a sentarse hasta que sentaban ellos. Después Tom y Bob iban al aparador dondeestaba el frasco de cristal y servían una copa de licor de hierbas y se lo daban, y él se quedaba con la copaen la mano, esperando hasta que Tom y Bob se servían la suya, y ellos hacían una reverencia y decían: «Ala salud de ustedes, señor y señora», y ellos se inclinaban también una chispa y daban las gracias y bebíanlos tres, y Tom y Bob echaban una cucharada de agua en el azúcar y el poco de whisky o de licor de manzanaque quedaba en el fondo de sus copas y nos lo daban a mí y a Buck, y nosotros también bebíamos a lasalud de los mayores.Bob era el mayor y después venía Tom: dos hombres altos y guapos con hombros muy anchos y carascurtidas, pelo negro largo y ojos negros. Iban vestidos de lino blanco de la cabeza a los pies, igual que elanciano caballero, y llevaban sombreros anchos de Panamá.Después venía la señorita Charlotte; tenía veinticinco años y era alta, orgullosa y estupenda, pero buení-sima cuando no estaba enfadada; aunque cuando lo estaba echaba unas miradas que le dejaban a uno helado,igual que su padre. Era guapísima.También lo era su hermana, la señorita Sophia, pero de tipo distinto. Era tranquila y pacífica como unapaloma, y sólo tenía veinte años.Cada persona tenía su propio negro para servirla, y Buck también. Mi negro se lo pasaba la mar de bien,porque yo no estaba acostumbrado a que nadie me hiciera las cosas, pero el de Buck se pasaba el tiempocorriendo de un lado para otro.Ésa era la familia que quedaba, pero antes eran más: tres hijos a los que habían matado y Emmeline, quehabía muerto.El anciano caballero tenía un montón de granjas y más de cien negros. A veces llegaba un montón degente a caballo, de diez o quince millas a la redonda, y se quedaban cinco o seis días, todo el tiempo divirtiéndose en el río o al lado, con bailes y picnics en los bosques durante el día y bailes en la casa por la noche.Casi todos eran parientes de la familia. Los hombres llegaban con sus armas. Os aseguro que aquella síque era gente distinguida.Por allí cerca había otro clan de aristócratas ––cinco o seis familias–– casi todos ellos llamados Shepherdson.Eran de tan buena cuna y tan finos, ricos y grandiosos como la tribu de los Grangerford. LosShepherdson y los Grangerford utilizaban el mismo embarcadero, que estaba unas dos millas río arriba denuestra casa, de forma que a veces cuando yo iba allí con muchos de los nuestros veía a un montón deShepherdson que ya habían llegado con sus caballos de raza.Un día Buck y yo estábamos en el bosque de caza y oímos que llegaba un caballo. Estábamos cruzandoel camino, y Buck va y grita:––¡Rápido! ¡Correa los árboles!Nos echamos a correr y después miramos entre las hojas de los árboles. En seguida llegó un joven espléndidogalopando por el camino, muy aplomado en la silla y con aire de soldado. Llevaba la escopetacruzada encima del pomo de la silla. Ya lo había visto antes. Era el joven Harney Shepherdson. Oí queBuck disparaba la escopeta junto a mi oreja y a Harney se le cayó el sombrero de la cabeza. Agarró su armay fue derecho adonde estábamos escondidos nosotros. Pero no esperamos. Echamos a correr por el bosque.El bosque no era muy poblado, así que miré por encima del hombro por si disparaba, y dos veces vi queHarney cubría a Buck con la escopeta y después daba la vuelta, supongo que para recoger el sombrero, perono lo pude ver. No dejamos de correr hasta que llegamos a casa. Al anciano le relampaguearon los ojos unminuto ––creo que sobre todo de placer–– y después suavizó algo el gesto y dijo con voz amable:––No me gusta que hayas disparado desde detrás de un árbol. ¿Por qué no saliste al camino, hijo?––Los Shepherdson no lo hacen, padre. Siempre se aprovechan.La señorita Charlotte había mantenido la cabeza alta como una reina mientras Buck contaba su historia,con las aletas de la nariz muy abiertas, y ahora parpadeó. Los dos hombres más jovenes tenían aire sombrío,pero no dijeron nada. La señorita Sophia palideció, pero recuperó el color cuando se enteró de que elhombre no estaba herido.En cuanto pude llevarme a Buck donde se guardaba el maíz y estábamos solos bajo los árboles le pregunté:––¿Querías matarlo, Buck?––Hombre, claro que sí.––¿Qué te había hecho?––¿Él? Nunca me ha hecho nada.––Bueno, entonces, Buck, ¿por qué querías matarlo?––Pues por nada, no es más que por la venganza de sangre.––¿Qué es una venganza de sangre?––Pero, ¿dónde te has criado? ¿No sabes lo que es una venganza de sangre?––Nunca había oído hablar de eso... dime lo que es.––Bueno ––dijo Buck––, una venganza de sangre es algo así: un hombre se pelea con otro y le mata, entoncesel hermano de ese otro lo mata a él; después los demás hermanos de cada familia se van buscandounos a otros, después entran los primos y al cabo de un tiempo han muerto todos y se acabó la venganza desangre. Pero es como muy lento y lleva mucho tiempo.––¿Y ésta dura desde hace mucho tiempo, Buck?––¡Pues claro! Empezó hace treinta años o así. Hubo una pelea por algo y después un pleito para solucionarla,y el pleito lo ganó uno de los hombres, así que el otro fue y mató al que lo había ganado, que es naturalmentelo que tenía que hacer, por supuesto. Lo que haría cualquiera.––Y, ¿cuál fue el problema, Buck? ¿Fue por tierras?––Supongo que sería... no lo sé.––Bueno, ¿quién mató a quién? ¿Fue un Grangerford o un Shepherdson?––¿Cómo diablo voy a saberlo yo? Fue hace mucho tiempo.––¿No lo sabe nadie?––Ah, sí, padre lo sabe, supongo, y alguno de los otros viejos; pero ya no saben por qué fue la primerapelea.––¿Ha habido muchos muertos, Buck?––Sí; ha habido muchos funerales. Pero no siempre matan. Padre lleva algo de metralla dentro, pero no leimporta porque de todos modos no pesa mucho. Bob tiene uno o dos tajos de cuchillo de caza y a Tom lohan herido una o dos veces.  ––¿Ha muerto alguien ya este año, Buck?––Sí; nosotros nos apuntamos uno y ellos otro. Hace unos tres meses mi primo Bud, que tenía catorceaños. Iba por el bosque del otro lado del río y no llevaba armas, lo que es una estupidez, y cuando estaba enun sitio solitario oyó un caballo que venía por detrás y vio al viejo Baldy Shepherdson que le perseguía conla escopeta en la mano y el pelo blanco flotando al viento, y en lugar de saltar del caballo y echarse a correr,Bud se creyó que podía ir más rápido, así que la persecución continuó cinco millas o más y el viejoganaba cada vez más terreno; al final Bud vio que no merecía la pena y se paró y le hizo cara para que lasheridas fueran de frente, ya sabes, y el viejo lo alcanzó y lo mató. Pero no tuvo mucho tiempo para disfrutarcon su suerte, porque en menos de una semana los nuestros lo mataron a él.––Para mí que ese viejo era un cobarde, Buck.––Pues para mí que no era un cobarde. Ni mucho menos. No hay ni un solo Shepherdson que sea un cobarde;ni uno. Ni tampoco hay un solo Grangerford que sea un cobarde. Pero si una vez aquel viejo aguantósolo una pelea de media hora contra tres Grangerford y venció él. Estaban todos a caballo; él se apeó y separapetó tras unas maderas y puso el caballo delante para que le dieran a él las balas; pero los Grangerfordsiguieron a caballo dando vueltas al viejo y disparándole y él disparándolos a ellos. Él y su caballo volvierona casa bastante fastidiados y agujereados, pero a los Grangerford hubo que llevarlos a casa, uno de ellosmuerto, y otro murió al día siguiente. No, señor; si alguien anda buscando cobardes, que no pierda el tiempocon los Shepherdson, porque ellos no crían de eso.Al domingo siguiente fuimos todos a la iglesia, a unas tres millas, todos a caballo. Los hombres se llevaronlas escopetas, y Buck también, y las mantuvieron entre las rodillas o las dejaron a mano apoyadas en lapared. Los Shepherdson hicieron lo mismo: fue un sermón de lo más corriente: todo sobre el amor fraternoy tonterías por el estilo; pero todo el mundo dijo que era un buen sermón y hablaron de él en el camino devuelta, y tenían tantas cosas que decir de la fe y las buenas obras y la gracia santificante y la predeterminacióny no sé qué más que me pareció uno de los peores domingos de mi vida.Más o menos una hora después de comer todo el mundo dormía la siesta, algunos en sus sillas y otros ensus habitaciones, y resultaba todo muy aburrido. Buck y un perro estaban tirados en la hierba al sol, dormidoscomo troncos. Yo subí a nuestra habitación pensando en echarme también la siesta. Vi a la encantadoraseñorita Sophia de pie en su puerta, que estaba al lado de la nuestra, y me hizo pasar a su habitación, cerróla puerta sin hacer ruido y me preguntó si la quería, y yo le contesté que sí, y me preguntó si le haría unfavor sin decírselo a nadie y le dije que sí. Entonces me contó que se había olvidado el Nuevo Testamento ylo había dejado en el asiento de la iglesia entre otros dos libros, y que si no querría yo salir en silencio e ir abuscárselo sin decirle nada a nadie. Le dije que sí. Así que me marché tranquilamente por el camino y en laiglesia no había nadie, salvo quizá un cerdo o dos, porque la puerta no tenía cerradura y a los cerdos lesgustan los suelos apisonados en verano, porque están frescos. Si se fija uno, casi nadie va a la iglesia másque cuando es obligatorio, pero los cerdos son diferentes.Me dije: «Algo pasa; no es natural que una chica se preocupe tanto por un Nuevo Testamento», por esolo sacudí y se cayó un trocito de papel que tenía escrito a lápiz: «A las dos y media». Seguí buscando perono encontré nada más. Aquello no me decía nada, así que volví a poner el papel en el libro y cuando regreséa casa y subí las escaleras la señorita Sophia estaba en su puerta esperándome. Me hizo entrar y cerró lapuerta; después buscó en el Nuevo Testamento hasta que encontró el papel, y en cuanto lo leyó parecióponerse muy contenta; y antes de que uno pudiera darse cuenta, me agarró y me dio un abrazo diciendo queyo era el mejor chico del mundo y que no se lo contara a nadie. Se le enrojeció mucho la cara un momento,se le iluminaron los ojos y estaba muy guapa. Yo me quedé muy asombrado, pero cuando recuperé el alientole pregunté qué decía el papel, y ella me preguntó si lo había leído, y cuando dije que no, me preguntó sisabía leer manuscritos y yo respondí que sólo letra de imprenta, y entonces ella dijo que el papel no era másque para señalar hasta dónde había llegado y que ya podía irme a jugar.Bajé al río pensando en todo aquello y en seguida me di cuenta de que mi negro me venía siguiendo.Cuando perdimos de vista la casa, miró atrás y todo en derredor un segundo, y después llegó corriendo yme dijo:––Sito George, si viene usted al pantano le enseño un montón de culebras de agua.A mí me pareció muy curioso; lo mismo había dicho ayer. Tenía que saber que a uno no le gustan tantolas culebras de agua como para ir a verlas. ¿Qué andaría buscando? Así que le dije:––Bueno; ve tú por delante.Lo seguí media milla; después llegó al pantano y lo vadeó con el agua hasta los tobillos otra media millamás. Llegamos a un trozo de tierra llana y seca, llena de árboles, arbustos y hiedras, y me dijo:––Dé usted unos pasos por ahí dentro, sito George; ahí es donde están. Yo ya las he visto bastante. Después se alejó y en seguida quedó tapado por los árboles. Anduve buscando por allí hasta llegar a unsitio abierto, del tamaño de un dormitorio, todo rodeado de hiedra, y allí vi a un hombre que estaba dormido;y ¡por todos los diablos, era mi viejo Jim!Lo desperté y creí que él se iba a sorprender mucho al verme, pero no. Casi lloró de alegría, pero no estabasorprendido. Dijo que había nadado por detrás de mí aquella noche que había oído todos mis gritos, perono se había atrevido a responder, porque no quería que nadie lo recogiera y lo devolviese a la esclavitud. Ysiguió diciendo:––Me hice algo de daño y no podía nadar rápido, así que hacia el final ya estaba muy lejos de ti; cuandollegaste a tierra calculé que podía alcanzarte sin tener que gritar, pero cuando vi aquella casa empecé a irmás lento. Estaba demasiado lejos para oír lo que te decían; me daban miedo los perros, pero cuando todovolvió a quedarse tranquilo comprendí que estabas en la casa, así que me fui al bosque a esperar que amaneciese.A la mañana temprano llegaron algunos de los negros que iban a los campos y me llevaron conellos y me trajeron aquí, donde no me pueden encontrar los perros gracias al agua, y me traen cosas de comertodas las noches y me dicen cómo te va.––Pero, ¿por qué no le dijiste a mi Jack que me trajera antes, Jim?––Bueno, no merecía la pena molestarte, Huck, hasta que pudiéramos hacer algo, pero ahora ya está bien.Me he dedicado a comprar cacharros y comida cuando he podido y a arreglar la balsa por las noches cuando...––¿Qué balsa, Jim?––Nuestra vieja balsa.––¿Vas a decirme que nuestra vieja balsa no se quedó hecha pedazos?––No, na de eso. Se quedó bastante destrozada por uno de los extremos, pero no pasó nada grave, sóloque perdimos casi todas las trampas. Y si no hubiéramos buceado tanto y nadado tan lejos por debajo delagua, si la noche no hubiera sido tan oscura, no hubiéramos estado tan asustados ni nos hubiéramos puestotan nerviosos, como aquel que dice, habríamos visto la balsa. Pero más vale así, porque ahora está todaarreglada y prácticamente nueva y tenemos montones de cosas nuevas en lugar de las que perdimos.––Pero, ¿cómo volviste a conseguir la balsa, Jim? ¿La fuiste a atrapar?––¿Cómo voy a atraparla si estoy en el bosque? No; algunos de los negros la encontraron embarrancadaentre unas rocas ahí donde la curva y la escondieron en un regato entre los sauces, y tanto discutieron parasaber cuál se iba a quedar con ella que en seguida me enteré yo, así que arreglé el problema diciéndoles queno era de ninguno de ellos, sino tuya y mía; y les pregunté si iban a quedarse con la propiedad de un jovencaballero blanco, sólo para llevarse unos latigazos. Entonces les di diez centavos a cada uno y se quedaronmuy satisfechos pensando que ojalá llegasen más balsas para volver a hacerse ricos. Estos negros se portanmuy bien conmigo, y cuando quiero que hagan algo no tengo que pedírselo dos veces, mi niño. Ese Jack esun buen negro, y listo.––Sí, es verdad. Nunca me ha dicho que estabas aquí; me dijo que viniera y que me enseñaría un montónde culebras de agua. Si pasa algo, él no tiene nada que ver. Puede decir que nunca nos ha visto juntos, ydirá la verdad.No quiero contar mucho del día siguiente. Creo que voy a resumirlo. Me desperté hacia el amanecer e ibaa darme la vuelta para volverme a dormir cuando noté que no se oía ni un ruido; era como si nada se moviera.Aquello no era normal. Después vi que Buck se había levantado y se había ido. Bueno, entonces melevanté yo extrañado y bajé la escalera y no había nadie; todo estaba más silencioso que una tumba. E igualafuera. Pensé: «¿Qué significa esto?» Donde estaba la leña me encontré con mi Jack y le pregunté:––¿Qué pasa?Me contestó:––¿No lo sabe usted, sito George?––No. No sé nada.––Bueno, ¡pues la sita Sophia se ha escapado! De verdad de la buena. Se ha escapado esta noche y nadiesabe a qué hora; se ha escapado para casarse con el joven ese Harney Shepherdson, ya sabe... por lo menoseso creen. La familia se enteró hace una media hora, a lo mejor algo más, y le aseguro que no han perdidotiempo; ¡en su vida ha visto manera igual de buscar escopetas y caballos! Las mujeres han ido a buscarparientes, el viejo señor Saul y los chicos se han llevado las escopetas y han salido a la carretera para tratarde cazar a ese joven y matarlo antes de que pueda cruzar el río con sita Sophia. Me paice que vienen tiemposmuy malos.––Y Buck se marchó sin decirme nada.  ––¡Hombre, pues claro! No iban a mezclarlo a usted en eso. El sito Buck cargó la escopeta y dijo quevolvería a casa con un Shepherdson muerto. Bueno, seguro que va a haber muchos de ellos y que se trae auno si tiene la oportunidad.Eché a correr por el camino del río a toda la velocidad que pude. En seguida empecé a oír disparos bastantelejos. Cuando llegué al almacén de troncos y el montón de leña donde atracan los barcos de vapor, mefui metiendo bajo los árboles y las matas hasta llegar a un buen sitio y después me subí a la cruz de un alamillodonde no alcanzaban las balas, y miré. Había madera apilada a cuatro pies de alto un poco por delantede mi árbol, y primero me iba a esconder allí detrás, pero quizá fue una suerte que no lo hiciera.En el campo abierto delante del almacén de troncos había cuatro o cinco hombres que daban vueltas ensus caballos, maldecían y gritaban y trataban de alcanzar a un par de muchachos que estaban detrás delmontón de madera junto al desembarcadero, pero no podían llegar. Cada vez que uno de ellos se asomabadel lado del río del montón de leña, le pegaban un tiro. Los dos chicos se daban la espalda detrás de lasmaderas, para poder disparar en todos los sentidos.Pasó un rato y los hombres dejaron de dar vueltas y gritar. Echaron a correr hacia el almacén, y entoncesuno de los muchachos apuntó fijo por encima de las maderas y apeó a uno de la silla. Todos los hombresdesmontaron de sus caballos, agarraron al herido y empezaron a llevarlo hacia el almacén, y en aquel momentolos dos chicos echaron a correr. Se encontraban a mitad de camino del árbol en el que estaba yo antesde que los hombres se dieran cuenta. Entonces los vieron y saltaron a sus caballos y se lanzaron trasellos. Fueron ganando terreno a los muchachos, pero no les valió de nada porque éstos les llevaban bastanteventaja; llegaron al montón de maderos que había delante de mi árbol y se metieron detrás de él, de formaque volvían a estar protegidos contra los hombres. Uno de los muchachos era Buck y el otro era un chicodelgado de unos diecinueve años. Los hombres dieron vueltas un rato y después se marcharon. En cuanto seperdieron de vista llamé a Buck para que me viese. Al principio no comprendía por qué le llegaba mi vozdesde un árbol. Estaba la mar de sorprendido. Me dijo que permaneciera muy atento y que se lo dijeracuando volvieran a aparecer los hombres; dijo que estaban preparando alguna faena y que no iban a tardar.Yo prefería marcharme de aquel árbol, pero no me atrevía a bajar. Buck empezó a gritar y a maldecir, yjuró que él y su primo Joe (que era el otro muchacho) iban a vengarse aquel mismo día. Dijo que habíanmatado a su padre y sus dos hermanos y que habían muerto dos o tres de los enemigos. Dijo que los Shepherdsonlos esperaban en una emboscada. Buck añadió que su padre y sus hermanos tenían que haber esperadoa sus parientes, porque los Shepherdson eran demasiados para ellos. Le pregunté qué iba a pasar con eljoven Harney y la señorita Sophia. Respondió que ya habían cruzado el río y estaban a salvo. Me alegré,pero Buck estaba enfadadísimo por no haber matado a Harney el día que le había disparado; en mi vida heoído a nadie decir cosas así.De pronto, ¡bang! ¡bang! ¡bang!, sonaron tres o cuatro escopetas. ¡Los hombres habían avanzado juntosentre los árboles y venían por atrás con sus caballos! Los chicos corrieron hacia el río (heridos los dos), ymientras nadaban en el sentido de la corriente, los hombres corrían por la ribera disparando contra ellos ygritando: «¡Matadlos, matadlos!» Me sentí tan mal que casi me caí del árbol. No voy a contar todo lo quepasó porque si lo contara volvería a ponerme malo. Hubiera preferido no haber llegado nunca a la orillaaquella noche para ver después cosas así. Nunca las voy a olvidar: todavía sueño con ellas montones deveces.Me quedé en el árbol hasta que empezó a oscurecer, porque me daba miedo bajar. A veces oía disparos alo lejos, en el bosque, y dos veces vi grupitos de hombres que galopaban junto al almacén de troncos conescopetas, así que calculé que continuaba la pelea. Me sentía tan desanimado que decidí no volver a acercarmea aquella casa, porque pensaba que por algún motivo yo tenía la culpa. Pensaba que aquel trozo depapel significaba que la señorita Sophia tenía que reunirse con Harney en alguna parte a las dos y mediapara fugarse, y que tendría que haberle contado a su padre lo del papel y la forma tan rara en que actuaba, yque entonces a lo mejor él la habría encerrado y nunca habría pasado todo aquel horror.Cuando me bajé del árbol, me deslicé un rato por la orilla, encontré los dos cadáveres al borde del agua ytiré de ellos hasta dejarlos en seco; después les tapé la cara y me marché a toda la velocidad que pude. Lloréun poco mientras tapaba a Buck, porque se había portado muy bien conmigo.Acababa de oscurecer. No volví a acercarme a la casa, sino que fui por el bosque hasta el pantano. Jim noestaba en su isla, así que fui corriendo hacia el arroyo y me metí entre los sauces, listo para saltar a bordo ymarcharme de aquel sitio tan horrible. ¡La balsa había desaparecido! ¡Dios mío, qué susto me llevé! Mequedé sin respiración casi un minuto. Después logré gritar. Una voz, a menos de veinticinco pies de mí,dice:––¡Atiza! ¿Eres tú, mi niño? No hagas ruido. Era la voz de Jim, y nunca había oído nada tan agradable. Corrí un poco por la ribera y subí a bordo; Jimme agarró y me abrazó de contento que estaba de verme y dice:––Dios te bendiga, niño, estaba seguro que habías vuelto a morir. Ha estado Jack y dice que creía que tehabían pegado un tiro porque no habías vuelto a casa, así que en este momento iba a bajar la balsa por elarroyo para estar listo para marcharme en cuanto volviese Jack y me dijera que seguro que habías muerto.Dios mío, cuánto me alegro de que hayas vuelto, mi niño.Y voy yo y digo:––Está bien; está muy bien; no me van a encontrar y creerán que he muerto y que he bajado flotando porel río... Allí arriba hay algo que les ayudará a creérselo, así que no pierdas tiempo, Jim, vamos a buscar elagua grande lo más rápido que puedas.No me quedé tranquilo hasta que la balsa bajó dos millas por el centro del Mississippi. Después colgamosnuestro farol de señales y calculamos que ya volvíamos a estar libres y a salvo. Yo no había comidonada desde ayer, así que Jim sacó unos bollos de maíz y leche con nata, y carne de cerdo con col y berzas(no hay nada mejor en el mundo cuando está bien guisado) y mientras yo cenaba charlamos y pasamos unbuen rato. Yo me alegraba mucho de alejarme de las venganzas de sangre, y Jim del pantano. Dijimos queno había casa como una balsa, después de todo. Otros sitios pueden parecer abarrotados y sofocantes, perouna balsa no. En una balsa se siente uno muy libre y tranquilo.   


Las Aventuras de Huckleberry FinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora