d i e c i s é i s

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Jess PoV


Cuando Louis hubo parado el coche, salí de él rápidamente, sin dejarle tiempo para decir nada. Moví la mano en señal de despedida y empecé a caminar hacia casa. Me sentía mal por haberle dejado de esa manera, pero el hecho de mencionar a mi padre me ponía enferma. Desde hacía unos años nuestra relación se había enfriado y, ahora, daba las gracias porque hubiera sido trasladado a otra oficina fuera del país.

Las relaciones familiares nunca habían sido mi fuerte, eso estaba claro. Pero quizás si mis padres fuesen distintos o si mi situación hubiese sido otra, no estaría en este punto sin retorno. Porque tenía muy claro que la relación con mi padre se había perdido para siempre.Ya no era el mismo hombre de cuando era pequeña, había cambiado. Mi madre parecía no darse cuenta, o si lo hacía, prefería no darle importancia aunque sí la tenía.

Abrí la puerta de casa y escuché voces en la cocina. Podía distinguir la voz de mi madre, en un tono bajo y suave. La otra voz era familiar, pero no logré reconocerla hasta que estaba a tan solo unos metros de la puerta. Mi padre. El corazón se me paró por un momento y dejé de sentir las piernas. Me agarré al marco de la puerta para evitar desplomarme. ¿Qué hacía aquí? Se suponía que llegaría dentro de dos semanas, justo para Navidad. Sus vacaciones adelantadas no traerían nada bueno. Lo presentía.

Estaba de espaldas a mí, sentado en una silla de la cocina, escuchando atentamente lo que mi madre decía. Estaba completamente quieto, tan sólo unos leves movimientos de cabeza le diferenciaban de un maniquí.


-¿Jess? -mierda. Mi madre miraba hacía mí. Segundos después mi padre volteó la cabeza. Su piel estaba pálida, más blanca de lo que jamás había visto. Diversas arrugas decoraban el contorno de sus ojos, los cuales parecían estar un poco enrojecidos.


Miré a mi madre.Su mirada estaba apagada, sus ojos decaídos y una expresión demasiado seria en su rostro. Podía temerme lo peor, esa cara nunca era buena y, ahora, con mi padre aquí, menos.


-Hija, ¿cómo estás? - se dirigió a mí mi padre. Su voz era grave y rasposa.Un escalofrío recorrió mi espalda - Creo que tenemos cosas sobre las que hablar - una sonrisa cínica apareció en su rostro. Otro escalofrío por mi espalda.


No tenía nada que hablar con él. Levanté la mirada de nuevo hacia mi madre. Seguía sentada en la silla, sin decir nada. Ahora su mirada estaba clavada en el suelo y se agarraba las manos, señal de que estaba nerviosa.¿Qué le habría contado? Estaba intrigada y a la vez muerta demiedo, por saber qué le había contado.


-¿Acaso te ha comido la lengua el gato? Te estoy hablando - esa voz otra vez,obligándome a voltearme hacia él. Por primera vez, desde hacía algunos meses, le miraba a los ojos otra vez


-Tengo que estudiar- dije, por fin, con un hilo de voz


-Puedes perder unos segundos para hablar con tu padre. Hace mucho que no nos vemos -tragué saliva, los nervios se habían apoderado de mí.

Mis piernas no respondían a las órdenes de mi cerebro, y era como si mi voz hubiese desaparecido.


Mi madre seguía sin decir nada, observando la escena. La mirada de mi padre estaba clavada en la mía, de una forma que me intimidaba. No quería hablar con él, sólo quería irme a estudiar y por lo menos, de esa forma olvidarme de lo que me esperaba hasta que volviera a su trabajo.


-Audrey, querida,déjanos a la niña y a mí solos - pidió el hombre sin voltearse,sin dejar de mirarme. Mi madre obedeció sin rechistar y segundos después despareció de la cocina.


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