v e i n t e

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Jess PoV


Subí con decisión las escaleras del imponente edificio del juzgado.Mis piernas temblaban pero aún así seguían caminando firmemente,como si quisieran pasar este mal rato lo más rápido posible.

Me paré justo delante de la gran puerta de madera. Ahora los nervios parecían querer hacerse paso, pero no iba a dejar que eso pasara.Respiré hondo, intentando alejar cualquier atisbo de nerviosismo.

Estuve parada durante unos minutos, hasta que la mano de mi madre se apoyó en mi hombro. Giré la cabeza para observarla, su semblante era serio pero de alguna manera me transmitía tranquilidad. Después de la última cita con el doctor Warren, había tenido que hablar con mi madre; contarle todo lo que había pasado o, al menos, todo lo que yo podía contar. Pues por mucho que le prometiese al doctor que no iba a dejar que me hundiera, no era posible olvidar tan rápido lo sucedido.

Volví a caminar, seguida de mi madre. Mis ojos buscaban la sala 350,en la cual se celebraría el juicio. Esperaba con todo mi ser, que esta fuera la primera y última vez que tendría que pisar un juzgado. Una vez hube encontrado la sala, también identifiqué al que sería mi abogado: Ted Narracot. Un buen amigo de mi madre y uno de los mejores abogados de la ciudad y experto en temas de maltrato.

-Buenos días – saludó cuando nos vio acercanos

-Hola – dije en un susurro.

Ahora que tenía la puerta de la sala delante de mí, los nervios eran incontrolables. Se habían adueñado de mi cuerpo y yo no podía hacer nada. Estaba totalmente sometida a ellos.

-No te preocupes Jess, yo me encargaré de todo ahí dentro –levanté la vista para observar a Ted – Al menos de todo lo que pueda – una media sonrisa apareció en su rostro y por unos segundos los nervios dejaron de hacerse presentes


-Sólo tienes que declarar, serán tres minutos como mucho – la voz de mi madre se hizo presente – Tú dile al juez lo que has estado practicando estos días, y Ted hará el resto – puso su mano en mi hombro y apretó ligeramente


La puerta de la sala se abrió, y por un momento, mi corazón dejó de latir. Mi mirada estaba clavada en la pared del fondo, donde había un atril y a su derecha una silla de madera. Estaban todavía vacíos, por lo que pude soltar el aire que, sin darme cuenta, había acumulado. Notéun poco de presión en mi espalda, obligándome a caminar. Entré enla sala, con la respiración entrecortada y el corazón latiéndome amil por hora. Mis manos temblaban al igual que mis piernas, queparecían amenazar con fallar con cada paso que daba.

Cuando llegué ala primera fila de asientos de la sala, justo en frente del atrildonde se situaría el juez, Ted me hizo un gesto para que me sentase,y fue lo que hice. Él en cambio se quedó de pie, y su miradabuscaba desesperadamente algo o alguien. Intenté no fijarmedemasiado en él, pues su inquietud me ponía más nerviosa, así quefijé la vista en mis manos, con las cuales jugueteaba.


De pronto lapuerta principal se abrió, y el sonido de voces llenó la sala. Nome hizo falta girar la cabeza para saber de quién se trataba. Eraél, Mark.

No levanté lacabeza, ni siquiera cuando pasó por mi lado para sentarse en lasilla que estaba al lado del juez. No sabía con qué cara debíamirarle, ni siquiera sabía si estaba preparada para mirarle una vezmás a los ojos.

Sentía mis ojosarder, las lágrimas amenazando con escapar. Bajé un poco más lacabeza para que nadie pudiera ver lo que estaba pasando. No queríamostrarme débil delante de toda esta gente y, menos hoy. Hoy teníaque ser más fuerte que nunca. Limpié las lágrimas con el dorso dela mano y, por fin, levanté la mirada, encontrándome con el rostrode mi padre.


Estaba demacrado,nunca antes lo había visto de aquella manera. Su pelo estabadespeinado, parecía llevar años sin afeitarse y unas grandes ojeras decoraban la parte de abajo de sus ojos. Vestía una camiseta blancaque estaba más que arrugada y unos pantalones bastante desgastados.Y en sus muñecas había unas esposas. En su situación, cualquierotra persona estaría derrumbada, en cambio, él lucía una ampliasonrisa en el rostro.


-Bien, empecemos –la voz del juez y el golpe del martillo contra la madera me sacó demis pensamientos.

La sala se quedóen silencio, esperando a que el juez dictara alguna orden.


-Empezarádeclarando el culpable, el señor Mark Gray – mi corazón comenzóa latir a toda prisa, a la vez que él selevantaba dispuesto a contar su versión de la historia.

(...)


Salí lo másrápido que pude de la sala. El pasillo parecía ahora infinito y loúnico que se escuchaba era el sonido de mis zapatos repiquetearcontra el suelo.

Sentía la rabia yla impotencia correr por mis venas. No entendía cómo después de loque hizo, Mark seguía teniendo esa estúpida sonrisa en el rostro.

Seguí caminandoen busca de la salida, necesitaba aire fresco, mis pulmonesnecesitaban respirar el aire de la calle para así poder calmar micuerpo entero. Notaba cómo mis piernas amenazaban con fallarme ysentía los ojos humedecidos, dispuestos a derramar lágrimas encualquier momento. Me había prometido a mí misma y al doctor Warrenque esto no me superaría, no dejaría pasar a Mark por encima de mí,al menos, no otra vez.


De pronto las imponentes puertas estuvieron ante mí. Estiré los brazos, apoyando mis dos manos en ellas, y empujé con fuerza. El aire chocó contra mi rostro, dejando un rastro frío en mis mejillas.

A trompicones avancé hacia una de las columnas más cercana, y me apoyé en ella.Bajé la mirada unos segundos, intentando calmar mis ganas de llorar.Cuando alcé la vista de nuevo, mis ojos hicieron contacto con un deportivo que me era bastante familiar. Estaba aparcado en la acera de en frente, y apoyado en él, estaba Louis. Sus ojos azules no dejaban de hacer contacto con los míos. Llevaba el pelo peinado hacia atrás con un tupé, y vestía un abrigo largo de color beige.Estaba realmente guapo. Pero... ¿cómo sabía dónde encontrarme?Todavía no había hablado con él, estaba esperando a pasar el día del juicio para explicarle mi desaparición repentina. Pero,al parecer, él se había adelantado, como siempre. Siempre estaba pendiente de todo, no se le escapaba ni un solo detalle y eso era loque más me gustaba de él; te ofrecía ayuda sin pedírsela y eso me hacía sentir bien.

El sonido del claxon del coche de mi madre hizo que, por primera vez desde que había salido del edificio, apartara la mirada de Louis. En su rostro había una gran sonrisa, y no pude evitar sonreir como una tonta.
Ahora que todo lo malo había pasado, estaba dispuesta a recuperar a Louis Tomlinson.

*****

¡Hey! Siento el retraso (otra vez) :-(
¿Preparad@s para el último capítulo?

Espero que os guste xx


Hero ➸L.TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora