Capítulo 17: La Montaña Nevada

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A la mañana siguiente, tras  despertar con el cantar de los Sinsajos, Maysilee y yo nos pusimos nuevamente en marcha. Sus protestas e interrogaciones eran intensas y persistentes: no paraba de pedir explicaciones acerca del porque tanto empeño en alejarnos de la Montaña Nevada.

Llevábamos ya cinco largos días caminando, solo nos deteníamos a comer algo que hubiéramos conseguido cazar, rellenar la botella con agua de lluvia y para dormir unas cuantas horas. A Maysilee, por su parte, ya se le habían comenzado a notar unas pequeñas ojeras tras no conseguir suficiente descanso con las horas que nos reservábamos para dormir.

Durante estos cinco días no había ocurrido ninguna muerte, ningún cañón había sonado. La montaña nevada se alzaba a nuestras espaldas a muchas horas de viaje desde nuestra actual localización.

Uno de mis sentidos presentía algo malo y por supuesto, le hice el mayor caso posible. No era normal que en un Vasallaje, o en unos Juegos Del Hambre, durante días no se efectúen muertes. Eso era total mente irónico.

Caminamos y caminamos. Incluso yo de vez en cuando me tenía que recordar el porque lo hacía. Pero esto lo realizaba en mi mente, no quería que Maysilee escuchara algo sobre mis pensamientos y que por esto ella comenzará con los suyos que sin duda eran más persistentes y rebeldes.

Cuando nos convencimos de que ya no podíamos más, nos echamos en una de las ramas superiores de un árbol, cada quien por su lado, y descansamos un poco. Ambos estábamos fatigados.

¿Era mucho pedir una lluvia que nos salvara del agua envenenada de la Arena?

No estoy muy seguro si nos dormimos o solo nos tendimos ahí durante un largo rato. Estábamos sudando y no era para menos, pero ese no era el único tema importante. La tranquilidad del bosque sin mutos y sin ruidos de cañones me recuerda un poco a casa- y a la gente de allá. Extraño mucho, más de lo que me enorgullece aceptar pero es que cuando uno tiene una familia y una chica tan buena y comprensiva es muy difícil pensar de otra manera.

Maysilee estaba hambrienta, al igual que yo, pero ella quería seguir descansando así que me baje del árbol y me propuse a conseguir algo de comer.

Camine en círculos. No quería perder de vista el árbol donde estaba Maysilee. En algunos momentos me fue necesario dejarme caer al suelo, presionarme la parte de atrás de la cabeza y cerrar mis ojos para intentar liberarme de la migraña.

En una de esas vi a una de las pequeñas ardillas como las que había visto yo anteriormente en esa misma Arena. Al principio pensé correr, no sabia si viajaban o no en manada. Luego, decidí escabullirme lo mejor que pudiera. Tenía mi cuchillo en la mano, y si Maysilee se hubiera aparecido en aquel mismo momento, estoy bastante seguro de que no saldría con vida.

La ardilla caminaba con paso apresurado. Salí de mi escondite para moverme a otro lo más rápido posible. Esto no salió muy bien. Me tropecé con las extremidades de un arbusto y caí.

Luego de eso no recuerdo perdí el conocimiento. Quizá me golpeé la cabeza o quizá los Vigilantes me tendieron una trampa... No lo sé.

Cuando desperté vi a Maysilee roja, angustiada, sudorosa y tratando de levantarme. Parpadeé. Parpadeé. Cerré los ojos y los volví a abrir para ver con mas claridad.

Maysilee me ayudo a pararme mientras gritaba cosas que todavía no estaba listo para analizar. Mire a mi alrededor. La ardilla ya no estaba. Me había cortado parte de la palma de mi mano con el cuchillo que traía... Luego de ver mi mano fue básicamente cuando por fin mis oídos se abrieron y fui capaz de escuchar lo que decía Maysilee en sus gritos.

– La montaña Haymitch, La montaña nevada – gritaba.

Me voltee para ver el lugar donde solía reposar la montaña nevada, y quedé anonadado. La montaña nevada que hacia un rato se había levantado con esplendor, y a donde habían huido varios de los tributos profesionales, ahora era un volcán que hermanaba calor a toda la Arena.

La Arena parecía un horno, y el alimento a cocinar éramos nosotros. Nos alejamos cuanto pudimos. Llego un punto donde lo único que podíamos hacer era caminar. Nuestro dolor era bastante grande. Y el hambre se había hecho un poco mas grande.

Todavía tenía la herida en la mano. Dolía y ardía. Esta vez, Maysilee fue la encargada de buscar comida. Cazó unos animales extraños, como una mezcla de ardilla y rata con un ser desconocido, pero después de todo comimos y bebimos de un agua estancada que tenía algo de agua de lluvia.

Maysilee parecía ida. Comía, caminaba, y hasta hablaba (si es que lo hacia) como si fuera una muerta en vida. Me atrevería a decir que Maysilee ya se había rendido. Y, honestamente, no creo que pueda hacer nada para remediarlo. Cuando una persona decide irse voluntariamente de este mundo, aunque sea solo mental, sacarlos de ese trance es un proceso difícil y al que hay que dedicarse tiempo completo. Simplemente no soy la persona indicada para eso. Simplemente no lo soy.

El Segundo VasallajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora