La doncella hechizada

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El día era tostado y caluroso. El sol refulgía en lo más alto de las nubes, como una visión celestial. El joven fijó su mirar en unas colinas verdes, tan prósperas y ricas que parecían de fantasía. Suspiró, su nueva vida de casado era peor de lo que esperaba. Debía ocuparse de los asuntos del palacio, y velar por su esposa, la hermosa Alyr. ¡Y él apenas tenía dieciséis años!

Hoy estaba dándose un respiro de tanto ajetreo, y además, estaba aprovechando para conocer el castillo. Se bajó del marco de la puerta de un respingo, y fue a abrir la puerta. Miró a ambos lados del pasillo, demasiado largo como para no perderse.

«¡Cuántas habitaciones por descubrir!» pensó, y se decidió a irse por la derecha.

Puertas y más puertas. Ninguna que llamara su atención. Otro pasillo, en el cual giró. Muchísimas más puertas, y un portón. Otro pasillo, volvió a meterse por él. Era larguísimo, y contaba con unas cuarenta habitaciones. Al final del mismo, un gran portón de mármol pareció brillar más que las poco interesantes puertas de madera. La curiosidad se retorció en su estómago.

Caminó hacia esa habitación, la más llamativa de todas. El picaporte estaba hecho de oro.

«Debe ser un gran salón muy lujoso, ningún depósito o habitación de algún sirviente tiene una puerta hecha de mármol» se dijo.

Tocó con sus nudillos. Nadie contestó. Si giraba el picaporte, quizás la puerta no abriría. Sin embargo, al intentarlo, lo hizo. Peinó con su mirada la habitación. Tenía una gran sala con muebles, dos grandes ventanales, y otra puerta, también hecha de mármol.

Se acercó para tocarla. Y claro, nadie respondió. Pero cuando intentó abrirla, se abrió. Entró. Había una cama de sábanas de terciopelo color vino, con intrincados bordados de oro. Estaba cubierta por un dosel, adornado con delicadas borlas doradas.

Volteó hacia el ventanal: era una de las habitaciones con mejor vista de la colina. Había una mesita al lado de la cama, con una tetera y una bandeja con una sopa a medio comer. Frunció el ceño extrañado.

Caminó despacio hacia el ventanal, pero escuchó un gemido lastimero que pareció venir de la cama. Se sobresaltó, y giró hacia la cama. De pronto, el dosel se movió. Se quedó allí parado, con los ojos abiertos de par en par. Apenas respiraba.

Se acercó a la cama, y quitó con cuidado el dosel. Sus ojos no lo podían creer. Justo en frente de él yacía una hermosa jovencita dormida. Su cabello dorado se desparramaba por su cuello y pecho cual finos hilos de dulce miel, tan brillantes como el astro rey. Un fino camisón de encaje blanco dejaba entrever su esbelto cuerpo, y sus definidas curvas.

Pero había algo... Algo en su cara resultaba espectral. Quizás eran esas oscuras ojeras amoratadas, o esa palidez opaca en sus mejillas, o esos labios tan blancuzcos y cuarteados, o sus pómulos demacrados, o todo junto.

Su pecho bajaba y subía con cada respiro, en un calmo compás. Theo abrió la boca, nunca había visto una chica tan hermosa. Extendió una mano hacia su mejilla, y la frotó con su dedo. La joven ni se inmutó. Se acercó aún más, y esta vez enredó un mechón de cabello rubio entre sus dedos.

La chica comenzó a mover la cabeza hacia los lados, como exigiendo que la dejaran tranquila. Theo se asustó y, de un brinco, terminó recostado contra el ventanal. Podía oír los latidos acelerados de su propio corazón retumbando en sus oídos, cada vez más irregulares.

- ¡No me haga daño! ¡Se lo suplico! -dijo con voz febril, aún dormida.

De repente, aún cuando Theo estaba tratando de hacer el menor ruido posible, y seguía muy pegado a los cristales, se despertó. Se sentó de un salto, y jadeando, escudriñó con los ojos muy abiertos la habitación. Tragó grueso. Aún tenía los ojos abiertos de par en par, lo cual hacía que la piel alrededor de sus ojos se viera aún más oscura. Su respiración se comenzó a ralentizar, y llevó una mano a su pecho.

The Crying Game (The Games #1) #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora