Enemigos

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- ¿Qué cosa? -inquirió Allan, abriendo los ojos de manera exorbitante. Todos sus compañeros también se acercaron, casi acorralándola contra la puerta.

- ¡Acabo de ver que ya subían por las escaleras, y si nos atrevemos a salir por ahí, nos despedazarán! -chilló, manoteando.

Allan suspiró, y los demás lo miraron, expectantes.

- ¿Se te olvidan las pócimas? -susurró Allan, con una sonrisa victoriosa. Todos rieron por lo bajo, y cada uno agarró un frasco de la caja y se lo bebieron de un trago. Tenía un sabor agradable, como a jugo de bayas.

-Pero, Capitán, necesitaremos los caballos, ¡debemos atravesar los jardines para buscarlos! -razonó Zyen.

-Es verdad, debemos saltar por la ventana entonces -contestó Sirch.

La mirada del Capitán vagaba entre ellos y el lugar, pensando y pensando.

- ¡Esa rendija de allá! Conecta con una puerta aún más cercana de donde dejamos a los caballos, sin soldados enemigos -dijo, señalando una pequeña abertura en la pared, cerrada con un candado.

Allan tomó la llave y abrió la rendija, y todos observaron que apenas podrían caber con los brazos cruzados sobre su pecho.

-El Mariscal es el que tiene los hombros más anchos, debe pasar primero. Si él entra, todos cabemos allí -susurró Malya.

-Está bien, entraré primero -respondió, agachándose y tanteando con los pies el terreno.

En un santiamén, había logrado entrar completo, y le sobraba espacio. Mientras se deslizaba por el camino, se escuchaban sus gritos de euforia. Todos sonrieron, y el Capitán se acercó a la ventana para ver si había logrado salir: estaba escondido detrás de unos sacos de cereal cercanos al establo. También se fijó que aún el ejército de Orus estaba lejano, y por lo tanto, tenían algo de tiempo.

-Logró pasar, ya está cerca del granero -informó Allan, volteando hacia ellos. Todos aplaudieron, emocionados.

Pero poco duró su celebración: un soldado derribó la puerta con una patada, y detrás de éste, entraron cinco más.

- ¡Allan, la espada, ya! -gritó Malya, corriendo hacia la rendija. Allan abrió los ojos y se apresuró a lanzarles un arma a cada uno: Sirch y Otto recibieron un arco con un carcaj, Zyen una daga y Malya su espada de reglamento. Los soldados, por alguna razón, no embestían aún, sino que se acercaban con sigilo. Los compañeros formaron una fila, muy cerca de la pared.

-No se muevan -masculló Allan.

-Pero, Capitán... -replicó Otto.

-Sé lo que hago. Obedezcan -gruñó entre dientes.

-...Porque si dejamos que ellos den la primera estocada, se desconcertarán al ver que somos inmunes y aprovecháremos para atacarlos entonces -susurró Malya, empuñando la espada con mucha presión.

Sus compañeros asintieron, convencidos de la táctica del Capitán y la explicación de Malya. Sólo el silencio reinaba en la gélida y apenas iluminada habitación, quizás interrumpido por los bramidos de los soldados de ambos ejércitos. Segundos después, los militares de Kyram tuvieron a pocos centímetros de sus caras a sus contrincantes, y sintieron su aliento golpear su piel.

-Así que eres la chica travestida de soldado... Es bella la muy condenada ¿no creen?... -masculló un hombre rubio, de unos treinta años, esbozando una sonrisa lasciva-. ¿No te molestan los refajos al montar a caballo, muñeca? -El tipo agarró a Malya por los hombros, zarandeándola, y la acercó mucho más hacia él, casi besando sus labios.

The Crying Game (The Games #1) #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora