Lo que oculta el bosque

64 10 42
                                    

La princesa llevó las manos a su rostro, y corrió fuera de la habitación, apartando a Theo con brusquedad.

Corrió lo más rápido que sus pies podían, levantando los bajos de su vestido. Haló su velo; el brusco movimiento lo desgarró, y lo tiró al suelo junto con la corona: esa corona que no le pertenecía, ni le pertenecería. Llegó muy rápido y de manera automática al bosque detrás del castillo, sin darse cuenta del grave error que cometía: el bosque de Brent era conocido por las múltiples desapariciones que allí ocurrían, tanto así, que se creía que estaba embrujado y ningún mortal encontraría jamás el final del mismo.

Comenzaba a sentir su garganta ardiendo, a causa de la sed. Giraba su cabeza con asiduidad para ver si los guardias la seguían y por fortuna, aún no. Pero eso no la detenía, debía escapar. Escapar de todo lo que fingía ser para encontrarse a sí misma.

El camino empezaba a estrecharse, y en algún punto, los árboles juntaban sus ramas tanto que apenas era posible pasar en cuclillas. Parecía un túnel, y apenas dejaba pasar la luz. Varios metros se extendía ese sendero, y cuando por fin salió, se sintió aliviada.

Ya jadeaba y el picor en su garganta se hacía insoportable. Rogó al cielo para encontrar pronto un arroyo o un lago, y para no perecer allí en el bosque por su imprudencia. Miró hacia atrás, y cuando no veía, tropezó con algo -quizás una rama o una piedra-, y cayó de bruces en la tierra.

Frenó a su cara de hundirse en el barro con sus manos, que ahora escocían debido al impacto. También sintió una especie de puñalada en las rodillas, acompañadas de una humedad en la zona del vestido que las cubría. Casi no tomó tiempo para reponerse, ni tampoco para analizar la gravedad de sus heridas y el daño de la falda de su vestido; simplemente siguió con su marcha, ahora un poco más lenta y atropellada gracias al dolor.

Miró al cielo, suplicante, que comenzaba a tornarse dorado y naranja, anunciando las últimas horas del atardecer. Debía encontrar un lugar seguro donde pasar la noche, debajo de un árbol grande o dentro de una cueva. Pero lo que encontró fue aun mejor: un arroyo.

Se tiró desesperada la orilla del mismo, y agarró entre sus manos el agua para beber con desenfreno y rociarse la cara con ella. La herida en su rodilla dolía más ahora que estaba agachada, y rodó el malogrado vestido para verla. Era sólo un simple raspón, y ya había dejado de sangrar.

Suspiró, recostándose al margen del arroyo. Jadeaba, y su pecho seguía un rápido compás con la respiración. Poco duró su tranquilidad: escuchó a lo lejos el galopar de unos caballos, y lo más probable, es que fueran montados por los guardias del Palacio.

Corrió y corrió, volteando para ver si la venían alcanzando. No veía nada, sólo escuchaba el ruido seco de ramas crujiendo al ser pisadas por los cascos de los equinos.

- ¡Alto! ¡Deténgase, señorita! -gritó un hombre. Ella obedeció.

Oyó el relincho de la bestia, y que el hombre a su espalda se bajaba del caballo. Desenvainó su espada, y se acercó a ella. Tapó su boca con la mano, y colocó el gélido filo en su cuello.

- ¿Sabe usted que está en territorio del reino de Orus? -masculló el hombre, erizando su piel.

-No... No... No lo sabía -tartamudeó con dificultad.

- ¿Y sabe usted que le está hablando al Capitán Allan? -preguntó, y ella no supo qué hacer o decir.

Después de unos segundos, soltó una risa nerviosa.

- ¡Con que era us... Con que eras tú! -Se corrigió. Allan sonrió.

-Su Majestad -dijo, reverenciando con ademán de burla-. Así que te descubrieron, Malya. Traje ropa para Nilien. Supuse que la necesitaría. También traje algo de comida. -Encogió los hombros, y lanzó un pantalón y un abrigo de piel por los aires. Ella atajó las vestiduras.

The Crying Game (The Games #1) #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora