Visita a la princesa

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La habitación se sentía tan sola, tan fría. Parecía que sus padres habían salido, o estaban en sus asuntos, porque no habían venido a verla en toda la tarde. Quizás era eso lo que más le inquietaba, no poder ponerse en pie siquiera, y por ello, se sentía incompleta.

A ella le dolía todo, y no podía soportar parecer una anciana cuando apenas tenía veinte años recién cumplidos. No le gustaba que sintieran lástima por ella, le gustaba pensar que era fuerte, o al menos lo suficiente para recuperarse. Esta enfermedad, en pocas palabras, se la estaba comiendo viva.

De hecho, pensó, en unas de las tardes interminables que tenía a solas con la almohada, que algún día cerraría los ojos para no abrirlos más. Y rogaba al cielo que eso no pasara. No estaba destinado que eso pasara. Al menos, no ahora. No ahora que el reino de Orus le había declarado la guerra al suyo, no ahora que sus padres necesitaban a una heredera más que nunca. Justo ahora, pensaba, la vida le sonreía y la aupaba a continuar, pero ella no podía ni siquiera regalarle una media sonrisa.

Y pensando y pensando, dormida se quedaba, atrapada entre siniestras cavilaciones, esperando poder abrir los ojos más tarde.

El tiempo pasaba fácil cuando se dejaba caer en los brazos de Morfeo, y la temprana tarde se convertía en oscura y vacía noche.

Y entonces, justo entonces, sentía que la muerte se antojaría de tenerle a su lado, que besaría su frente mientras estuviera dormitando, y que nunca más podría ver a sus padres, ni a sus primos, ni a nadie que estuviera vivo, y por consiguiente, le conociera.

Negaba eso con toda su alma, se negaba a pensar que eso pasaría. ¿Acaso creía que la muerte era mal de personas ancianas o enfermas? Pues sí, lo creía, y le aterraba estar entre las primeras personas en la lista de La Parca. Le aterraba estar enferma, porque eso, casi siempre, era sinónimo de muerte.

Por eso allí estaba, deseando que la muerte aún no pronunciara su nombre, sin importarle si eso le costaba su calidad de vida.

"A veces tenía sueños, a veces pesadillas. Y en las últimas, solía soñar con rencillas. Rencillas entre los que eran sus padres, los reyes de Kyram, y una mujer a la cual desconocía. Pero era extraño, esa misteriosa mujer, era hermosa en su haber. Aunque su rostro no reconocía, haberle visto antes sabía. Quería conocerle, una joven muy sabia sería. Así, como era, hermosa, cierto miedo inspiraba, porque llenas de verdades sus palabras estaban. ¿Por qué?, se preguntaba. ¿Por qué tanto temor, si la verdad siempre era lo mejor?"

Abrió sus ojos de golpe, y su cuerpo se sobresaltó. Cuánto odiaba eso, Dios. Cuánto odiaba que sus pesadillas le despertaran. Dirigió la vista a la ventana, y los tonos violáceos del cielo delataban que la noche apenas comenzaba. Suspiró, y hundió de nuevo la cabeza en su almohada.

Se dio la vuelta hacia la mesa al lado de su cama. Vaya, el plato a su derecha olía a sopa de pollo.

«Ojalá esté caliente», se dijo. Posó con cuidado la mano sobre la porcelana, y claro, aún estaba caliente. Y por supuesto, un cubo de mantequilla y un vaso con un líquido desconocido, tal vez agua, acompañaban al plato. Sólo lo mejor para ella.

Acomodó su cuerpo para comer los manjares que le habían traído. No, ¿a quién engañaba? Estando enferma, lo más seguro era que la sopa que olía a pollo no fuera más que un mejunje de sabor desagradable, y el líquido en el vaso un té de hierbas nada apreciable. Pero con el hambre bestial que tenía, cualquier cosa sería deliciosa.

Y tenía razón, la sopa, aun estando aderezada con la mantequilla, sabía a los mil demonios. Para su alivio, el líquido resultó ser sólo agua.

Raro, pero al terminar de comer, se sintió más despierta que nunca. No era el mismo alivio que uno siente al terminar de comer luego de haber estado hambriento. Ella no sabía cómo, pero sentía que podía danzar horas sin cansarse, y que ya no tenía que estar atada a esa cama que tantas angustias le había causado.

The Crying Game (The Games #1) #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora